SOCIEDAD
Donde hubo espacios privados, florecen emprendimientos públicos
Las ocupaciones de espacios abandonados por parte de asambleas barriales se multiplican en la ciudad. Ahora se sumaron una pizzería de Parque Avellaneda y un terreno en Villa del Parque.
› Por Eduardo Videla
La ciudad tiene espacios que cayeron en el abandono y el olvido. Esos lugares, que alguna vez fueron propiedad privada y se convirtieron en “tierra de nadie”, en el sentido más estricto, están pasando de a poco, aunque de manera precaria, a manos públicas. Ocurrió en Directorio y Lacarra, esquina emblemática de Parque Avellaneda, donde vecinos que integran la asamblea barrial recuperaron el edificio de la Pizzería Alameda y lo convirtieron en un comedor popular. Los de Villa del Parque los imitaron hace una semana: comenzaron a limpiar un terreno de 20 metros por 20, donde alguna vez se levantó una sucursal del Banco Nación, y allí piensan poner en marcha una huerta orgánica comunitaria y hornos de barro para fabricar pan. Ambos casos se suman a la experiencia de Villa Urquiza, un comedor popular armado por los vecinos en una vieja pizzería de barrio.
El trabajo de algunas asambleas muestra cómo estos movimientos transitan desde el debate de ideas hacia experiencias de gestión. En el caso de Parque Avellaneda, los asambleístas lo definen así: “O nos quedábamos discutiendo sobre qué hacer con el Fondo Monetario, o encarábamos un proyecto de trabajo con la gente”, dice Julio, uno de los asambleístas que el 8 de junio último abrieron la empalizada de la pizzería e ingresaron al local abandonado.
Era la 1.20 de ese sábado cuando entró el grupo de avanzada. “Estaba todo cubierto de mugre. Los delantales de los mozos todavía estaban colgados en un perchero, con los papelitos de los pedidos del último día, y la hoja del taco de calendario que estaba a la vista indicaba el 31 de diciembre de 1998, el último día que el bar estuvo abierto”, relata Julio, enhebrando los hechos de aquel mediodía. Todo estaba como si los dueños del lugar hubieran huido. “Hasta había alimentos podridos en la heladera”, agrega.
“Estuvimos limpiando durante todo el fin de semana y después hubo que reparar una viga, que estaba por derrumbarse”, agrega Fabio, que gracias a su oficio de electricista, pudo reestablecer las conexiones y devolverle luz al local.
Mientras un grupo apuntalaba la viga, levantándola con un criquet y consolidándola con cemento, otros empezaban a construir el proyecto del comedor. “Armamos el padrón con la ayuda del Centro de Salud, que nos manda a la gente con necesidades alimentarias que se atiende allí”, explica Daniel Trifone, asistente social desocupado, con la lista de beneficiarios en la mano. “Toda la gente que atendemos viene con control médico”, aclara.
El comedor funciona, por, ahora lunes, jueves y sábados, pero la semana próxima se largará todos los días. “Los días hábiles vienen unas 60 personas, en dos turnos. Los sábados son más de 100, porque vienen los chicos que ese día no comen en la escuela”, agrega Daniel. Todas las tardes, después del horario escolar, unos cincuenta chicos se acercan para tomar la merienda. También hay clases de guitarra, apoyo escolar y consultas psicológicas.
Las mesas del bar se juntan en hileras en un ala del local, y las familias comen un plato de guiso de arroz que preparó Julia, una cocinera del barrio, también desocupada, que se acercó para colaborar. “Estaba muy sabroso”, elogia Víctor (40), un changarín que vive con su mujer y cuatro hijos en una pieza, dentro de una casa tomada en Directorio al 3700. En una bolsa, se lleva de regalo algunos panes y frutas para la noche.
“Cuando los vecinos nos vieron adentro nos preguntaban emocionados: Muchachos ¿van a abrir la Alameda?. Y cuando les dijimos que íbamos a hacer un comedor nos felicitaron, muchos empezaron a traer alimentos”, cuenta Julio.
Como la comida no resultaba suficiente, los asambleístas llevaron el proyecto a la Secretaría de Desarrollo Social, donde se aprobó un aporte de alimentos para sostener el comedor. “Nos dan arroz, harina, polenta, papas, calabazas, cebolla y fruta. También leche en polvo, yerba y cacao,para la merienda”, exhibe Flavio, en una recorrida por el modesto depósito de mercadería.
Los bollitos de pan todavía están calientes. Acaban de cocinarse en el horno de la ex pizzería y los ha amasado Alejandro, maestro panadero, que todos los días procesa, en promedio, cuatro kilos de harina. La materia prima, en su mayoría, proviene de donaciones de los profesionales y empleados del Centro de Salud Nº 13, ubicado a dos cuadras del comedor.
“Yo no tengo nada que ver con la asamblea”, aclara la doctora Gladys Bianchi, directora del centro asistencial, que depende del Hospital Piñero. “Pero cuando me enteré de que habían hecho un comedor, me pareció una muy buena idea: les indicamos a las personas más carenciadas que vienen a atenderse acá, y que la están pasando muy mal, que podían ir a ese lugar”, comentó. La profesional, además colaboró con los asambleístas en la gestión ante frigoríficos de la zona para obtener donaciones de carne, “como para tener raciones con más proteínas”.
Para los vecinos que organizaron el comedor –escindidos de otro sector de la asamblea–, la experiencia no se agota en la asistencia alimentaria. “Queremos construir desde abajo un nuevo modelo de economía.” Por eso, ayer realizaron en el local un debate sobre economías solidarias, con la participación de militantes de la corriente Aníbal Verón, representantes de experiencias cooperativas y clubes de trueque.
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