Mar 03.10.2006

SOCIEDAD

El Nobel de Medicina fue para una investigación sobre la genética

Los ganadores fueron dos norteamericanos que descubrieron cómo actúan los genes y de qué manera se puede inhibir su acción.

› Por Pedro Lipcovich

Tan importante como saber hablar es saber callar: el genoma –el conjunto de genes que regula el crecimiento y actividad de todo ser viviente– aprendió esto antes que nadie: la vida sólo es posible porque los genes sólo “se expresan” –como dicen los científicos–, sólo actúan en el momento y bajo la circunstancia apropiados. Andrew Fire y Craig Mello, premiados ayer con el Nobel de Medicina, descubrieron uno de los mecanismos fundamentales por los cuales los organismos regulan la expresión de sus genes. Esto los llevó, también, a descubrir cómo hacer callar a los genes: encontraron un procedimiento para inhibir, a voluntad, la expresión de un gen determinado. Su hallazgo abrió, desde 1998, un capítulo nuevo en la investigación genética, y podría conducir a revolucionarias terapias contra enfermedades como el sida y el cáncer. Un científico argentino que trabajó con Fire reveló a este diario algunas de sus características personales, y las mamás que lean esta nota podrán saber qué rara cualidad conviene estimular en el nene porque lo acerca, un poquito, al Nobel: la de prestar atención a hechos minúsculos, que suelen pasar desapercibidos.

Fire y Mello, ambos norteamericanos, trabajaron en conjunto sobre un gusano llamado Caenorhabditis elegans. Ya se sabía, como dato central en la biología contemporánea, que el ADN –la famosa doble hélice que, en el núcleo de cada célula, contiene toda la información genética– transmite la información de cada gen al llamado ARN mensajero; éste a su vez imparte a la maquinaria celular la orden de fabricar determinada proteína: esto es, a nivel molecular, la “expresión” del gen; en el caso del Caenorhabditis, la proteína estudiada activaba la capacidad de contraerse.

Pero, ¿cómo hace la célula para impedir que un determinado gen se exprese? Fire y Mello encontraron un sistema llamado “ARN de interferencia”: este ARN inhibe la capacidad del ADN para transferir la información de un gen determinado. Cuando estos investigadores lograron elaborar un ARN de interferencia para el gen que estudiaban en el Caenorhabditis, obtuvieron gusanos mutantes, que habían perdido la capacidad de contraerse.

Estos hallazgos, publicados en 1998 en la revista Nature, abrieron un promisorio camino, sobre todo cuando pudieron aplicarse a la secuenciación del genoma completo, completada en 2003: una excelente manera de estudiar un gen es anularlo mediante ARN de interferencia y ver qué efectos se producen. Pronto surgieron, también, estudios con perspectiva clínica, por ejemplo, para cimentar “terapias génicas” contra el cáncer; además, en ensayos con ratones, el procedimiento resultó efectivo para silenciar un gen que causa altos niveles de colesterol, si bien esa supresión traía problemas colaterales importantes.

Mario Lozano –director del Departamento de Ciencia y Tecnología de la Universidad de Quilmes– comentó las perspectivas que esta técnica podría tener para el tratamiento del VIH/sida: “Este virus se reproduce ‘obligando’ a la célula infectada a sintetizar proteínas que lo componen: si se pudiera aplicar un ARN de interferencia que impidiera esa síntesis, el VIH podría eliminarse. De todos modos –advirtió el científico– esto es hasta ahora sólo una posibilidad teórica”.

Mariano Levin –investigador superior en el Instituto de Genética y Biología Molecular de Conicet– recuerda a Andrew Fire como “una de las personas más abiertas y humildes que he conocido. Nos pusimos en contacto porque ellos habían confirmado su descubrimiento en el Tripanosoma Africanus y nosotros les pedimos datos aplicables al Tripanosoma Cruci, causante del Chagas. Llamaba la atención el temperamento excepcionalmente curioso, inquisitivo, de Fire: eso le permitió descubrir el ARN de interferencia, para lo cual tuvo que registrar unos fragmentos de ARN infrecuentes, muy pequeños, que a otro observador le podían haber pasado desapercibidos”.

Cuando hicieron su descubrimiento, Fire, de 47 años, trabajaba en la Carnegie Institution, en Maryland, y Mello, de 45, en el Centro de Cáncer de la Universidad de Massachusetts. Compartirán un premio de 1.370.000 dólares.

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