Dom 30.07.2006

SOCIEDAD  › LAS MUJERES DOMINANTES TIENEN MAS HIJOS VARONES

El efecto de la testosterona

› Por Pedro Lipcovich

Como todas las noches, el ama enarbolará el látigo y el varón gemirá bajo sus golpes. Lo aceptará el varón, sumiso, pero no porque sea masoquista, sino porque quiere tener un hijo de sexo masculino. En efecto, recientes investigaciones sugieren que las mujeres dominantes, “duras”, tienen más probabilidades de dar a luz varones: esto es así en la medida en que el organismo de estas hembras puede contar con niveles más elevados de testosterona, hormona masculina: la presencia de esta hormona hace más probable que se conciban machitos, según estudios efectuados en mamíferos. Esto implica que la determinación del sexo del hijo es efectuada por la madre: si bien el determinante de la masculinidad o de la feminidad está en el espermatozoide, la membrana del óvulo dejaría entrar al masculino o al femenino según diversos factores entre los que se incluyen las emociones.

Por una parte, las vaquillonas. Un equipo de investigadores de la Universidad de Auckland, Australia, dirigido por Valerie Grant, publicó en el Journal of Experimental Zoology los resultados de su trabajo, que consistió en tomar 34 ovarios procedentes de esos animalitos y medir los niveles de testosterona en el fluido circundante a los óvulos. Luego, fertilizaron un óvulo de cada una de ellas y compararon el sexo de los embriones resultantes con los respectivos niveles de testosterona: encontraron que, en los óvulos que habían dado lugar a embriones de sexo masculino, el nivel de testosterona era en promedio dos veces superior al de los que habían producido embriones femeninos.

Por otra parte, las mujeres. El equipo de Valerie aplicó a mujeres embarazadas un cuestionario psicológico para determinar los niveles de “dominancia” en la personalidad; el promedio de las mujeres puntuaba tres en una escala de 13 preguntas. Y se estableció después que las que habían obtenido más de ocho puntos en la misma escala tenían un 80 por ciento de probabilidades de tener un hijo varón. La doctora Grant no se detuvo allí y ordenó a sus investigadores –a quienes domina plenamente– que examinaran la testosterona en esas mujeres con alta dominancia: se descubrió que los niveles de la hormona eran proporcionalmente elevados.

La mayor presencia de testosterona haría que las membranas celulares de los óvulos sean más permeables a los espermatozoides que portan cromosomas “X”, que darán lugar a embriones masculinos. Estos hallazgos se inscriben en la “hipótesis de la dominancia maternal”: según ésta, la proporción de uno y otro sexo en la descendencia es determinada por la madre, y el factor que lo permitiría podría ser su mayor o menor producción de testosterona.

Y el hecho de que una mujer produzca más o menos cantidad de esta hormona resulta estar vinculado, no sólo con aspectos caracterológicos, sino con su estado emocional. “En la mujer, todo aquello que cause estrés crónico tenderá a hacer subir los niveles de testosterona”, escribió Grant en la revista Evolutionary Psychology. “La penuria o el estrés crónico, como en las hambrunas, guerras o epidemias, parecen incrementar los niveles de testosterona en muchas mujeres, aumentando así la cantidad de mujeres que tienden a concebir descendencia masculina.” De hecho, durante la guerra en Bosnia-Herzegovina entre 1991 y 1995, se constató un incremento de varones en la proporción de recién nacidos vivos.

En cambio, puntualiza el trabajo de Grant, “el estrés agudo, como el que se produce en un terremoto, inundación o catástrofe súbita, parece tener el efecto opuesto”.

Hay razones evolutivas para explicar la mayor proporción de varones o, en realidad, la menor proporción de mujeres en situaciones crónicamente desventajosas para una especie: “La menor cantidad de mujeres en la siguiente generación haría posible proteger el hábitat contra los efectos de un exceso de población”. En cambio, “en tiempos de abundancia”, o después de una catástrofe ya finalizada, “la disminución en los niveles de testosterona permitiría mayor descendencia femenina, lo cual “proveería el vehículo para una expansión de la población”, según Grant.

Estas formulaciones podrían arrojar una nueva luz sobre el dato de que, según un estudio efectuado en Estados Unidos, las madres que viven solas tienen menos probabilidad de parir varones que las que viven en pareja. Un estudio efectuado por Karen Norberg, de la Oficina Nacional de Investigación Económica de Estados Unidos, en Cambridge, consideró 86.000 nacimientos en ese país,

entre 1959 y 1998, para encontrar que, entre las madres que vivían en pareja, la proporción de nacidos varones era del 51,5 por ciento; entre las que vivían solas, no superaba el 49,9 por ciento. De acuerdo con las investigaciones de Grant, hay que pensar que las que viven solas se estresan menos.

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