SOCIEDAD › LAS DOS MIRADAS SOBRE EL JUICIO
Horacio Ognio (foto), sobrino de Carrascosa, dio explicaciones sobre un arma presuntamente robada, similar a la usada en el crimen. Luego declaró un médico, vecino del country, que examinó el cadáver. Finalmente, dos amigas de María Marta se sacaron chispas en un careo sobre un supuesto pago de coimas.
› Por Horacio Cecchi
Lejos del lenguaje seco del espectro infrarrojo del ciano y el acrilato, y de la minuciosa contundencia del condicional científico, la audiencia de ayer fue colorida en emociones y versó sobre los extraños caracteres que adopta la conducta humana. Primero, el sobrino correntino de Carrascosa, Horacio Ognio, que dijo “vengo a aclarar lo que haya que aclarar” y terminó dejando dudas sobre el robo de su Orbea pituto .32; después, el vecino Diego Piazza, al que no le cerraba que el intercambiador de la canilla, con una punta, se correspondiera con los tres agujeros de la cabeza de MM, y que una caída en la ducha hubiera provocado la pérdida de masa encefálica que se produce al caer desde un balcón de un edificio. Hasta allí, dos testigos de la querella. Por último y por sobre todo, el tono de la tarde lo dio el careo entre Pichi Taylor e Inés Ongay. Pichi vehemente e insidiosa, Ongay más serena, pero también caminando por la cornisa de los nervios. Ambas contundentes, levantando la voz al borde del grito, sosteniendo cada una lo suyo, o sea, “que se pagó para evitar la autopsia” (Ongay), o que “nunca dije eso” (Taylor). Incluso, el tono de la discusión fue tan exacerbado que la propia Pichi, para ejemplificar, pareció decir algo que, se sabe, jamás quiso que se malinterpretara: que al fiscal “no se le pagó, porque siguió trabajando”.
“¡A ver, que diga, a quién le pagamos! ¡A ver!”, preguntaba indignada Pichi, en tono mucho más que subido. El careo, pedido por la defensa, intentaba sacar en limpio la charla que después del entierro sostuvieron las dos careadas en la casa de Pichi. “La señora Ongay está confundida en varias cosas –comenzó diciendo Nora “Pichi” Burgues de Taylor mientras pudo mantener la tranquilidad convincente–. Yo le dije que Carlos quería quedarse con María Marta el mayor tiempo posible, pero de pagar o no pagar no sé de dónde lo sacó”, y “yo nunca hablé de autopsia”. “Suponiendo que sí pagamos, a ver –dijo Pichi entrando en la línea del análisis de hipótesis por descarte–, entonces ¿vos (Ongay) volviste y te quedaste con una manga de encubridores y asesinos?”. “Otra cosa, para parar una autopsia hay que pagar a alguien pesado, que tenga poder, no te vamos a pagar a vos porque vos no podrías parar la autopsia. Al doctor –dijo, señalando a Molina Pico– no le pagamos porque siguió trabajando.” Tuvo también espacio para agredir (“no tenés nada que perder, no tenés padre, no tenés marido, no tenés hijo”), aunque después de un murmullo muy fuerte del lado del público y de la advertencia de la presidenta, María Etcheverry, dijo que no quería ser ofensiva.
Ongay, de todos modos, sostuvo su declaración. “Me lo dijo, no tengo por qué inventarlo, me fui armando la idea de que la mataron. No se puede morir de diferentes formas. No se puede chocar contra la canilla y contra la ventana y morirse ahogado. Darse un baño para relajarse antes de los masajes de relax. Si no lo dijo, cómo podría yo malinterpretar. Fui con ese concepto y lo fui ratificando cada día. Y no estaba tan equivocada, porque la mataron de seis balazos. Lo de pagar me lo dijo y lo voy a sostener hasta que me muera.”
Antes, durante la mañana, los hermanos Ognio revelaron detalles familiares de interés. Horacio, ante los jueces, dijo que tenía la colección de armas porque habían sido de su abuelo y después de su padre. Y que él no sabía bien por qué las tenía, porque no las coleccionaba ni las usaba para cazar. Y recordó que el famoso revólver .32 Orbea se lo habían robado de la camioneta con la chequera. Como tenía la tenencia pero no la portación, el fiscal le preguntó “¿y qué hacía con el arma preparada en la camioneta?”. Ognio, Horacio, no supo contestar, o pareció, porque sorprendió con su respuesta: “Yyyy, la circunstancia”. A sus espaldas, Ognio, Eduardo, hermano de Ognio, Horacio, ponía una cuota de sensibilidad mesopotámica: “No, no, no, no le pregunten eso, tiene mal el corazón”, decía en el momento en que la querella preguntaba a HO cómo se enteró de la muerte de MM.
Después, Diego Piazza, el vecino entonces estudiante de medicina a quien fue a buscar Irene Hurtig desesperada, dijo que le llamó la atención que los tres agujeros que tenía MM en la cabeza no coincidían con la canilla y que la masa encefálica desparramada tampoco coincidía con un tropezón en la bañera (claro, salvo que emulando a Charly García, se lanzara a la bañera desde siete pisos). Fuera de esto, Piazza no recordaba. Aceptó que le tomó el pulso, y no lo tenía, pero no recordaba si interpretó que estaba muerta. Aceptó que le dio respiración artificial, pero no recordaba cuánto tiempo, si cinco o diez minutos. Y nada más. Porque los otros seis testigos convocados faltaron.
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