Tras el auge de las tiendas eróticas, desde Londres llega una nueva propuesta: Amora, una especie de parque temático del sexo. Su dueño busca llevarlo a otros lugares del mundo.
› Por Carmen Pérez-Lanzac *
El sitio está en el corazón de Londres, a un paso de Picadilly Circus, en un sótano del centro comercial Trocadero, el lugar donde encontrar ositos de peluche vestidos de guardia de la reina o ceniceros con la bandera británica; el no va más de los souvenirs para turistas poco exigentes. “Hei, sexy”, susurra una sensual voz de mujer cuando uno empieza a bajar los escalones. “¿En qué estás pensando? ¿En sexo? ¿En amor? Bienvenido a Amora”, dice enroscando la erre con delicioso acento british. “El sexo es instinto. El sexo es placer...”, continúa, mientras en una pantalla se suceden imágenes de animales copulando: pingüinos, tortugas, monos...
Está bien. Hemos venido a que nos hablen de sexo. Todo en este lugar –un híbrido entre un museo erótico, un taller de educación sexual y un parque temático– gira en torno de él. Amora se inauguró el pasado 18 de abril, y su fundador, Johan Ritki, un francés de origen armenio de 35 años procedente de la banca de inversión, explica con orgullo el origen de su idea: “Empecé a darle vueltas hace cuatro años, después de visitar varios museos del sexo en Estados Unidos. Todos eran o muy pornográficos o muy aburridos y pensé que alguien debía abrir algo que ocupara el hueco intermedio. Un sitio interesante, pero también divertido, donde aprender prácticas para mejorar nuestra vida sexual. Un lugar donde desmitificar estos temas. Ya sabés, la gente devora esos artículos que salen en Cosmopolitan del tipo ‘12 formas de volver loco a tu marido en la cama’”.
El recorrido durará unas dos horas y media. Abrimos ojos y oídos. No es un tema baladí. Diariamente somos bombardeados por cuestiones relacionadas con el sexo. En los medios de comunicación. El cine. Nuestras conversaciones. ¿Aprenderemos muchas cosas nuevas?
Amora arranca despacio, hablando de deseo. Cuestión de aclarar ciertos conceptos básicos antes de entrar en materia. Empecemos por una leyenda urbana: ¿es cierto eso de que a ellas les gusta menos practicar sexo? “A pesar de lo que te hayan hecho creer”, nos explica una dulce voz de mujer, “a nosotras también nos gusta mucho el sexo, pero necesitamos un poco de calentamiento. Lo que sucede, simplemente, es que no nos apetece todo el rato. Pero unas caricias en el sofá pueden ayudarnos a ponernos a tono...”. Después le toca el turno al hombre: “Deja que te explique algo: somos mucho menos complicados que todas esas cosas que cuentan las revistas. Nos gusta el sexo. Y mucho. Por eso a veces puede apetecernos estar con alguien de quien no estemos necesariamente enamorados...”.
Después, saquen papel y lápiz, se nos da una batería de truquitos básicos: si alguien te gusta, miralo a los ojos fijamente, contá hasta tres, bajá la mirada al suelo y volvé a subirla. Hacela reír. Si tenés una cita, intentá ser su reflejo. Si se inclina, inclinate. Si sonríe, sonreí vos también; compartir la actitud de alguien nos hace sentir en la misma longitud de onda. Si la cosa funciona y estás a punto de besar a tu objeto de deseo, ahí va una lista con 10 tipos de besos con los que dejarás huella, acompañados de un video con un ejemplo práctico de cada uno: el beso a base de roces, el de los mordisquitos, los lametazos, el tradicional beso de lengua... Y un secreto: la mejor forma de ser un auténtico maestro del beso es pedir a tus parejas que te den su beso perfecto. Relajá tus labios y fijate bien en cuánto introduce la lengua, el nivel de humedad...
Si la cosa va más allá, dos maniquíes nos ayudan a encontrar las zonas erógenas de ambos sexos: los pechos, sí, pero también la piel tras la rodilla. Las nalgas, pero también el antebrazo. Para los más juguetones se da una lista con los afrodisíacos más efectivos (ostras, trufas, chocolate, caviar, queso, plátanos, granada, jengibre, chile, ginseng) y una clase acelerada de strip tease acompañada de imágenes reales. Vestir ropa fácil de quitar, ir despacio, mostrar confianza y descaro, ir creando tensión... Y práctica.
