Vie 05.01.2007

SOCIEDAD

Y al cuarto día, los nubarrones se apartaron y por fin apareció el sol

Después de tres días nublados y frescos, los turistas pudieron disfrutar ayer la primera jornada plena de playa. Junto con las nubes se despejó el mal humor y la ciudad quedó vacía.

› Por Carlos Rodríguez

Desde Mar del Plata

Macumbas, rezos y promesas al Altísimo, cábalas, exorcismos, miles de puteadas a contraviento, todo al unísono. Nadie sabe qué fue lo que sirvió, pero el de ayer fue un día de sol y playa. A la voz de “¡aleluya, hermanos y hermanas!” se produjo el bautismo de agua salada a granel, sin distinción de razas ni credos. Sergio (25), con el tobillo derecho esguinzado –fea palabra, feo dolor–, enderezó hacia el mar como si la inmensidad azul verdosa fuera una santa sanadora. “Por suerte ya no te ponen un yeso duro, tieso. Con este parche en la gamba al menos me puedo salpicar un poco en la orilla”, se justifica el joven de Villa Crespo, mientras dos amigos lo ayudan a caminar por La Perla, llena de veraneantes eufóricos con tanto y con tan poco. Más al sur, los 24 balnearios de Punta Mogotes estaban al mango, igual que el resto de las playas. Un descanso para la ciudad, que se quedó sin gente y sin quejas.

Los datos oficiales dicen que 250.380 turistas recibieron 2007 en la ciudad. Ayer, buena parte de ellos se tiró de cabeza al mar. En la playa 21 de Mogotes, el odontólogo Marcos mira con su mujer, Carla, cómo los tres hijos del matrimonio –Paloma (3), Pedro (5) y Pilar (7)– juegan a ser surfistas con tablas de juguetería. “Somos de Mar del Plata, del barrio San Carlos, venimos a Mogotes porque es una tradición. Venían mis abuelos y mis padres. Los marplatenses nos acomodamos al turismo, a la invasión. En el verano tenemos bares alternativos, rutas por calles alternativas, todo un laberinto para seguir creyendo que estamos solos, que la ciudad sigue siendo nuestra, como el resto del año. Igual somos agradecidos al turismo. Nos da de comer a todos”, explica el hombre.

Marcos y Carla, los dos con profesiones relacionadas con la medicina, forman parte de un grupo de 20 amigos “hospitalarios”. Son pediatras, ginecólogos, anestesistas, cirujanos. A su lado, Marina observa cómo su hija Vanina (4), hace piruetas sobre una tabla de surf, sin que se le caiga el sombrerito color fucsia. “Lo que pasa es que lo lavé y se le achicó”, dice con culpa, sin pretender hacer una broma.

“Uhhh, se oscureció todo.” Un joven de short anaranjado furioso ensaya un chiste racista. El oscurecimiento se debe a la presencia de alguien que dice llamarse algo así como “Gey Sepaco”. Todos le dicen “Paco”. Es un senegalés auténtico que llegó de su país hace tres meses. Como todos los africanos que andan por Mar del Plata, venden chucherías doradas, que guardan como tesoro en coquetos portafolios negros de ejecutivo. Otro africano, que no vende nada, pasa cantando una melodía tribal, en su idioma, mientras hace gestos que indican que está buscando un baño, con cierta urgencia. Simpático y exhibicionista, se baja el cierre a la vista de todos y un grupo de adolescentes que pasa corriendo se acerca para saber si es cierto lo que se dice de los de raza negra. Uno de los chicos le pide al morocho que se quede quieto y se lleva una instantánea de recuerdo. Un souvenir exótico, sin duda.

Gustavo, también marplatense, confirma que el turismo sirve para parar la olla. Cobra 20 pesos por cabeza para subirse 15 minutos sobre esas bananas de plástico que se internan en el mar, arrastradas por una lancha con motor fuera de borda y que casi siempre arrojan por la borda, en medio del mar, a sus ocho pasajeros “obligatorios”. Si la banana no se llena, el negocio no funciona. En la playa rige el todo vale, siempre que haya sol. Desde el puente del Torreón del Monje o desde el mirador de Waikiki, las postales están llenas de gente.

Cristian trabaja de mozo en un restaurante de la playa donde se come bien “por 35 pesos”. También es marplatense, pero vive en Buenos Aires. Se vuelve al pago sólo por el verano y para trabajar. “Me gusta la ciudad, pero prefiero el ruido. En invierno esto es muy lindo, pero le falta gente. Ahora está buenísimo y de noche, ni te cuento.” Hace un gesto de ganador y sale corriendo para atender a las chicas que lo llaman desde la mesa 7.

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