Los pescadores mexicanos que dicen haber pasado nueve meses en el mar volvieron a su país. La incógnita sobre el canibalismo, las sospechas de narcotráfico, las dudas por su buena salud.
› Por Gerardo Albarrán de Alba
Desde México D. F.
Volvieron 246 días después. Partieron por mar el viernes 28 de octubre de 2005, en una pequeña lancha tiburonera de apenas nueve metros de eslora; regresaron otro viernes, el de ayer, por aire, en un Airbus 320-100. Pero no volvieron todos. Zarparon cinco y sólo tres sobrevivieron a la travesía de ocho mil kilómetros entre San Blas, en la costa mexicana del Pacífico, y algún punto cercano a las islas Marshall, en Australia. Salvador Ordóñez Vázquez (37), Jesús Eduardo Vidana López (27) y Lucio Randón Becerra (27) lucen tan buen semblante que la duda aflora. ¿Cómo pasaron nueve meses y nueve días a la deriva sin que sus cuerpos acusen el sol, el hambre, la sed y el desamparo que debieron padecer? Hay quien piensa ya en una historia de canibalismo para explicar su sobrevivencia. Nadie parece echar de menos a los muertos.
En un país donde la sospecha generalizada y la desconfianza en el otro son el eje de las relaciones sociales, la extraordinaria historia presenta tantos huecos que surgen teorías sobre actividades criminales. Los pescadores no se aprovisionaron en los comercios marítimos acostumbrados, tampoco dieron el obligado aviso de su salida al mar y nadie ha identificado a las dos personas que habrían muerto supuestamente de inanición. ¿Iban a la pesca de especies prohibidas o estaban trabajando para narcotraficantes que, desde el aire, acostumbran arrojar alijos de droga al mar, para ser recuperados por lanchas comúnmente operadas por pescadores? ¿La lancha tiburonera sufrió verdaderamente una avería o fueron abandonados a su suerte? ¿O de plano todo fue un montaje de la televisión?
Imposible no recordar la historia del marino Luis Velasco, que pasó once días a la deriva en una balsa, tras caer por la borda del buque destructor Caldas, de la marina colombiana. Hace medio siglo, ellos también llevaban contrabando: estufas, heladeras, lavadoras y radios comprados en Estados Unidos para las familias de los marinos que esperaban su retorno en Cartagena de Indias.
Hace unos años, durante una tertulia con Ryszard Kapuscinsky, en una casa en el sur de la Ciudad de México, Gabriel García Márquez nos contó a un pequeño grupo cómo había hecho la crónica que habría de convertirse en el Relato de un náufrago. Por las mañanas, García Márquez –todavía un reportero de cabello negro y bigote cuidadosamente recortado, que dejaba asomar un pañuelo del bolsillo de su saco– acudía a escuchar la narración del marino y salía corriendo a la redacción de El Espectador a vaciar sus notas en una máquina de escribir. “Todos los días, la gente que salía del trabajo dejaba pasar los tranvías que los llevaban a casa, mientras esperaba la salida del periódico por la tarde, para leer la nueva entrega.” Publicada en diez partes, durante marzo y abril de 1955, la historia del náufrago fue firmada por Velasco bajo el título “La verdad sobre mi aventura”, aunque era García Márquez quien la redactaba.
Nada que ver con lo que hicieron los reporteros de televisión enviados a las islas Marshall a seguir el retorno de los tres pescadores mexicanos rescatados en alta mar el pasado 9 de agosto. Las imágenes priman sobre la historia y la noticia se convierte en telenovela. En lugar de narrar lo que parece ser una aventura fantástica, la cursilería reemplaza las preguntas elementales.
Los pescadores contaron que arrojaron al mar los cadáveres de un tal Juan David y de otro al que sólo mencionan por su apodo (El Farsero), luego de velarlos tres días; bebieron agua de lluvia y pudieron comer pescado o patos y gaviotas que se posaban sobre la lancha y uno de ellos capturaba con sus manos. ¿Patos y gaviotas en alta mar? Entrevistados por la televisión y radiodifusoras de varios países, casi desde el primer día en que fueron rescatados, durante días omitieron la muerte de sus dos compañeros, pese a la recurrente pregunta sobre los momentos más difíciles que vivieron. Hasta que uno de ellos lo soltó. Ese olvido “es natural”, después de una odisea de tal magnitud, dijo el secretario de Relaciones Exteriores mexicano, responsable de la dependencia encargada de repatriar a los pescadores, convertido de pronto en psicólogo y experto en naufragios.
De acuerdo con médicos acostumbrados a atender a otros pescadores perdidos en el mar o a balseros cubanos rescatados en el Caribe mexicano, no es tan fácil explicar la saludable apariencia de estos tres pescadores que, según los que sí saben de esto, deberían presentar ojos hundidos, mucosa oral seca, taquicardias, crisis convulsivas, insuficiencia renal aguda, graves trastornos en el metabolismo, desorientación, obnubilación o estado de coma total, sangrados y fisuras bucales, piel escamosa, diarreas y cuadros de demencia. Un pescador yucateco que hace tiempo permaneció veintiséis días a la deriva, todavía hoy acusa los efectos sobre la piel, según mostró a un periódico de su localidad.
“Si no nos creen, allá ellos”, comentó Jesús Eduardo ante el alud de cuestionamientos recibidos a su llegada en el aeropuerto de la Ciudad de México. Hasta ofrecieron someterse a un detector de mentiras.
Milagro, montaje o producto de prácticas turbias del crimen organizado, ahora los tres pescadores son personajes de farándula (Televisa ya les ofreció comprarles los derechos de su tragedia). Anoche, nueve borregos fueron sacrificados para un asado (aquí se llama barbacoa), con el que fueron recibidos en San Blas.
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