SOCIEDAD › FATIMA, TRAVESTI E INVESTIGADORA DE LA EXPLOTACION QUE MATA
Después de ver agonizar a su amiga, Fátima, una travesti que no se prostituía, se metió en el mundo de la explotación sexual para descubrir cómo enferman y mueren sus colegas a los 30 años.
Ver las secuelas del maltrato y el abandono en el cuerpo casi sin vida de su amiga María Rosa motivó a Fátima a abandonar la comodidad de su casa y sumergirse en el circuito de explotación de las travestis. Ella, también travesti, mudó de identidad y de hábitos –no se prostituía– se hizo llamar Marilú, y recorrió por un año las zonas de exhibición de los cuerpos con purpurina y fecha de caducidad. “Es una máquina infernal donde ingresan jóvenes de 16 años para morir ante de los 30”, denunció Fátima. Matadero es la palabra que utilizó para bautizar este sistema y para titular el libro donde devela la trama de complejidades y complicidades que lo mantienen con vida. La publicación, que casi está concluida, es un “primer paso” para matar esta industria que “pica carne humana”.
Apenas comenzó la entrevista, inquieta, pero cuidadosa a la vez, Fátima Castiglione Maldonado, una travesti que vive en el barrio porteño de San Cristóbal, mostró una carpeta donde atesora fotos de ella en sus presentaciones como cantante, las letras de sus canciones de protesta contra la esclavitud de la comunidad trans e imágenes caseras de los ensayos con sus amigas trans, “La pandisha de las chicas malas”, a quienes conoció en una discoteca porteña en junio de 2005.
Ese encuentro fortuito a partir del cual tomó contacto directo con el mundo de la zona roja, sumado a la impotencia que sintió al no poder ayudar a su amiga María Rosa, una travesti que murió luego de años de maltrato, “con el hígado enfermo por la cocaína y el alcohol y las siliconas administradas por ignorantes” –detalla– fue lo que apresuró su decisión de actuar para auxiliar a personas en la misma situación. Con la ayuda de sus amigas, Marilú recorrió los lugares de explotación, desentrañó su funcionamiento y aprendió sus códigos. “Recorrí durante muchas noches de invierno el circuito. Laburé más de una vez. Fue un desafío para mí y por eso las chicas me quieren y me creen, porque me vieron parada en la zona de noche, trabajando con ellas y defendiéndolas, cuando en realidad podía estar en mi casa o en una disco. Me expuse mucho, pero valió la pena”, reconoció.
Utilizando vasta bibliografía relacionada, Fátima volcó su experiencia, el terror, la angustia y la secuela de la explotación en una investigación, como una forma de actuar contra el circuito. Aunque todavía no está terminada –en este momento va por el borrador 48, al cual tuvo acceso Página/12–, la publicación ya tiene título definido: “El matadero, la industria de picar carne humana”. “Así le decimos al circuito donde, día a día, las nuestras son forzadas a prostituirse por no tener otras opciones para sobrevivir”, explicó. “La palabra salió de nuestras charlas internas, yo me apropié del término para intentar describir la realidad” , recordó. “Todo el tiempo tengo alguna chica de la pandisha enferma –relata en su investigación–. Anoche a una de ellas la operaron de urgencia de la vesícula. Y desde ya que se debe a la cocaína, el alcohol, las hormonas mal administradas.”
En este circuito comercial, y de acuerdo con las reglas de oferta y demanda, la vida útil de las travestis comienza a los 16 y caduca a los 30. “Al principio veía el brillo de los cuerpos jóvenes y bonitos, pero luego supe que a partir de los 26, el frío, las golpizas, la cocaína, la mala alimentación y la angustia empiezan a corroer los cuerpos. Se las deja de lado, los clientes ya no las eligen tanto y mes a mes van trabajando menos –describe en su trabajo–. Un cuerpo joven que ingresa a los 12, 14 o 16 años como futuro cadáver tiene como esperanza promedio de vida unos 10 o 12 años.”
Ellas, según un mapa elaborado por Fátima, cumplen con un circuito de trabajo integrado por la zona roja, los hoteles de alojamiento, las discos y pensiones. Este recorrido fue bautizado por la autora como “calesita de la muerte”. En las dos mil vueltas que da cada travesti en esos 12 años, las secuelas en el cuerpo y en la autoestima son muchas: “Alcoholismo, drogadicción, descalcificación, destrucción del hígado por la cocaína y el alcohol, sida, enfermedades infecciosas y venéreas, y las causadas por las siliconas ilegales, además de la desconfianza generalizada y la agresividad gratuita por los años de maltrato”, se enumera en la publicación.
En otro capítulo, la autora distingue y describe las áreas funcionales que integran “El matadero...”. El área A está conducida por los cobradores de parada y las conocidas en el ambiente con el nombre de “pupileras”. Se trata de trasvestis que fueron desechadas del circuito por la edad y como una forma de supervivencia reclutan a otras trans jóvenes. “Una joven trans educada por una pupilera será agresiva, grosera, exhibicionista, solitaria y dorgadicta”, advierte.
En el área B están aquellas personas encargadas de la colocación y recetado de silicona. “Este tipo de operaciones se realiza en lugares clandestinos, sin quirófano, sin esterilización, a veces en medio de la basura, muchas veces por gente que está alcoholizada o drogada, con los pacientes en el mismo estado, sin ninguna forma de enfrentar la emergencia médica”. En el área C, en tanto, se ubican los responsables de iniciar a las travestis en el consumo de drogas. Son sus principales proveedores.
“Para ser joven, para ser ‘salvaje’, para tener calle, hay que estar colocada, esto es, bajo el efecto de la cocaína, durante días y noches sin parar. En el ambiente se lo conoce como estar de gira.”
“Esto es un primer paso para combatir al matadero”, aseguró Fátima. Tiene cierto optimismo y esperanza de que el libro puede derribar los muros de la cárcel virtual donde “no hay rejas ni carceleros, pero donde nadie sale y casi todas mueren”.
Informe: Elisabet Contrera.
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