La temperatura ha subido unos grados y pasamos a la zona dedicada al sexo más explícito. De una pared cuelgan moldes basados en ejemplares auténticos de órganos sexuales de hombres, mujeres y transexuales. Tienen diferentes formas y tamaños. Cuestión de mostrar la variedad de lo que se cuece por ahí abajo. Diane, una policía que ha entrado a curiosear, las mira boquiabierta y grita llamando a su compañero, que también anda por ahí husmeando: “¡Ross! ¡No te podés perder esto!”.
Llegamos a una de las zonas más sensibles del tour: el sexo oral. Sobre una pared, mandando sobre la sala, sus normas de oro: 1) Para recibir sexo oral hay que practicarlo. 2) Nunca empujes la cabeza de alguien demandándolo. 3) Sé higiénico. Después, de nuevo los ejemplos prácticos para mejorar la técnica. Si el que lo recibe es un hombre, se nos sugiere mirarlo de forma provocadora, tomar el pene como si fuera un sabroso helado, variar el ritmo, la profundidad... Si la que lo recibe es una mujer, se nos recomienda poner una almohada bajo su trasero para mejorar el ángulo o sentarla en el borde de la cama, hacer movimientos circulares... En varios televisores, distintas parejas practican sexo oral. Y resulta muy difícil no sonrojarse al observarlas con un desconocido al lado. Finalmente, dos maniquíes cortados transversalmente nos ayudan a localizar el famoso punto G. “¡Oh, sí!”, exclama el maniquí varón cuando uno roza su próstata plastificada. “¡Qué gusto!”, chilla la chica cuando se toca su punto G.
De momento, Amora ha atraído a más periodistas que otra cosa. No todo el mundo está dispuesto a pagar entre 12 y 15 libras (17 y 22 euros) por recibir una clase de educación sexual. Pero Ritki no parece preocupado por los 12 millones de euros de inversión. Tiene los ojos puestos en ese mercado en auge que llama el del sexo sofisticado. La palabra que ahora ronda la mente de este inversor reconvertido en gurú del sexo es “franquicia”. Teniendo en cuenta el auge de las patentes de tiendas de juguetes eróticos, no suena descabellado. Estamos dispuestos a pagar por coloridos vibradores, por películas porno, por descargar contenidos eróticos en nuestro móvil, pero ¿lo estamos para aprender a ser mejores amantes?
Ritki cree que podemos mejorar. “Antes, la gente no sabía adónde ir. Sólo había pornografía o manuales aburridos. Ahora estamos nosotros”. Bien, entonces una pregunta con trampa: ¿Ha mejorado él en la cama? Ritki, un tipo rápido, dispara con un guiño: “Ahora soy un amante increíble. Y eso que ya era espectacular”.
Tras un breve repaso de las distintas posturas sexuales (la carretilla, la serpiente, el cowboy, el misionero...), llegamos al plato fuerte de Amora: el túnel del orgasmo, una sala con la forma de un útero en la que se nos desvelan los pormenores de ese gran desconocido, empezando por su descripción. Porque, ¿qué es un orgasmo? “Un orgasmo ocurre cuando el cuerpo reduce de golpe el incremento de la presión sanguínea que se ha concentrado en la zona genital. El espasmo de la sangre volviendo al cuerpo y la descarga de la presión muscular que le siguen conducen al orgasmo”. Las mujeres, se nos explica, tardan en estar a tono entre 2 y 45 minutos. Los hombres, vaya, entre 10 a 30... segundos. El pulso se acelera. La respiración se duplica. Los pechos se hinchan un 20 por ciento. Mientras vamos leyendo esta información por los altavoces suenan gemidos y en una pantalla se suceden los rostros de gente real en pleno orgasmo.
¿Qué opina el público de todo esto? Sergey, un chico de 20 años que ha venido arrastrado por su novia, parece estar disfrutando de la experiencia. Ahora mismo está en la sala dedicada al fetichismo, afanándose en el simulador de azotes. “¡Qué cosquillas!”, dice el maniquí cuando la azota suavemente. O “¡eso duele!”, si calcula mal su fuerza. Al lado, Gina, su novia, está sufriendo un ataque de risa. Cuando salen, Amora se vuelve a quedar vacío. Pasa bastante rato hasta que vuelve a aparecer una pareja, Kate y Mathew, de 35 y 39 años. No están muy emocionados. “Hay demasiado texto y me resulta algo bobo”, explica Kate. “Y caro. No creo que se lo recomiende a nadie”. Y susurra: “Lo que sí tengo que reconocer es que me he puesto bastante caliente después de pasar por el túnel del orgasmo”.
Ritki ha firmado un alquiler por 15 años. ¿Veremos la expansión de su sueño erótico-financiero o acabará sustituido por ositos de peluche?
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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