SOCIEDAD › LOS REFUGIADOS AMBIENTALES, EL NUEVO FENOMENO DEL CALENTAMIENTO GLOBAL
El 60 por ciento de las migraciones ya se produce por motivos relacionados con el medio ambiente: inundaciones, sequías, huracanes. Los refugiados climáticos se cuentan por millones. La cumbre de científicos de París calculó que en un siglo llegarán a 200 millones. Algunos países pueden desaparecer. Cuatro casos de comunidades enteras que deben ser desplazadas.
› Por Cristina Barchi y Rafael Ruiz *
Naciones Unidas dio el aviso: el mayor número de desplazados ya no se produce –ni se producirá en los próximos años– por los conflictos armados; el 60 por ciento de los movimientos migratorios están causados por el cambio climático y los desastres de origen natural, como sequías e inundaciones. La ONU estima que dentro de cinco años habrá por lo menos 50 millones de refugiados en el mundo, pero no huyendo de la violencia o extremas condiciones de pobreza, sino del deterioro del medio ambiente, y que a finales de siglo ya serán 150 millones los desplazados por estas razones ecológicas. El reciente informe de la cumbre mundial de científicos en París advirtió que esa cifra podría llegar a los 200 millones. Otros organismos dan pronósticos de hasta 400 millones de personas. En esta pesadilla numérica, un millón de ellos corresponderá a personas arrancadas de sus raíces sólo en las tierras de los archipiélagos del Pacífico. Personas de pequeños Estados-isla, que no sólo perderán su asiento físico y cultural irreversiblemente, sino incluso su soberanía nacional.
Ahora se habla de refugiado cuando alguien es perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad o pertenencia a determinado grupo social o político. Pero con este panorama se habla cada vez más de la necesidad de acotar bien el concepto de refugiado ambiental, de todo aquel que debe dejar su hogar por la degradación del medio natural que lo rodea. Además, aunque todavía no se les concede un estatuto especial, sí se sabe cuáles son los países que sufrirán graves transformaciones debido al clima. De hecho, los primeros exilios ya han comenzado y afectan a decenas de miles de personas.
Todo comenzó a dar un giro radical en 2005. Hasta la terrible devastación de Nueva Orleans por el huracán Katrina, refugiado climático (o ambiental) era un término desconocido por el gran público. Aunque el nombre está en uso desde 1940, muchos no lo oyeron, o no lo creyeron, hasta que lo sufrió un país rico en su propio territorio y los medios de comunicación de todo el mundo comprobaron que el desplazamiento de ingentes mareas humanas es posible no sólo por las guerras o la pobreza, sino también por el recalentamiento planetario. El cambio del clima, aunque azota mucho más a los que tienen menos recursos, empieza a llamar también a la puerta de los poderosos.
En su informe de febrero de 2005 Refugiados ambientales: uno de los principales problemas del siglo XXI, el foro Ecoestrategia de Acnur (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) subraya: “Mientras algunos creen que la solución pasa por la fortificación de fronteras, otros, con mayor sentido común, argumentan que el Norte debe pagar su deuda ecológica y solucionar estos problemas climáticos y ambientales que afectan al Sur y han sido creados por su, hasta ahora, insostenible desarrollo económico”.
Más apuntes para la conciencia: “En las áreas rurales más pobres, el aumento de los espacios áridos y la erosión de la tierra suelen ser las principales causas para que los habitantes busquen otros espacios”, indica Janos Bogardi, director del Instituto para el Ambiente y la Seguridad Humana, del centro académico de Naciones Unidas. “Esto se debe al uso poco sostenible de la tierra y su interacción con el cambio climático, más su amplificación por el crecimiento demográfico”, agrega. “Otro factor a tener en cuenta son las inundaciones, provocadas por los crecientes niveles de dióxido de carbono en la atmósfera, más allá de las fluctuaciones naturales”.
Los desiertos ocupan ya una cuarta parte de la superficie del planeta y el 8 por ciento de la población mundial, nada menos que 500 millones de personas, vive en ellos o en sus márgenes, según un informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma).
Lo que sucede es que se está poniendo el planeta patas arriba. Si se continúa con la misma tasa de consumo de energías derivadas de la combustión fósil, el contenido de dióxido de carbono del aire se duplicará en el año 2100, intensificando el efecto invernadero. Según el dramático alerta que lanzó en París una semana atrás el IPCC (Panel Internacional sobre Cambio Climático, puesto en marcha en 1988 por la ONU y formado por más de 2000 científicos), esto provocará una subida de las temperaturas medias globales de entre 1,8 y 4 grados en sólo un siglo. Aunque a simple vista ese calentamiento no parece muy grande, es un salto equivalente al que se dio en la última glaciación, pero en sentido inverso. Ese aumento provocaría una subida del nivel del mar de entre 18 y 59 centímetros. Además, sería el cambio más rápido producido en los últimos 100.000 años, lo que hace muy difícil que los ecosistemas puedan adaptarse sin traumas.
Un capítulo del informe fue dedicado especialmente al nuevo fenómeno del exiliado climático. Olas de calor, huracanes, sequías y países enteros que desaparecerán como consecuencia del aumento del nivel del mar provocarán que unas 200 millones de personas deban cambiar sus puntos de residencia, advirtieron los expertos.
Según un reciente estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que examina las relaciones entre clima y salud pública, el calentamiento de la Tierra tiene influencia directa en alrededor de 150.000 muertes anuales y cinco millones de enfermos. Muchos de los males de los países pobres están relacionados con el clima: en Perú aumentan las diarreas con la corriente de El Niño, y en el sur asiático se declaró la mayor epidemia de dengue en años. El Banco Mundial estima que la contaminación se cobra 800.000 vidas anuales. En el caso de los tuvalenses, extremadamente dependientes de su entorno ecológico, la progresiva salinización de sus aguas produce una caída creciente de sus cosechas y capturas pesqueras, lo que lleva a introducir en su dieta alimentos procesados. Ese cambio acarrea enfermedades propias de un estilo de vida diferente, como son la diabetes y la hipertensión.
El flujo de las migraciones, las mareas humanas que llegan desesperadas al mundo rico a costa incluso de perder su vida en el camino, es el resultado inquietante. Lo resumió bien el presidente de Senegal, Abdulaye Wade, en unas declaraciones a la prensa francesa; pidió ayuda a la Unión Europea para construir embalses: “Con esos pantanos se pararía la desertización, podríamos regar las tierras, crear empleos, y eso frenaría la emigración”.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12
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