Mié 30.08.2006

SOCIEDAD  › HUELLAS DE KATRINA EN NUEVA ORLEANS, UN AÑO DESPUES

Ciudad que huele a tragedia

La principal ciudad de Luisiana sigue sin haber reparado sus diques para afrontar la nueva temporada de huracanes. La reconstrucción es lenta. Menos de la mitad de los evacuados regresó.

› Por Yolanda Monge *
Desde Nueva Orleans

El último cadáver “apareció” hace dos semanas. Sí, porque en Nueva Orleáns los cadáveres “aparecen”. Alguien buscaba a su madre y no pudo encontrarla en un año. Y al remover los dolorosos escombros de una casa en la que la víctima se refugió como último escondite contra el agua, apareció su cuerpo. O lo que quedaba de él. Esa mujer muerta suma el frío número 1464, que es el balance total de muertes que el Katrina dejó en Luisiana, por ahora, un año después. Sin unos diques, una vez más, a la altura de las circunstancias para enfrentar la temporada de huracanes, que está en su máximo apogeo. Con sólo 200.000 de sus 460.000 habitantes retornados. Con casi tres cuartas partes de los hogares sufriendo las consecuencias de haber sido inundados por, cuanto menos, un metro de agua. Sin electricidad y agua corriente todavía en algunas partes de la ciudad. Hace un año, una ciudad estadounidense se ahogaba. Pasado un año, Nueva Orleáns intenta respirar en medio de algo parecido a una reconstrucción: chapucera, lenta y sin planificación.

El 29 de agosto de 2005, el violento Katrina tocaba tierra. El agua que traía ganó el pulso a los diques que contenían al lago Pontchartrain. A medida que subían las aguas, el miedo de los habitantes que se jugaron el todo por el todo y decidieron resistir en sus hogares alcanzó límites de terror cuando se llevaron a la boca, esperando estar equivocados, los dedos mojados de agua: era agua salada.

“No era agua de lluvia, no venía del cielo”, dijo Ernestine Prendergast. Su peor pesadilla se hacía realidad. “Tuve la certeza de que moriríamos muchos.” Prendergast no murió ahogada. Fue rescatada de un tejado. Pero la cuna del jazz quedó anegada. Los pronósticos más desesperados aconsejaban no reconstruir, “volverá a ocurrir”, decían. Para bien o para mal, en cinco o diez años desde ahora, Nueva Orleáns volverá a latir, dicen los expertos.

El crimen es, desgraciadamente, marca registrada de la ciudad. Con el dudoso honor de haber llegado a ser uno de los más altos de la nación. No es el mismo que antes del Katrina. Es peor. Los crímenes del mes de julio superan ya a los de julio del año pasado, y con sólo la mitad de población. En las últimas semanas, se han desplegado 300 miembros de la Guardia Nacional para garantizar el orden tras varias ejecuciones que llevan el sello de bandas de gangsters. Resulta difícil mantener el optimismo sobre una ciudad que necesita ser patrullada por vehículos Humvee para imponer la ley.

El huracán barrió la ciudad en cuestión de horas. Pero sus habitantes vivirán con su legado durante décadas. Nueva Orleáns luce un inquietante vacío. Todavía se siente el olor del Katrina. Una peste dulzona, gases fétidos, agua emponzoñada... Olores que surgen de los residuos cuando se hurga en las tripas de una casa desvencijada. En el barrio Nueve, pobre hasta vaciar de sentido la palabra, no hay rastro de vida humana. Las ratas sí abundan. Se mire donde se mire hay desolación. Se pise donde se pise hay destrucción. Hasta donde alcanza la vista sólo se adivina un paisaje arrasado.

Imposible imaginar que una vez allí vivió alguien. Imposible también esbozar que alguien vivirá algún día. Pero ahí están los más de 40.000 permisos para reconstruir pedidos al ayuntamiento. Aunque volverán a levantar sus hogares desde el suelo, a pesar de que ya se inundaron una vez. “Estoy levantando la casa desde llano, desde cemento”, dice Tanya Harris, quien vivía en la zona más devastada del barrio Nueve. “Tuve casi cinco metros de agua cubriendo mi casa”, explica. “¿Cómo se construye para evitar cinco metros de agua?”, se pregunta. Aunque Harris acabara mañana de arreglar su pobre casa, no podría mudarse: no hay ni luz ni agua. Es un barrio fantasma. Sobre algunas puertas todavía se ven las cruces naranjas que informaban que allí dentro había cadáveres que recoger.

Desde otro lugar del país en el que hay agua y electricidad, el presidente de EE.UU., George W. Bush, llegó a la costa del golfo. Lo hizo para prometer lo mismo que hace un año. “Seguiremos aquí hasta que el trabajo haya acabado”, dijo en aquella ocasión, y lo repitió ayer. Y volvió a admitir que había habido errores en todos los niveles de la escala gubernamental.

“El último año de mi vida ha sido como vivir en el infierno”, dice Duff Jones. “Hemos subsistido en condiciones en las que jamás hubiéramos soñado que podríamos vivir. No sabemos qué va a pasar, pero será difícil que Nueva Orleáns vuelva a ser la que era.” Hace un año, el agua era el enemigo. Hoy ha sido reemplazada por un adversario más insidioso: la incertidumbre.

“Toda nuestra costa está en alerta”, declaró ayer la gobernadora de Luisiana, Kathleen Blanco, ante la llegada del Ernesto. Mientras Nueva Orleáns, asolada por el huracán Katrina hace un año, celebra el primer aniversario de la tragedia, la tormenta tropical Ernesto incrementaba su fuerza y se transformaba en el primer huracán de la temporada en el Atlántico.

El Ernesto se formó el viernes en el mar Caribe y se mueve en dirección Oeste-Noroeste. Podría golpear el sudeste de EE.UU. a finales de semana. Las autoridades han ordenado a los turistas que abandonen los cayos de Florida.

Atrás quedarán los blues. Se recuperarán los buenos momentos. Y seguirán los mismos problemas.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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