SOCIEDAD › DESCUBREN QUE HITLER ESCUCHABA A MUSICOS JUDIOS Y RUSOS
Cien discos hallados en 1945 en las oficinas nazis revelan, según se conoce ahora, que el Führer amaba la música de clásicos rusos y las interpretaciones de Huberman y Schnabel.
› Por Marcelo Justo
desde Londres
El delirante y monotemático racismo de Adolf Hitler tenía una excepción: la música. Una colección privada de sus discos, hallada en el ático de un militar ruso, muestra que el líder nazi no sólo amaba a Wagner, ese exponente de la “pura raza aria” y Beethoven, sino a músicos rusos y judíos, es decir, a “subhumanos”, a los que acusaba en Mi lucha de no haber contribuido un ápice a la cultura humana.
Los alrededor de 100 discos hallados en el departamento moscovita de un ex oficial de inteligencia soviético, que participó en la toma de la Cancillería del Führer en 1945, revelan que el artífice de la solución final escuchaba en sus momentos libres más preciados a los rusos Chaicovski, Borodin y Rachmaninov, al nacionalista ruso Modest Mussorgsky y, horror de los horrores, a dos músicos judíos: el violinista polaco Bronislaw Huberman y el pianista austríaco Artur Schnabel. La madre de éste murió a manos de los nazis. Huberman fundó la Orquesta Palestina en 1936, precursora de la actual Orquesta Filarmónica Israelí, y se negó a visitar Alemania como músico a partir de la victoria electoral nazi en marzo de 1933. En su caso, el pecado del Führer era doble y se asemejaba a la conjura internacional contra la raza aria que tanto lo obsesionaba porque en el disco de su colección privada el judío Huberman interpretaba el Concerto de Violín del ruso Piotr Illyich Chaicovski.
En mayo de 1945, el capitán de inteligencia soviética Lew Besymenski se dirigió con otros dos oficiales a las oficinas centrales del Partido Nazi en Berlín que acababan de caer en manos soviéticas y se encontraban muy cerca del bunker subterráneo en el que Hitler se suicidó. Detrás de varias puertas de acero, los oficiales encontraron cajas llenas de efectos personales del Führer. Según apuntaría el mismo capitán en su diario, las cajas estaban cuidadosamente numeradas y tenían como destino el refugio montañoso que Hitler tenía en Obersalzberg, Bavaria.
En las cajas había todo lo necesario para una mudanza. Como trofeo de guerra los camaradas de Besymenski se llevaron cubiertos grabados con las iniciales de Hitler. Para el capitán Besymenski, un amante de la música, había algo mucho más jugoso: la colección de discos del Führer. Besymenski era judío. En su diario comenta su asombro al descubrir la música que escuchaba el Führer. “Eran grabaciones de música clásica interpretadas por las mejores orquestas de Europa y Alemania con los mejores solistas de la época. Me sorprendió que hubiera tantos músicos rusos en la colección.”
La revelación de la existencia de esta colección privada se debe a un azar. En 1991, la hija de Besymenski, Alexandra, fue a buscar al ático de la casa de su padre en Moscú una raqueta de badmington cuando se golpeó la pierna con una caja. En la caja había cien discos de pasta con etiquetas azules que rezaban Führerhauptquartier, oficina del jefe, es decir, oficina de Adolf Hitler. Los discos estaban rayados por el uso y había algunos un poco rotos o deformados por el paso del tiempo.
Lew Besymenski le quitó importancia al asunto. Según declaró su hija al semanario Der Spiegel, Besymenski no quería que lo vieran como un saqueador de botines enemigos. En sus declaraciones al semanario, Alexandra Besymenski asegura que se los había llevado porque era un amante de su música. A la muerte de su padre, este verano, su hija pudo finalmente contar la historia.
Besymenski tenía razones para el asombro. No sólo Hitler había eliminado a millones de judíos y eslavos en su búsqueda de la pureza racial aria. En Mi lucha era tan categórico como siempre en su evaluación de la contribución judía a la cultura humana. “Nunca hubo un arte judío y no hay uno ahora. Las dos reinas de las artes, la arquitectura y la música, no ganaron nada original con los judíos.”
Los especialistas en el tema no están tan sorprendidos porque ven en el hallazgo una confirmación del caótico desvarío que hilaba la ideología nazi. Según James Kennaway, un musicólogo especializado en el período nazi de la Universidad de Stanford, la política musical del Tercer Reich era bastante incoherente. “Se escuchaba al ruso Stravinsky porque era un músico de derecha y a Bartok porque era húngaro y Hungría estaba aliada a Alemania. El único eje realmente unificador era el antisemitismo. En este sentido lo que sí sorprende es que haya músicos judíos como Schnabel y Huberman”, dijo al matutino británico The Times.
Para otro historiador británico, Roger Moorhouse, autor de Killing Hitler, la colección sugeriría una interesante contradicción entre sus valores estéticos y políticos. “Es interesante que el hecho de ser ruso o judío no descalificara a un músico a la hora de armarse de una colección de música. Probablemente había una separación entre lo que era su visión política y lo artístico”, dijo Moorhouse.
El nazismo se ha convertido en un paradigma del mal humano, en el corazón de las tinieblas que acecha a cada sociedad e individuo: Hitler es su símbolo perfecto. Pero lo cierto es que el antisemita delirante no era sordo: hasta en la oscuridad más profunda del desvarío podía apreciar el efecto sublime de la música.
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