SOCIEDAD › ADELANTO DEL LIBRO “JOE BAXTER, DEL NAZISMO A LA EXTREMA IZQUIERDA”
Fue uno de los fundadores de Tacuara, un adolescente gordo que le escribía poemas a Primo de Rivera. Pero en una trayectoria tal vez posible sólo en su época, se corrió al peronismo y terminó entrenando en Argelia y China, y funcionando como una suerte de combatiente internacional entre el ERP, Tupamaros, MRT y Cuba. Fragmentos de la biografía que distribuye Norma esta semana.
› Por Alejandra Dandan
y Silvina Heguy
Al Grupo Nacionalista Revolucionario Tacuara la Policía lo tenía fichado como Grupo Baxter. Con armas guardadas hasta en las bóvedas de los cementerios, la nueva agrupación se lanzó a buscar financiamiento para sus operaciones. ¿Y dónde estaba el dinero?, le gustaba preguntar a Baxter. En los bancos, respondían los integrantes de la nueva fracción. Entonces, argumentaban, ahí había que ir a buscarlo. En los primeros meses de 1963, los tacuaristas se dedicaron a buscar objetivos para robar o para “apropiarse”, como preferían decir para diferenciarse de los delincuentes comunes. Pero el borde entre lo delictivo y lo revolucionario era muy difícil de mantener. El dato para la operación más importante que iban a emprender ese año lo trajo un día Ricardo Vieira, el estudiante de Medicina que realizaba sus prácticas en el Hospital Neuropsiquiátrico Borda. En una de sus salas del barrio de Barracas se planeó la primera operación de guerrilla urbana de la historia argentina.
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Perón, como todas las mañanas de invierno, se había levantado a las cinco. Lo habían despertado los gallos. Después de unos mates amargos dio su habitual largo paseo por las calles del barrio. De vuelta había tomado varios mates más. El ritual matinal indicaba que estaba listo para recibir a la larga lista de invitados diarios. Los esperaba en su escritorio atiborrado de libros y cartas para responder. Aquel 7 de enero, a Baxter lo acompañó un empleado hasta la habitación que ocupaba la planta baja.
(....) Villalón abrió la puerta del despacho de Perón y se encargó de hacer las presentaciones. Perón había pasado los últimos diez años recibiendo visitas de distintos sectores de la política argentina y, a esa altura, era un experto anfitrión.
Como parte de su bienvenida, y para hacer sentir bien a su invitado, Perón le comentó a Baxter que conocía perfectamente la trayectoria del grupo al que representaba. Incluso recordó que le había enviado una carta con su fotografía firmada cuando dos de sus miembros habían caído presos. El 17 de octubre de 1962, José Luis Nell y Rubén Rodríguez habían sido detenidos por el robo de varios autos. Perón se había solidarizado con ellos en su condición de luchadores contra el régimen militar.
En su monólogo de recibimiento, Perón se explayó sobre los escritos de la agrupación Tacuara que había leído. Se extendió también en un largo elogio sobre uno en especial, que alababa al Estado fascista italiano de Benito Mussolini. Le comentó a Baxter que en la época del Duce había visitado Italia y que él también había quedado impresionado por la organización del Estado italiano y por los escritos de Mussolini. Baxter no respondió al comentario y la conversación se desvió hacia la política argentina. Cuentan que fue Campos quien, después de la primera visita de Baxter, le dijo a Perón:
Disculpe, General, pero estos muchachos leen más a Mao que al Duce.
Al otro día, Baxter se encontró en el escritorio de Perón algo diferente. Entre las carpetas y papeles había un nuevo retrato: el del líder chino. Baxter no dijo nada sobre el retrato de Mao. Pero cuando volvió a Buenos Aires se cansó de contar la anécdota y casi siempre la terminaba de la misma manera, con una gran carcajada y repitiendo:
Hay que seguir a este hombre, ¡este hombre sabe! Baxter se despidió de Perón y su séquito en el jardín de la quinta. Mientras caminaba hacia el portón, Perón lo miró de lejos y le dijo a Villalón una de esas frases que parecía decir sólo para que quedaran en la historia: “Un muchacho fantástico. Parece capaz de hacer él solo la revolución”. Baxter tenía 23 años y, si bien no estaba dispuesto a hacer solo la revolución, sí quería aprender las técnicas de los movimientos revolucionarios. Al otro día del segundo encuentro, viajó a la RAU y después a Argelia.
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Desde las ventanas del Hotel de las Nacionalidades, los argentinos quedaron extasiados ante la panorámica de la plaza de Tiananmen. Durante el primer mes de su estadía en China ése sería su lugar de residencia. La primera noche eligieron comer en el restaurante oriental y dejaron de lado el que ofrecía comida occidental. Querían aprender todo del país que había logrado la revolución tan soñada. Desde la ventana de su habitación Baxter se quedó en silencio. Había algo que no podía explicar sobre lo lejano, conmovedor y tétrico del paisaje urbano. Las luces de los autos iban y venían por la avenida. El silencio que desprendía el país más poblado del mundo era abrumador. Se lo comentó a Rodríguez y juntos se dieron cuenta de que la falta de carteles de publicidad era lo que provocaba esa extraña visión. Baxter y sus compañeros estaban rodeados de millones de personas y no escuchaban nada.
