La mujer, de 76 años, describió cómo un policía salía a la puerta de la comisaría 33a y disparaba sobre Jonathan Oros. La policía aseguró que el chico entró a los tiros a la comisaría.
› Por Horacio Cecchi
“Lo fusilaron –le dijo Anselma Carabajal al fiscal Eduardo Martearena–. Créame, con 76 años, nunca vi nada igual.” La mujer declaró ante la Justicia por el asesinato del joven Jonathan Oros, el 7 de enero pasado, baleado por un policía en la puerta de la comisaría 33a de la ciudad de Mendoza. Como había informado Página/12, ya existían pruebas que apuntaban al gatillo fácil, pero la declaración de Carabajal fue terminante para desmoronar la versión oficial. Los policías aseguraron que el muchacho había entrado a la comisaría como un demente a los tiros y que no tuvieron otra opción que repeler la agresión. Jonathan recibió tres impactos y murió dos días después. También entregaron como prueba de que el chico estaba armado un revólver calibre 22. Pero Carabajal fue testigo de cómo el “policía gordo” salió a la puerta y disparó sobre el chico desarmado y desparramado de tan ebrio en la vereda. Después el policía gordo entró, al rato salió con otro. Tomaron a Jonathan por sus extremidades y lo cargaron dentro. No está claro si el fiscal creyó el testimonio de Anselma, porque hasta anoche, el policía gordo (Claudio Vacca) y sus dos colegas seguían libres y de licencia.
Jonathan Oros pasó toda la noche del sábado 6 de enero y la madrugada del domingo con dos amigos tomando cerveza en el Acme, el kiosco que se encuentra justo frente a la comisaría 33a en el barrio San Martín de la capital mendocina. A la mañana siguiente, después de que los amigos lo dejaron, Jonathan apareció completamente ebrio, desparramado sobre la vereda, cerca de la parada del colectivo que debía tomar para volver a su casa y sobre la puerta misma de la 33a. Lo vio una mujer, que ya testimonió, pero también lo vio Anselma. Desde hace años que Anselma repite la misma costumbre todos los días. Va hasta el supermercado El Atomo, ubicado sobre la misma cuadra de la comisaría, compra alguna cosa para desayunar y se sienta junto a la virgen de Lourdes, a un costado de la 33a. Ese día ya había vuelto del supermercado cuando vio salir “un policía gordo, que no es de la comisaría 33a porque a los de la comisaría los conozco a todos”. Efectivamente, el policía gordo se llama Claudio Vacca, no pertenecía al plantel de esa comisaría y fue enviado a la 33a castigado, como lo reconoció el propio ministro de Seguridad, Miguel Bondino.
Luego describió cómo el uniformado, a cuatro metros del chico que estaba desparramado en la vereda, disparó tres veces sobre su cuerpo. “¡Madre mía!”, gritó aterrada Anselma, que no lo podía creer. Después, Vacca reingresó, se tardó uno o dos minutos y regresó con otro policía más delgado (sería el cabo Ricardo Moyano). Y Anselma describió cómo los dos uniformados tomaron al chico baleado y todavía vivo por sus extremidades y lo cargaron como una bolsa de papas al interior de la comisaría. Después vendría la versión policial de la demencia y el tiroteo. La mujer agregó que el chico estaba desarmado.
Ese mismo día, Jonathan fue ingresado al hospital Lagomaggiore de Mendoza con una bala en el tobillo, otra en la ingle y una tercera en el tórax. Estaba esposado y ofrecía marcas de golpes en la cabeza. “Lo esposaron baleado y lo molieron a palos adentro de la comisaría. En el estado de indefensión en que se encontraba, es tortura”, dijo a Página/12 Pablo Salinas, quien, junto a Alfredo Guevara, representa a Raúl Oros, padre del chico.
El relato de Anselma coincide en todo con la investigación de la Inspección General de Seguridad, a cargo de Juan Carlos Aguinaga. Los investigadores no encontraron el menor rastro de proyectiles calibre 22 dentro de la comisaría; los demás testigos nunca mencionaron haber oído más disparos y todos coinciden en que fueron de la misma intensidad (lo que indica que dispararon una sola arma). Al pedir el legajo de los tres policías se encontraron con que Vacca había sido sumariado por violento y tenía antecedentes psiquiátricos. Y la auxiliar Mónica Arias, a cargo de la 33a en ese momento, tenía apenas seis meses de experiencia en la policía. Los relevos de la comisaría anunciados por el gobierno no son más que licencias con goce de sueldo. Después de todo, Vacca ya había sido castigado al ser enviado a la 33a. Ahora le correspondía recibir un premio.
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