SOCIEDAD
› DETUVIERON AL POLICIA QUE HABRIA MATADO A VARIOS ADOLESCENTES
El jefe del escuadrón, a la sombra
Hugo Cáceres está sospechado de ser el jefe del escuadrón que acabó con la vida de varios adolescentes. Ayer fue detenido acusado de matar a Guillermo Ríos, de 16 años, y “plantar” un arma a su lado. Página/12 investigó el caso y aportó el testigo clave.
El hombre señalado como capo del escuadrón de la muerte de Don Torcuato investigado por Página/12 hace más de un año cayó por fin la noche del miércoles. Hugo Alberto Cáceres, famoso como “El Hugo Beto”, mandamás del negocio de la seguridad privada en la zona norte, fue detenido por orden del fiscal Lino Mirabelli. A Cáceres se lo culpa del homicidio de Guillermo “Nuni” Ríos, de 16 años, fusilado la noche del 11 de mayo de 2000 y el primero de los chicos ladrones víctimas del escuadrón de acuerdo con la lista de casos denunciada por la Suprema Corte de Justicia bonaerense. La trama de este crimen fue investigada por Página/12 y la abogada Andrea Sajnovsky, de Correpi, que hace más de dos meses acercaron a la fiscalía dos testigos de identidad reservada claves para la resolución del caso. Uno de los jóvenes aportó lo esencial para rearmar lo que pasó con Nuni: “A mí el Hugo Beto me robó una nueve milímetros”, contó el testigo. Su descripción exacta del arma demostró a Mirabelli que esa pistola no es otra que la que Cáceres “plantó” al costado del cadáver de Ríos tras el fusilamiento. Además del policía, con una hinchada de vecinos en los barrios que custodia, se busca por el crimen al oficial Marcelo Anselmo Puyo, prófugo de la Justicia.
Nuni Ríos era un pibe de esos que saludan a todo el mundo en el barrio, de esos que cuando aspiran la bolsita de poxi de la culpa que les da, le dicen “disculpe, doña” a la vecina que pasa. Así lo recuerdan los amigos. Sus padres no terminaban de enterarse que de vez en cuando Nuni salía a robar a choferes de autos caros con un pistolón calibre 32 que no funcionaba y que había comprado a cien pesos. “Lo usaban para ‘empavurar’”, le contó a este diario y más tarde al fiscal Mirabelli el testigo de identidad reservada. El término, salido de la “pavura”, indica que para el chico la estrategia era atemorizar al conductor hasta sacarle la billetera. Sucede que el 11 de mayo, cerca de las nueve de la noche, algo salió mal. Colgados por el poxi que habían aspirado se fueron a cruzar con el auto de Cáceres.
La versión de Cáceres y de Puyo fue desde el comienzo que Nuni y otro chico se les pararon frente al Chevrolet Monza blanco sobre la calle Reconquista, casi Juana de Arco, Ríos con una 9 mm y el pistolón 32 y su compañero con una escopeta 12.70. Los policías, uno de la Comisaría 3ª de Don Torcuato –conocida como La Crítica– y el otro del Comando de Patrullas Tigre, juran que los pibes les dispararon, que ellos respondieron y que después de una persecución de tres cuadras, en los fondos al aire libre de un taller de chapa y pintura sobre la calle Pacheco “abatieron” a Ríos mientras él les disparaba como loco con una 9. El otro ladrón escapó. A ese sobreviviente Página/12 lo vio y entrevistó dos veces. Pero el chico siempre mintió. Según él a Nuni lo acompañó hasta una esquina y cortó por otro camino.
Claro que ni las balas encontradas en el lugar, ni las armas, ni la supuesta posición de los policías encajaban con esta versión de los hechos. Después de un recorrido largo, de varios intentos vanos, este cronista dio con los dos testigos que terminarían cerrando lo que el fiscal Mirabelli ya sospechaba: era cierto que Nuni y su compañero salieron de la villa, donde pasaban el rato en la esquina junto a los testigos y otros adolescentes, para robar algún auto, pero con un pistolón que, según demostraron las pericias, nunca funcionó. “Ese día como a las nueve llegó corriendo P. –el compañero de Nuni–, desesperado. Nos dijo: ‘Lo quisimos apretar y era el Hugo Beto, yo me escapé y me parece que lo bajaron a Nuni’. Así que nosotros supimos por él que lo habían matado.” Otro testigo también desmintió la versión de P. Y el testigo de identidad reservada contó entonces que entre dos y dos meses y medio antes en la esquina de la cancha Los Pinos lo paró Cáceres. El, que entonces robaba, llevaba encima la 9 milímetros que había heredado de su hermano. Cáceres se cercioró, antes de robársela y dejarlo ir, de que la 9 funcionaba. Como si nada disparó cuatro veces en al piso. Como si nada también el 11 de mayo de 2000 persiguió a Ríos hasta que lo encerró entre dos autos del taller de la calle Pacheco. Así lo describe el fiscal Mirabelli en la solicitud que elevó al juez de Garantías de San Isidro, Juan Maquintach, quien ordenó las detenciones. “El testigo describió con absoluta precisión tanto el pistolón calibre 32 como la 9 mm a la que reconoció entre varias”, le dijo ayer a este diario. El fiscal acumuló pruebas suficientes para demostrar que la muerte de Ríos se trató de un fusilamiento de alguien que estaba desarmado a pesar de que los fiscales John Broyard y Jorge García –sumariados por la Procuración General de la Corte– cometieron una lista de cinco irregularidades en la conservación de la prueba: ni siquiera numeraron las vainas de proyectiles encontradas en el lugar. De todas maneras el cruce que Mirabelli hizo entre la versión policial y la posición de las vainas le permitió demostrar que el único que puede haber disparado contra Ríos con la pistola 9 milímetros robada fue el propio Cáceres, para luego plantar “el perro” –como se le dice en la jerga a las armas que la Bonaerense lleva encima para este tipo de casos– en las manos del chico.
Mirabelli está convencido de que quien le dio el tiro en la cabeza y otros dos en el pecho a Ríos no fue Cáceres sino Puyo, todavía prófugo. Y también considera que los policías avisaron del hecho casi una hora y media después de lo que en realidad había sucedido. Uno de los testigos cuenta en la causa que se enteró de la muerte de Nuni cuando estaba empezando “Los buscas de siempre”, que iba a las 21 por el Canal Azul. Pero el dato que más impresiona de toda la investigación es el aporte que hizo el periodista Ricardo Ragendorfer, quien poco tiempo después de la muerte de Ríos entrevistó a Puyo y Cáceres en la casa de éste. “Era una taquería privada con radio y muchas armas.” Cáceres tenía en sus manos un cartel de Correpi que denunciaba las muertes del escuadrón. “Mirá la foto que ponen en los carteles, parecen angelitos –le dijo el capo–. Yo te voy a mostrar lo que eran estos pibes.” Y sacó un cuaderno Gloria, manchado, lleno de fotografías de chicos apaleados, amoratados o muertos. Allí estaba la foto de Ríos parado en un descampado, con las manos atrás. “Este ya es boleta”, le dijo Cáceres. Abajo se leía: “abatido”. El fiscal no encontró el cuaderno, pero sí negativos de varias fotos con chicos parados como Nuni, o quizás abatidos como él.