SOCIEDAD › EN EL DIA DEL PERIODISTA, PAGINA/12 CONTESTA LAS DUDAS SOBRE LA PROFESION
El Programa Escuela y Medios del Ministerio de Educación de la Nación, con el auspicio de la Asociación de Editores de Diarios de Buenos Aires (Aedba), invitó a alumnos primarios y secundarios a enviar preguntas que quisieran formularle a un periodista. Hoy, todos los diarios porteños publican casi cien preguntas, entre las más de 800 recibidas. Aquí, periodistas de Página/12 responden once de esas consultas.
Preguntan: Alumnos de la E.S.B. Nº 15, Pergamino, provincia de Buenos Aires.
Responde: Luis Bruschtein
(secretario de redacción. Premio José Martí de Periodismo Latinoamericano, autor de Contracaras).
Hay un proceso piramidal que es más o menos similar en todos los diarios. En el primer nivel están los redactores que cubren cada tema. Ellos eligen lo que consideran más importante de esa área y es el primer nivel de decisión. Los redactores a su vez presentan un temario a sus editores, quienes llevan estas propuestas a la reunión de editores, donde participan también el jefe de redacción y el director y donde se discute el contenido de todo el diario y los temas de tapa. Las fuentes de los redactores y de los editores son sus investigaciones, contactos, las agencias nacionales e internacionales y también los medios electrónicos como la radio, la televisión e Internet, que generan un mecanismo de retroalimentación con los medios gráficos, en especial con los diarios. Este proceso es el sistema primordial de un medio de comunicación porque de la elección de los temas, su jerarquización y la discusión de los enfoques dependerá en gran medida el interés que pueda despertar en sus lectores.
Pregunta: Sabrina Sosa, 7º B. Escuela Nº 15 (D.E. 3), de Balvanera, ciudad de Buenos Aires.
Responde: Horacio Verbitsky
(columnista político, escritor. Su último libro es Cristo vence. Historia política de la Iglesia argentina).
Yo soy heredo-periodista. Una tarde de 1960 fui a ver a mi viejo al diario Noticias Gráficas para manguearlo. Un compañero suyo, Orlando Danielo, me preguntó si no me daba vergüenza pedirle plata a la avanzada edad de 18 años.
–Pero necesito los libros para la Facultad de Medicina –me defendí.
–¿Por qué no trabaja? –me preguntó.
–¿Y dónde? –le dije con ingenuidad.
–Venga mañana a las tres –me ordenó.
Al día siguiente empecé mi vida como periodista. Durante meses llamaba al servicio meteorológico y anotaba el pronóstico del tiempo. Hasta que me mandaron a cubrir una verdadera nota: el desalojo de un hotel de familias. Un colchón bajo la lluvia, un oficial de Justicia prepotente y una familia que no sabe dónde va a dormir esa noche era una de las cosas más tristes que se podían ver en la Buenos Aires de hace medio siglo y me marcó para siempre.
Preguntan: Alumnos de 2º Polimodal, E.E.M. Nº 2, Norberto de la Riestra, provincia de Buenos Aires.
Responde: Juan Sasturain
(escritor, autor de Manual de perdedores, Perramus y Carta al sargento Kirk y otros poemas de ocasión).
Mi profesión es, desde 1971, escribir en medios gráficos. Sólo no lo hice entre 1975 y 1979 –por decisión propia: no estaban dadas en ese momento, bajo la dictadura, las condiciones mínimas que posibilitaran escribir sin ser censurado, sin autocensurarse en ningún medio público– y trabajé entonces de corrector. Luego volví, hasta hoy, a escribir en muchísimos medios, con la única condición –no necesariamente explícita– de que podía escribir lo que quisiera y/o en su defecto, que jamás debería escribir lo que no quisiese. No es poco; tampoco es demasiado. Pero me enorgullezco de eso.
Así, he encontrado desde entonces muchas veces motivos para abandonar o ser abandonado por determinados medios –y así ha sucedido–, pero nunca, hasta ahora, he dejado de encontrar donde pudiese escribir mis cosas sin censura ni autocensura necesarias. Mientras eso suceda, permaneceré dentro de la profesión. No hay otra regla objetiva. Las otras posibles razones –hastío, sensación de esterilidad, vergüenza, etc.– son igualmente válidas pero puramente subjetivas y trascienden –creo– la intención de esta pregunta.
Pregunta: Selene Goñi, 5º A, Escuela Nº 20 (D.E. 2), de Almagro, ciudad de Buenos Aires.
Responde: Marcelo Zlotogwiazda
(columnista económico. Autor de La mafia del oro y Citibank vs. Argentina. Historia de un país en bancarrota).
