SOCIEDAD › SEPARAN A DOS GUARDIAS QUE CASI MATAN A UN PRESO
Los penitenciarios son de la cárcel de San Nicolás. Otros ocho guardias involucrados siguen en el penal. El preso, internado, apenas puede moverse, pero está esposado y encadenado a la cama.
› Por Horacio Cecchi
Convaleciente en el hospital San Martín de La Plata, con el hígado partido en cuatro después de una tremenda golpiza sufrida en la U3 de San Nicolás el 29 de julio pasado, al preso Ricardo de Angelis Vacarini le quedan al menos dos esperanzas por las que suspirar. La primera es que su estado es tan grave que el alta hospitalaria no se avizora en el horizonte, con lo que su regreso al antro de los borceguíes se dilatará. La segunda, que el ministro de Justicia bonaerense, Eduardo di Rocco, ordenó pasar a disponibilidad a dos guardias supuestamente vinculados con la pateadura. El pase a disponibilidad simple no fue inmediato: Di Rocco lo decidió recién al mes de la tunda salvaje y 26 días después de que lo publicara Página/12. Tampoco fue completo: no eran dos sino diez los penitenciarios involucrados directamente, entre ellos un jefe de apellido Cruz, según declaró el propio golpeado y otros dos presos también vapuleados. La prevención penitenciaria no tiene límites. A De Angelis, que apenas tiene movilidad, lo retienen esposado y encadenado a una de las patas de la cama hospitalaria de donde lo que menos puede es escapar.
En el penal le dicen Walter o Pomo, pero se llama Ricardo de Angelis Vacarini. El 29 de julio pasado se encontraba cumpliendo condena en el pabellón 3 de la cárcel de San Nicolás. Ese día, otros dos presos, Gutiérrez y Bogado, descubrieron que en la celda 142 que ambos comparten les habían robado objetos y sospecharon del Pomo, según ellos el “limpieza” del pabellón, término con el que en la jerga carcelaria se denomina al preso “dueño” del sector.
El 2 de agosto pasado, este diario publicó en detalle la evolución del incidente, reconocido públicamente por el Ministerio de Justicia un mes después con la disponibilidad de dos guardias. Alguien con las llaves a disposición abrió la puerta de la 142 y luego la que permite acceder a las duchas donde el Pomo tomaba un baño. Está claro que ni Gutiérrez ni Bogado llegaron a luchar entre sí porque los tres acusaron a los guardias. “Los guardias nos cagaron a palos”, declararon cada uno por separado al juez de San Nicolás Héctor Lescano, luego de que el defensor general de San Nicolás, Gabriel Gannon, presentara un hábeas corpus por cada uno de ellos. Gutiérrez recibió una pateadura antes de llegar al baño. Bogado, ya dentro de las duchas, recibió un escopetazo en la axila y una puñalada en un muslo. El Pomo de Angelis fue el que la pasó peor. Después de que lo molieron a palos, lo tiraron por una escalera. Inconsciente, despertó en el despacho “del jefe Cruz”, que también le dio lo suyo. Después, fue arrojado a un cubículo junto al sector de visitas, donde fue encontrado por un preso que avisó a la guardia del día siguiente.
De allí lo enviaron al hospital San Felipe, de San Nicolás, donde después de permanecer unos días fue derivado hacia el hospital San Martín de La Plata, de mayor complejidad. “Lo tienen esposado al pie izquierdo y con una cadena que lo sujeta a la pata de la cama. No sé para qué si mi hijo no se puede mover ni siquiera para ir al baño”, dijo Mónica Vacarini, madre del joven preso.
Después de haber pasado por la sala de cirugía, el Pomo se recupera, aunque los médicos no se animan a establecer un diagnóstico de futura mejoría. “Le partieron en cuatro el hígado –describió la mujer–, le reventaron la zona biliar, le reventaron el bazo, el colon, el páncreas, lo tiraron para que se muera solo como un perro, durante un día y sin atención médica. ¿Vio cuando los alemanes hacían eso con la gente? Bueno, éstos son peores. Los del Servicio Penitenciario son una mafia. No son peleas entre presos como ellos dicen. Los matan de hambre, los matan a golpes, los médicos no son médicos, son animales...”
El 28 de agosto pasado, Di Rocco informó que se tomaba la medida de disponibilidad contra el alcaide Lucas Burucua, jefe de turnos, y el subalcaide Mario Rible, inspector de pabellón. Medida que en sí misma no es disciplinaria porque no implica reconocimiento de responsabilidad ni retención del salario, sino una licencia. En la jerga lo llaman freezer yel efecto es ése: enfriar el asunto.
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