Jue 14.12.2006

SOCIEDAD  › UNA CITA EN LA TUMBA DE SU MADRE LE PERMITIO HALLAR A SUS HERMANOS

Un ramo de flores para el encuentro

Hace cuatro años comenzó a buscar a su madre, que lo había abandonado cuando tenía dos. Pero ella había muerto y en el cementerio halló a su hermana mayor. Juntos buscaron al resto.

› Por Carlos Rodríguez

Se cruzaron en el portal de ingreso al cementerio de Campana. Una voz interior les dijo que tenían una historia en común. Se miraron, pero los dos siguieron su camino. Ella el de salida, mientras él se encaminaba hacia el sitio donde está la tumba de su madre. Luis Mardones, de 19 años, intuyó que esa mujer joven podía abrirle el camino hacia la reconstrucción de su propia historia. “Sentí que era un ambiente conocido”, recuerda Luis a Página/12, varios meses después de ese primer encuentro. Miriam Mardones (24) decidió volver sobre sus pasos, pero como todavía desconfiaba de su instinto, hizo como que estaba confundida y simuló seguir de largo, hasta que se decidió a preguntar: “¿Vos sos mi hermano, el que me llamó por teléfono el otro día?”. Para Luis habían terminado cuatro años de búsqueda y una vida de abandonos, primero el de su madre biológica, luego el de sus padres adoptivos. Hoy, Luis Mardones ha logrado tomar contacto con siete de sus hermanos y todavía sigue buscando a otros dos.

Ayer, vestido de chef, la profesión elegida, hizo una comida para agradecer a todos los que lo ayudaron a torcer un destino que parecía lleno de ausencias definitivas. El almuerzo se hizo en la sede del Centro de Asistencia Transitoria (CAT) ubicado en Castañón 1048, en el barrio porteño de Flores, que depende del Consejo de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes que preside María Elena Naddeo. La directora del CAT, Silvia Nespereira, fue testigo de los esfuerzos que hizo Luis para reencontrarse con los suyos. “El llegó a nosotros hace cuatro años, en 2002, luego de llamar a la línea 102 del Consejo, porque se había fugado de la casa de sus padres adoptivos.”

Luis nació el 5 de febrero de 1987. A los dos años su madre lo abandonó. Después de pasar por varios hogares de menores, a los 11 años lo adoptó un matrimonio mayor que no podía tener hijos. La imposibilidad siguió porque a Luis nunca lo trataron con cariño. “Un día no soporté más y me fui. Era invierno, llamé al 102 y les dije: ‘Vengan a buscarme porque tengo mucho frío’”. Así llegó al CAT que, como explica Nespereira, “no es un hogar, sino un centro de atención de urgencias. Aquí se los contiene y luego se les busca un destino”.

Revocada la adopción, Luis se instaló con el tiempo en el hogar de la Fundación Amanecer, donde todavía vive, mientras sigue estudiando con vistas a su sueño de ser “abogado civil, además de chef”. Cuando comenzó la búsqueda de su identidad, Luis no sabía ni siquiera cuál era su apellido. Después de mucho pedirlo, el juez que tenía su causa le entregó su DNI y le dio el nombre de su madre biológica, Rosa Ernestina, a la que buscó por Pilar y por Campana. Cuando creyó que la encontraba, le dijeron que ella había muerto dos meses antes. Entonces fue por primera vez a la tumba en el cementerio de Campana.

“La primera vez que fui encontré dos rosas sobre la tumba. Eran flores frescas, recientes. Le había llevado una carta a mi mamá, para dejar ahí, pero cuando vi las flores, dejé otro papelito con mi nombre y el teléfono del hogar donde estoy. Allí me llamó Miriam, mi hermana mayor.” Luis aclara que sólo cree “en Dios y no en los milagros”, pero desde ese primer encuentro piensa que fue su madre la que “hizo algo para que nosotros pudiéramos vernos”. Con Miriam estuvieron conversando por horas, al pie del sepulcro de Rosa Ernestina. La búsqueda siguió con mayor entusiasmo y hoy Luis ha tomado contacto personal con cuatro de sus hermanos: Miriam (24), Eugenio (23), Yanina (10) y Matías (14). Por ellos supo que tiene otros cinco hermanos, dos mellizas de 13 años, José Luis (9) y otros dos cuyos nombres ignora, al igual que su paradero.

La tarea fue difícil porque todos los hermanos encontrados viven en distintas casas, con familias diferentes. Todavía no se vio personalmente con las mellizas y tampoco con José Luis, pero habló con ellos por teléfono. Otro momento emocionante fue la primera vez con Yanina. “Ella vive con sus padres adoptivos y todo fue muy lindo, porque la familia me recibió muy bien cuando los llamé para poder conocer a mi hermanita.” Fue Yanina la que dijo el primer “te quiero conocer”. El encuentro fue en la estación de Tristán Suárez. “Cuando bajé del tren, sentí que alguien se me colgaba del brazo y me gritaba: ‘¡Vos sos mi hermano!’. Era fácil porque cuando la miré a la cara, creí que estaba frente a un espejo. Somos muy parecidos, somos como mi mamá.”

A otro de sus hermanos, a Eugenio Mardones, lo pudo encontrar mediante un aviso en un canal de televisión de Pilar. Antes había recorrido el barrio y también trató de reconstruir su infancia en Campana. Fue hasta una casa de Echeverría y La Pampa, donde tenía “algunos recuerdos muy vagos porque era muy chico cuando me fui de ese lugar”. Con tantos años de soledad nunca buscada, Luis se ha hecho muy afecto a las reuniones ampliadas. Por eso, cuando se reencontró con los primeros cuatro hermanos, hizo una reunión en un club de Núñez. “Esa vez no cociné yo, hicimos unos patis. Lo importante era habernos encontrado.”

A pesar de que sólo estuvo unos meses, Luis sigue agradecido con la gente del CAT. En la atención se turnan 26 personas, entre trabajadores sociales, psicólogos, psicopedagogos, psicólogos sociales y operadores sociales. A ellos agasajó ayer Luis, con un guiso de pollo delicioso y como postre, budín de pan con dulce de leche o crema, a elección, todo preparado por él. Luis sonríe poco y no es muy expresivo. La procesión va por dentro y el agradecimiento le sale con gusto a comida rica y sencilla. Con calor de hogar.

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