No hay nada específico de mi trabajo como periodista que me dé miedo. Por supuesto que como periodista estoy bien informado de las agresiones e incluso muertes que han sufrido colegas, pero debo decir con absoluta honestidad que la sensación de los lectores, oyentes o televidentes es que el periodismo está permanentemente en riesgo, en peligro, amenazado o directamente atacado. Y ello no es así. Parte de esa exageradísima percepción es fruto de la imaginación de la gente ajena al medio, pero parte ha sido alentada por algunos de mis colegas con el fin de teñir de heroicidad algo que es un trabajo más. En mi experiencia, a lo largo de 22 años de periodista y habiendo protagonizado casos sensibles, sólo recibí una vez una amenaza telefónica. Y a la mayoría de los colegas que conozco bien no les ha pasado casi nada.
Preguntan: Alumnos de 5º año, E.P.B Nº 9, Balcarce, provincia de Buenos Aires.
Responde: Raúl Kollmann
(periodista político y de investigación. Autor de Sombras de Hitler. La vida secreta de las bandas neonazis argentinas).
Las primicias son, generalmente, producto de la confianza, no de un golpe de suerte. El funcionario, el juez, el fiscal, el abogado o hasta el asesino se comunicarán con el periodista al que creen serio, creíble, que no va a hacer un gran show de esa primicia, sino que la va a manejar con cuidado y respeto. Para conseguir esa confianza no sólo se necesita ser serio sino también poner una gran cuota de trabajo. Uno tiene que estar llamando a todos los protagonistas, no puede dejar de ir a verlos y también hay que conseguir información que no venga de un solo lado. Creo que siempre, siempre, el periodista tiene que escuchar la voz del acusado o de la persona más débil de la historia. Si yo escribo sobre un asesinato, es decisivo hablar con el juez, el fiscal, el abogado de la víctima, la familia de la víctima y, sobre todo, con el defensor del acusado y con el acusado mismo. Para conseguir una primicia, tal vez lo primero sea no creer en la historia oficial, buscar lo que hay verdaderamente detrás.
Preguntan: Alumnos de 4º, 5º y 6º grado, E.P.B. Nº 2, Colonia Seré, Carlos Tejedor, provincia de Buenos Aires.
Responde: Alejandro Elías
(editor jefe de la sección Fotografía).
Cuando elegimos esta profesión ni pensamos en el riesgo que nos esperaba escondido en los bolsillos de los chalecos color caqui. Quienes trabajan en las minas, pescan en altamar, incluso las y los colegas que cubren conflictos armados, ponen el pecho a situaciones más peligrosas. Sí palpitamos cada vez que la adrenalina se dispara frente a situaciones como una represión policial. Y al mismo tiempo nos anestesiamos, no como un paciente a punto de entrar al quirófano sino como su cirujano, que no duda sobre qué tiene que hacer. Nuestros cuerpos se ponen eficientes: para lograr buenas tomas, para esquivar el peligro.
Evitaría exponerme, por ejemplo, en la cobertura de un asalto cualquiera. Pero correría el peor riesgo por retratar a un policía que despeina el pañuelo blanco de una Madre..., también correría el riesgo de perder la toma por ayudarla.
El riesgo es el precio por documentar determinada situación con valor testimonial, como el que tuvieron las fotos que escracharon la masacre de Avellaneda, donde la policía mató a dos piqueteros.
Nuestra tarea, a diferencia de la de los cronistas, exige que para lograr una mejor imagen nos acerquemos más a los hechos... lo digo sabiendo que generaré polémica con los compañeros redactores. O no. Porque todos, en definitiva, no dudamos en enfrentar el peligro nada menos que para documentar nuestra historia.
Preguntan: Alumnos de 7º grado A, Escuela Nº 13 (D.E. 20), de Mataderos, ciudad de Buenos Aires.
Responde: Mario Wainfeld
(columnista político, docente de la Universidad de Buenos Aires).
Los periodistas que trabajamos en un diario estamos muchas horas juntos, muchos días a la semana, muchas semanas al año. Mi periodista favorito es uno con el que trabajé mucho tiempo, en este diario. Tenía todas las virtudes de un periodista y editor. Le apasionaba su trabajo, sabía darse cuenta en un segundo de qué noticia era importante o interesante. Sabía compartir buena onda con los demás pero, cuando tenía que concentrarse (por ejemplo para escribir a todo lo que da) podía estallarle una bomba al lado sin que se diera cuenta.
Era de los primeros en llegar al trabajo y de los últimos en irse. Arremangarse y predicar con el ejemplo es una formidable virtud. Jamás se aburría, jamás bajaba los brazos. Sabía moverse contra reloj, una condición básica y nada fácil de adquirir.