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La rutina en la academia era dura. El día comenzaba a las cinco y media de la mañana. El grupo estaba fuera de forma y en los primeros días les costaba seguir el entrenamiento. Al principio, el instructor los hacía correr poco: unos dos kilómetros por día. Pero sobre el final llegaron a trotar en buen ritmo casi doce kilómetros diarios. En cada salida al exterior quedaban sorprendidos de la cantidad de pequeñas brigadas extranjeras con las que se cruzaban.
Una mañana, el instructor les hizo una seña para que se corrieran hacia la derecha para dejar pasar a una brigada. Los argentinos no podían creer que quienes les estaban ganando en la carrera eran parte de una compañía femenina china. Subían una montaña corriendo y cargadas con todo el arsenal para un ataque: desde armas de guerra hasta mochilas, fusiles y morteros. Más allá del entrenamiento físico, de aquella experiencia Baxter se llevó uno de los conceptos claves para su vida política: el de guerra revolucionaria que, a la manera china, significaba la lucha popular y prolongada contra el régimen. Después de sus días en China, Baxter se transformó en uno de los personajes que se dedicaron a expandir esta técnica en América latina.
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Los conoció sin verles la cara. Cubierto por una capucha, atravesó el pasillo y enfiló para el fondo de una casa que les habían prestado en pleno Barrio Norte. Otros ocho enmascarados esperaban adentro, todos sentados detrás de un biombo. Entró con Mario Roberto Santucho, aunque nadie lo reconoció porque también estaba cubierto con un pasamontañas. Del plenario clandestino participaba un grupo muy reducido de delegados del PRT. Habían llegado de toda la provincia de Buenos Aires para preparar un documento clave para el V Congreso del Partido que iba a realizarse veinte días más adelante, entre el 28 y 30 de julio de 1970.
Baxter no pronunció palabra. Al presentarlo, Santucho lo describió como un integrante del Comité Central y lo llamó por su nombre de guerra, Rafael Barletta. ¿Quién era?, se preguntaron en la sala.
Aunque los participantes de la reunión lo consideraron como un gesto exagerado, Baxter había sugerido el uso de las capuchas como medida de seguridad. Con el mismo objetivo preparó un sistema para controlar la entrada y salida de la puerta de calle. Le pidió a Luis Pujals que permaneciese ahí y le dio una serie de instrucciones. Pujals se quedó parado, de espaldas, a la espera de los que iban llegando. Cuando entraban les pedía un santo y seña. Si era correcto, les daba una capucha y sin mirarlos a la cara decía:
Pasillo al fondo, a la derecha.
La reunión se hacía en casa de los Gelter, dos hermanos polacos (desaparecidos después de 1976). Desde la entrada salía un largo pasillo que desembocaba en el living donde se llevaba a cabo la reunión. Los que llegaban podían caminar por el pasillo a cara descubierta, pero antes de entrar a la sala donde detrás del biombo estaban los encapuchados tenían que cubrirse obligatoriamente.
Cuando la reunión terminó, un delegado de Zárate caminó, completamente intrigado, hasta donde estaba el encargado de la regional Buenos Aires para preguntarle quién era ese inmenso sabelotodo que parecía muy seguro de lo que decía. Acosado por las preguntas, el de Buenos Aires finalmente habló:
–¿Qué quién es? –le dijo–. ¿Te acordás del asalto al Policlínico Bancario?
La fama de Baxter había crecido repleta de fábulas, leyendas pero también con fragmentos de sus historias verdaderas. En el PRT habían escuchado de su estadía entre los revolucionarios de Vietnam, de la condecoración de Ho Chi Ming y de su entrenamiento en China. Santucho lo recibió como un revolucionario de fuste especialmente porque, como decían entonces, llegaba con las “chapas de Vietnam”. En esas condiciones lo sumó como un cuadro político mayor, con el grado de comandante revolucionario que había alcanzado en La Habana. Siempre dijo que los cubanos se lo habían presentado y entregado para trabajar en el Partido.
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El 31, los diarios publicaron la noticia del asesinato de Hermes Quijada. La policía señaló a Víctor José Fernández Palmeiro como responsable del asesinato. La televisión trasmitió durante varias horas partes informativos. Los flashes aparecían a mitad de una novela que contaba cómo una chica de doble apellido se enamoraba de un taxista llamado Rolando Rivas. Fernández Palmeiro no había actuado solo, decían los presentadores de noticias. Pero nadie tenía información del resto. Frente a las cámaras, un militar explicó luego algunos detalles del operativo. Se supo, y se dijo, que los autores habían contado con un coche de apoyo, pero que huyeron en motocicletas.
¡Zas!
Dijo Oscar Falchi, el chico de los cines club de la Acción Católica, un ex militante de Tacuara sentado ante el televisor de su casa, casado y frente a su mujer.
¡Zas!
Y dudó en seguir hablando. No podía contarle de cuando era chico, ni de las veces, tantas veces, en las que mirando Lawrence de Arabia u otras películas de acción con sus amigos habían planeado un asesinato de esa misma forma. Un atentado igualito. Como nunca antes se había hecho en la Argentina.
¡Zas!
Y mirando a su mujer dijo:
¡Zas! ¡Volvió el Gordo Baxter!
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