SOCIEDAD › OPINION
› Por Raúl Kollmann
La muerte de los dos policías ayer en la Capital Federal, uno de licencia médica y el otro retirado, trae a la memoria el estudio hecho en el año 2002, cuando Juan Pablo Cafiero y Marcelo Saín conducían el Ministerio de Seguridad bonaerense. El trabajo buscaba explicación a la muerte de policías. Los números fueron lapidarios: el 70 por ciento caía cuando estaba de franco, no prestaba servicio y vestía de civil. De ese 70 por ciento, casi la totalidad eran asesinados en el marco de un intento de robo, es decir cuando les intentaban robar su auto o alguna de sus pertenencias.
Saín fue el impulsor en ese momento de la medida –que no se pudo concretar– de prohibirles a los efectivos portar armas cuando no estuvieran de servicio. Las presiones y el rechazo a esa iniciativa se basaron casi en criterios de falsa valentía que circulaban dentro de la fuerza: no tener arma es de “cagón, te quita autoridad”; “no enfrentar a unos pendejos que te viene a robar es de cagón”, se escuchaba como argumento.
La propuesta de Saín, en cambio, se basó en estudios científicos y estadísticos: cuando un experto en armamento –y muchos policías ni siquiera son tan hábiles– se enfrenta a dos o tres jóvenes armados, que en la inmensa mayoría de los casos lo toman por sorpresa, la probabilidad más alta es que lo maten. Y no sólo a él, sino también a otras personas que están en ese lugar y pueden ser víctimas del tiroteo.
Muy distinto es el cuadro cuando un policía se enfrenta con delincuentes en el marco de un operativo, en el que está prevenido, correctamente armado, funciona en grupo, hay un plan y casi siempre se interviene con superioridad numérica. Es más, en aquel estudio se analizó la muerte de policías en operativos, ese 30 por ciento restante. También la conclusión sirvió para el análisis: en la mayoría de los casos, los policías fueron asesinados cuando se bajaban del patrullero, cuando recién llegaban a hacer el operativo. Es decir que existían errores o distracciones en la planificación y resultaban sorprendidos por los delincuentes.
Las dolorosas muertes de ayer son otra evidencia de esta polémica. Dos motoqueros –una modalidad que crece en los últimos tiempos– interceptaron al policía de civil, con licencia médica, que caminaba por Caballito. Se resistió al asalto y lo mataron. En Saavedra, un policía retirado, también de civil, intentó evitar un robo y también lo balearon. En ambos casos pesó la idea de que no portar armas cuando no se está en servicio o no reaccionar frente a un robo es de “cagón”. O, peor aún, el policía es como un militar que tiene que estar siempre de servicio, porque su función es poner “orden” en la sociedad. La propuesta que se aplica en otros lugares del mundo –dice Saín– es que el policía no se lleve el arma a casa y que actúe sólo cuando está de servicio.
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