Ahora me dedico al periodismo, hice otros trabajos diferentes. Hace mucho vengo concluyendo que ser una persona digna, abierta y con sentido del humor son condiciones imprescindibles para hacer bien cualquier tarea, la de periodista también.
Sergio Moreno, el compañero de quien vengo hablando, no era un monotemático del laburo, ni de la política. Tenía cien intereses en su vida (amaba a su familia, a Ñuls, la buena comida, sus amigos, los libros). Y reírse, reírse mucho.
Preguntan: Alumnos de 6º grado A (turno mañana), Escuela Nº 20 (D. E. 18), de Liniers, Ciudad de Buenos Aires.
Responde: Osvaldo Bayer
(columnista, historiador y escritor. Autor de La Patagonia rebelde, entre otras obras).
Me enorgullece poder llegar a los lectores con mis escritos en los que me esfuerzo por mantener los principios de la ética. Jamás he adulado a un dictador ni a un político que se maneja con dádivas para mantener su poder. He tenido la suerte de trabajar en publicaciones que me permitieron esa actitud a pesar de las influencias que se trata de ejercer sobre ellas. Ya tengo muchas décadas de periodista y por supuesto no siempre tuve esa suerte. Hay publicaciones donde trabajé que ahora han prohibido mi nombre. Y eso, a mí, en vez de entristecerme, me enorgullece. Sufrí ocho años de exilio, durante la última dictadura, por mis investigaciones históricas. Lo sentí como una enorme injusticia y una demostración de la perfidia de quienes se arrogan el poder. Pero debo decir que mucho más que mi destino me entristeció el destino de muchos de mis colegas que fueron asesinados por la última dictadura militar. Los recordaré siempre y siempre elevaré sus figuras ante nuestra sociedad. Ellos lucharon desde sus escritos por más justicia, que es en sí luchar contra la violencia. Y mi sueño más grande es aportar un grano de arena para llegar a cumplir con el sueño de aquel filósofo llamado Kant, quien sostuvo que el ser humano debe luchar toda su vida para lograr la paz eterna entre los hombres.
Preguntan: Alumnos de 6º A, Turno Mañana, Escuela Nº 8 (D.E. 4), de La Boca, ciudad de Buenos Aires.
Responde: Cristian Alarcón
(periodista de investigación. Autor de Cuando me muera quiero que me toquen cumbia).
Es difícil escribir una historia cuando no existe: una vez me mandaron a cubrir a un grupo de fanáticos religiosos que esperaban el fin del mundo al pie del Aconcagua. Se pasaron tres días encerrados rezando adentro de una carpa. Junto con el fotógrafo éramos los únicos que esperábamos que ellos hicieran algo. Un grito. Una alabanza. Alguien hablando en lenguas. Ceremonias. O el fin del mundo... Pero nada. En esos tres días en la montaña nos bajamos las reservas de vino de nuestro hotel y nos volvimos, porque se hizo evidente que el mundo no se había acabado y ellos seguían allí dale que te reza.
También es difícil lograr una historia cuando algunos poderes o personas no quieren que sea contada. Entonces, para conseguirla no queda otra que investigarla. Poco a poco. Despacio. Convenciendo a los que la conocen que pueden confiar en uno, en el periodista, alguien que puede preservar siempre la identidad de sus fuentes. Es difícil que crean en uno, que entiendan que uno quiere una gran historia, y no perjudicar a ninguno de los que la protagonizan. Respetarlos. Pero no negar que existen. Darles voz, aunque ellos muchas veces hagan por ejemplo negocios ilegales.
Los cronistas que creemos que el periodismo puede ser literario a veces nos armamos hasta de las dificultades para contar y atraer al que lee. Por ejemplo: llegar a un lugar por un camino complicado suele preparar al periodista que va de viaje hasta darle un tono, un ritmo, una identidad al texto. Llegar a un valle selvático de Perú donde se siembra la hoja de coca con la que luego se produce droga puede ser dificultoso: en la zona hay narcos, guerrilleros y policías corruptos, pero además los caminos son peores que los de los rallies más duros que pasan por la tele. El cuerpo se va moliendo. Son muchas horas: en ese caso fueron como diez adentro de una coctelera infernal. Después, cuando uno se sienta a escribir esos golpes que soportó a veces facilitan la escritura. Si hubiera llegado con un helicóptero del ejército peruano, por ejemplo, seguramente la historia tendría menos ritmo y los cocaleros no hubieran hablado con confianza.
