SOCIEDAD › ENTREVISTA A DARRYLL PETERSEN, DE SUDAFRICA
Dirige el museo de la memoria de Constitution Hill en Johannesburgo, uno de los peores centros de tortura del régimen racista, hoy sede del tribunal de derechos humanos y de un complejo educativo.
› Por Sergio Kiernan
Cuando Darryll Petersen nació recibió una etiqueta, como todos los sudafricanos de la época. La suya decía “de color”, algún peldaño por encima de la de “negro” pero todavía en otro mundo que la de “blanco”. El también tenía que vivir en un township, los arrabales mal construidos fuera de Johannesburgo, la capital para los blancos que podía “visitar” en ciertos días y horarios. El también tenía que llevar en todo momento su pase, el vital documento de identidad que lo autorizaba a entrar y salir de ciertos barrios. Petersen creció hablando afrikaans, el dialecto local del holandés, se hizo maestro y militante, y desde hace cuatro años dirige el museo de Constitution Hill, un complejo en la cima de uno de los cerros de la ciudad. Hoy se puede ver allí un edificio nuevo, la sede la corte constitucional de Sudáfrica, y un grupo de viejos edificios restaurados. Esos otros edificios formaban uno de los lugares más siniestros del país e incluían el Bloque 4, por décadas un centro de torturas, desapariciones y muertes de presos políticos o simplemente de kaffirs que tenían el tupé de olvidarse el pase.
Petersen estuvo esta semana en Buenos Aires invitado por Memoria Abierta, que organizó un encuentro de directores de museos de conciencia al que asistieron colegas checos, chilenos, rusos, norteamericanos, italianos y argentinos para debatir y aportar experiencias para el futuro centro en la ESMA. En Memoria Abierta participan la APDH, el CELS, Madres Línea Fundadora y el Serpaj. Los invitados custodian campos de concentración nazis, centros de tortura, fragmentos del Gulag y el hotel donde asesinaron a Martin Luther King.
El “faro de la memoria” que dirige Petersen arrancó como un fuerte en 1893, parte del sistema de control de población de la entonces República del Transvaal. Johannesburgo, algo más que un pueblo, vivía una fiebre del oro y el gobierno construyó el fuerte como lugar de detención de extranjeros indeseables. Después de 1900 y de la guerra Boer, los vencedores británicos comenzaron a usar el fuerte para encarcelar a sus vencidos. Para 1904, los ingleses ampliaron la prisión para “controlar” a los negros. Así nacieron dos bloques, la Sección 4 y la Sección 5, que ganarían triste fama con los años. En 1910 el complejo se completó con un pabellón de mujeres, todo alrededor de un gran patio.
El primer preso ilustre del Fuerte fue Mahatma Gandhi, por rehusarse en 1908 a usar un pase. Con los años, el lugar adquirió un claro uso político: ya no se vieron delincuentes comunes y todos los detenidos llegaban por razones políticas, sea por no tener el pase encima o como escala antes de ser juzgados y enviados a otros penales por militancia contra el apartheid. Para los años sesenta, el fuerte era un centro de torturas hecho y derecho.
“Era un lugar famoso –explica Petersen–. La gente les decía a sus hijos: ‘Si no vuelvo, buscame en la Cuatro; si no me ves más, puedo estar en la Cuatro’. Se transformó en un lugar de muy malos tratos para los negros en infracción de la ley de pases y en especial para los que militaban contra el régimen. Por ejemplo, en 1976 quedó llena de chicos que se alzaron contra la obligatoriedad del afrikaans en las escuelas. Era un lugar del que se salía roto, un lugar donde desaparecían personas.”
El régimen racista duró en Sudáfrica más de cuarenta años y los lugares de detención fueron muchísimos. De estas decenas de comisarías de pueblo, penales, prisiones y campos de trabajo, se eligieron dos sitios como símbolo, además de construirse a nuevo un Museo del Apartheid. Uno de los sitios es la célebre isla de Robben, en Ciudad del Cabo, el penal donde Mandela pasó buena parte de sus 27 años como prisionero de conciencia. El otro es el fuerte, que fue rebautizado Constitution Hill –cerro de la constitución– al ser elegido como lugar para construir el supremo tribunal constitucional, creado en 1994 y dedicado a temas de derechos civiles y humanos. El edificio de la corte es nuevo y forma junto al penal restaurado un centro jurídico, educativo, museístico y de trabajo en derechos humanos donde ONG y entidades estatales dedicadas al tema tienen sus oficinas.
Petersen destaca además que el complejo está en un barrio muy degradado, con muchos inmigrantes pobres de Nigeria y Somalia, y con un fuerte problema de narcotráfico. “Nuestro patio y nuestra Escalinata Africana siempre se llenan de estudiantes que van a reunirse, a hacer la tarea, a estar –cuenta satisfecho–. Me encanta, porque quiere decir que usan el lugar para ellos, se lo apropian.” Además, para el director del museo los jóvenes y los chicos son el público de preferencia: “Nuestros hijos no saben cómo era el apartheid, no lo recuerdan. Tenemos que mantener esa memoria para que sepan de dónde vienen las libertades de las que disfrutan hoy. Y tenemos que enseñarles que ellos tienen derechos y cuáles son esos derechos”.
Petersen habla sin vueltas del problema presupuestario del centro que dirige y admite que “los museos no son la principal prioridad en mi país porque, cuando pido más presupuesto, me contestan ‘¿y qué les decimos a los desocupados, a los que tienen hambre?’. Y tienen razón”. Por su amabilidad, tan sudafricana, le cuesta más hablar de un tema que no esperaba fuera tan polémico: el del camino de reconciliación que eligieron en su país. “Sin querer, hice enojar a algunos. En Sudáfrica, por muchas razones complejas, elegimos decirles a los represores que si confesaban, si contaban la verdad públicamente ante la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, obtendrían el perdón. Yo no quiero recomendar recetas ni decir qué es mejor. Entiendo que no es un proceso fácil de aceptar, pero es la elección que hicimos. Yo soy el primero en admitir que hay cosas que nunca sabremos, pero también que mucha gente supo por fin dónde estaban los cuerpos de seres queridos. Nelson Mandela estuvo en prisión 27 años y aun así le dio la mano a F.W. De Klerk, para salvar al país.”
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