SOCIEDAD › HISTORIAS DE VACACIONES SIN COMPAÑIA
Son solteros/as, son separados/as o son viudos/as. Son solos y solas en la costa, por elección o destino. No dramatizan su soledad y reivindican la libertad de movimiento que les brinda esa situación. Cómo viven y qué hacen quienes pasan sus vacaciones con la multitud alrededor.
› Por Carlos Rodríguez
Desde Mar del Plata
Gabriela Torres, 35 años, es una rubia hermosa y discreta, a la que les encantan los atardeceres en Mar del Plata, en la zona de los acantilados, en las playas del sur, lejos de la multitud. Como el día está nublado y ventoso, se ubicó en un rincón del balneario de Punta Iglesia, desolado porque el mal tiempo siempre convoca al mal humor de los que siguen al sol como si sus rayos fueran el reaseguro de la alegría. Esos días casi nadie pisa la arena. “No me gusta el sol, prefiero el mar y la arena. Cuando los días están lindos busco las playas desiertas. Y cuando se apaga el sol, como hoy, aprovecho los lugares cercanos, en el centro, porque somos pocos los que gustamos de esta paz, aunque haya que venir a la playa con la frazada.” Gabriela vino a Mar del Plata con dos amigas, pero todas son “independientes: de los hombres y de nosotras mismas”, dice desafiante. Las tres viven solas, en Buenos Aires, y cuando viajan juntas, mantienen la libertad individual “aunque nos juntamos para comer, dormir o cuando salimos a bailar”. Aunque no aparecen en las postales marplatenses, siempre llenas de gente, son muchos los solos y solas, por elección o por razones de fuerza mayor, que deambulan por la ciudad. Se los puede encontrar leyendo en la arena, paseando por la peatonal San Martín o arrastrando los pies –y a veces la melancolía– por la orilla del mar.
“¿Sola?” Al signo de interrogación habría que agregarle otro que expresara la sorpresa que se dibuja en el rostro de Ana María, una de las chicas que atienden en el restaurante Cocina Mamá, en la calle Belgrano, a pocas cuadras del Casino Central. El gesto es porque María Luisa (52) es la única, en todo el local lleno, que viene a cenar sin ninguna compañía. La mujer, que tiene un rostro oval, a lo Modigliani, se ubica en una mesa que está pegada a un cuadro de Monet. Despliega un libro con sonetos de Shakespeare, para culminar el desconcierto que genera su presencia en un ámbito poblado de ruidos, risas y charlas propias de veraneantes que viven distraídos del mundo, al menos por unos días. “Irremediablemente sola”, responde María Luisa con una sonrisa serena, sin dramatizar.
Es la primera vez que vuelve sola a Mar del Plata, luego de la muerte de su marido, con el que convivió más de veinte años. “Teníamos muchos amigos acá. Era hora de volver, pero costó un poco. Me hizo bien recordar cosas compartidas, comidas, paseos, charlas. Siempre veníamos a comer acá. A vos nunca te había visto, pero Nadia me conoce bien. Lo conocía también a Jorge, mi esposo.” Nadia es una ucraniana radicada en Argentina desde hace más de quince años que pasó la línea de los cuarenta. Conserva un rostro hermoso, como su cabello rubio, largo hasta la cintura. Es la anfitriona, la que recibe a los clientes con una sonrisa pálida como su piel. María Luisa es de Mendoza. Con Jorge venían a Mar del Plata, siempre en verano y algunas veces en invierno. “El nació en Caleta Olivia y nos conocimos acá, un invierno”. Ana María escucha el relato como si se tratara de un cuento y la voz no le da para más preguntas.
Julio (32) pasea con su perro por la orilla del mar. “Tengo novia, pero no vivimos juntos. Me vengo solo a Mar del Plata porque aprovecho que ella viaja, para esta fecha, a visitar a sus padres, en General Roca. Tengo amigos, pero me gusta andar solo. Con mi novia estamos juntos desde hace casi cuatro años, pero cada uno vive en su casa. Estamos bien así. Ella tiene 25 años y todavía no pensamos en tener hijos. Cuando eso ocurra, veremos.” Constanza Street, becaria del Conicet y docente de Demografía Social en la UBA, es autora de trabajos en los cuales se sostiene que “la soltería (para hombres y mujeres) ha dejado de ser un estigma social para convertirse en una alternativa más”. En los últimos años, los censos dicen que, en la ciudad de Buenos Aires, cerca del 45 por ciento de ellas y ellos son solteros, separados, divorciados o viudos.
En San Martín al 700, en un local llamado Alejandría, se ofrecen libros, cafés y tortas exquisitas. Es un lugar donde predominan el silencio, un material precioso que escasea en las ciudades de mar, y también los solos y las solas. Claro que, en este lugar, parece que la mayoría aspira a perder la soltería. María Eva (33) y Natividad (29) revuelven los estantes llenos de libros y admiten que están buscando algún candidato serio “para una buena relación, no para un casamiento convencional, como el de nuestras abuelas”. Las madres de ambas se separaron “más de una vez” cada una. Nati se declara “autónoma por excelencia”. Por esa razón, lo que busca “es una pareja estable, seria, pero que me deje ser libre”. Su amiga María Eva interrumpe para aclarar: “Ese tipo de candidato es muy difícil de encontrar en la especie hombre, pero igual seguimos vivas”. Las dos se ríen y continúan la búsqueda, mientras revisan títulos y, de a ratos, recorren el salón con la mirada.
Mariano (36) y Alejandro (34) confiesan que han tenido “un par de experiencias” en la aventura de convivir, pero ahora están solos. “En Buenos Aires formamos parte de un grupo importante de personas en la misma búsqueda. Se han armado parejas en las reuniones que se organizan, entre grupos de personas que van desde los 25 a los 40 años. Son grupos que rotan, no siempre somos los mismos. Se organizan viajes, bailes, reuniones. También lo hacemos en Mar del Plata o en otros lugares de veraneo. Ojo, somos singles, no swingers, pero está todo bien, somos abiertos. La mayoría aspira a relaciones libres y si se da la posibilidad, formar pareja. Eso si aparece el amor de tu vida, pero es secundario. Lo que sirve es pasarla bien y que nadie te tire de la cadena.”
En materia sexual, los solos y solas, aunque no lo confiesen en forma abierta, tienen otras variantes, a precios módicos y no tanto. El diario La Capital, a pesar de su tendencia conservadora, le brinda diez páginas diarias, en sus avisos clasificados, a las citas pagas con mujeres, hombres, travestis, parejas de lesbianas y otras variantes sexuales. Las sesiones de una hora pueden concertarse por 20 o 30 pesos, pero algunas “con modelos VIP” llegan a los 200 o 300 pesos. “Los turistas extranjeros contratan acompañantes, por toda la estadía, y pagan fortunas. Dos o tres mil dólares por una semana de sexo, pero con carne de la mejor”, susurra el conserje de uno de los hoteles más caros de Mar del Plata. En los clasificados del matutino marplatense, en el rubro “empleos”, se ofrece trabajo bien pago, de “hasta mil pesos diarios”, a chicas “mayores de edad y hasta 25 años” que quieran ofrecerse en los consabidos “departamentos privados”. La demanda es grande, porque no sólo de libertad viven los solos y solas.
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