A veces una dificultad puede ser también el miedo. Muchas veces me planteo al miedo como un aliado, o sea como una señal de que en determinado momento uno ya no debe estar donde está, tiene que salir, moverse, rescatarse, silbar bajito: cuando se siente es como un mal augurio, hay que respetarlo. Suelo escribir sobre crímenes y entrevisto narcotraficantes y ladrones, pero casi nunca tuve miedo de que uno de ellos me traicionara, por ejemplo, porque yo nunca los he traicionado. Sin embargo, me ha dado miedo ese viaje que les contaba, ahora que lo pienso. Cuando volvíamos se hizo de noche, y de los precipicios salió una neblina blanca que parecía ese humo que largan en la pista de los boliches. A unos tres mil metros de altura el chofer apenas veía el camino. Me dio miedo, tanto miedo que estuve un rato largo con ataques de risa, de los nervios. Arriba de la camioneta mis compañeros de viaje se burlaban de mí. Decían que era ridículo que no tuviera julepe de escribir sobre muertos y masacres y sí de andar en coche. Yo sigo jurando que más miedo le tengo a la ruta, donde en realidad las estadísticas lo confirman, se muere mucha más gente que en tiroteos.
Preguntan: Alumnos de 7º A, Escuela Nº 13 (D.E. 20), de Mataderos, ciudad de Buenos Aires.
Responde: Sandra Russo
(columnista, escritora. Su último libro es Erotika. Crónica de mis viajes por ti).
Se llama El otro lado de la vía, y en esa nota, publicada el año pasado, relaté el proceso de locura que vivió mi madre y que terminó con su internación en una clínica psiquiátrica. Fue algo personalmente arrasador, y dudaba si contar públicamente algo tan íntimo. Pero yo no hago un periodismo tradicional; creo que tengo tanto que ver con el periodismo como con la literatura. Y a través de esa nota comprobé una vez más, pero de una manera muchísimo más energética que nunca, que cuando uno pone en juego en un texto algo personalísimo, paradójicamente, si tiene suerte puede contactar con algo personalísimo del lector. En la nota, el relato terminaba con una reflexión que para mí es una certeza: hubo una generación de mujeres, la de mi madre, que huyeron de sus deseos y cumplieron a rajatablas lo que se esperaba de ellas. Creo que hay un tipo de demencia o extravío característico de esas mujeres, nuestras madres abnegadas, porque no querían abnegarse: querían otra cosa, pero nunca descubrieron qué. Eso es demoledor. Y fui chequeando, con lectores de esa nota, que circuló mucho, que para mí fue un modo de expulsar mis demonios, pero para mucha gente fue un espejo en el que mirar algo que se olía y se percibía, pero no tenía nombre ni discurso que lo abarcara. Este es un ejemplo de algo en lo que creo profesionalmente: hay que hacer un periodismo de lo privado, así como se hace literatura de lo privado. Es necesario reflejar en medios masivos impresiones y versiones de lo que nos pasa puertas adentro de nuestras pieles, y de nuestro contacto con los otros. Lo personal, reza la máxima feminista, es político, y así como también se hace historia de la vida privada, el periodismo tiene que hacer relevamientos de los espíritus de época. Eso lo hacen los escritores. En otros países, como México o España, es frecuente que los escritores tengan espacios regulares en medios masivos. En la Argentina, por suerte, existe Página/12.
Preguntan: Alumnos de 6º grado, Escuela Nº 27 (D.E. 4), de San Telmo, ciudad de Buenos Aires.
Responde: Eduardo Fabregat
(editor jefe de la sección Cultura y Espectáculos).
Depende del “famoso”... pero en realidad a los famosos les gusta dar notas, o –mejor dicho– les conviene dar notas, para aparecer en los medios y demostrar que siguen siendo famosos. En muchos casos, la facilidad o dificultad para conseguir una entrevista con una persona conocida depende del momento que esté pasando: si un músico, actor, director teatral o cinematográfico está presentando una obra nueva (un disco, un programa de TV, una película, una obra de teatro), es muy probable que suceda al revés: su agente de prensa se comunica con el diario para pedir una nota. Hasta los famosos tienen necesidades.
Por otra parte, la “fama” hace que muchas veces se olvide que el “famoso” es, al fin y al cabo, una persona común y corriente. Puede tener cierto talento especial para una disciplina, pero a la hora de hacer una entrevista lo peor que puede hacer un periodista es tomar a esa persona como alguien realmente especial, por encima de los demás mortales. Por último, hay algunos personajes que tratan de tener el menor contacto posible con la prensa, que se vuelven “figuritas difíciles” y que, cuando un periodista logra entrevistarlos, proporcionan una satisfacción profesional extra. O el descubrimiento de que no suelen dar notas porque en realidad no tienen nada demasiado interesante para decir...
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