Durante un minuto, los bomberos de La Boca y de 120 ciudades del país recordaron a los nueve estudiantes y a la maestra del colegio Ecos, muertos en un accidente hace diez meses.
› Por Horacio Cecchi
Fue durante un minuto, de 20.30 a 20.31 exactamente, que la sirena del cuartel de Bomberos Voluntarios de La Boca aulló en homenaje a los nueve chicos y la maestra del colegio Ecos, víctimas de la tragedia de Santa Fe ocurrida exactamente diez meses atrás. El homenaje, organizado por los familiares, se repitió en 120 ciudades de todo el país, en la silenciosa red que los bomberos voluntarios construyeron y que sólo se recuerda cuando aúlla una sirena. El acto también fue convocado para anunciar que en la segunda quincena de agosto, 17 gobernadores firmarán con el gobierno nacional un acuerdo para sostener la ley que controle la epidemia de muertes por accidentes viales. Hasta ahí, se trata de información seca y casi podría decirse, distante, que da cuenta de cómo ocurrieron los hechos, los de ayer y los que ocurrieron en la Ruta 11.
El resto, lo que de más hubo para contar de lo ocurrido en el cuartel de Bomberos Voluntarios de La Boca, es aire denso. Se ve en Alba, mientras lee lo que había preparado para leer y habrá practicado tantas veces para mantener la voz derecha, sin torceduras. Y mientras Alba lee, Sergio, que está a su lado, respira profundo. Se ve cuando mete el aire y lo saca inflando los carrillos como lo hace alguien al respirar llevando mucho peso. Pero no puede. Se ve cuando Sergio quiere aspirar ancho y hondo y que no entra, que le cuesta a él, que al aire le cuesta llegar dentro suyo, que hay algo que ya ocupa tanta hondura. Congoja, angustia podría decirse. Y no es que lo ocupe hondo sólo a Sergio.
También a Alba, que apenas puede controlar el respirar apoyada en la lectura; y la mamá de Justi, que no puede respirar hondo y muerde sus labios casi hasta cerrar sus dientes sobre sí misma, pero igual llora; es Mónica, la mamá de Lucas, que hasta hace un rato tenía los ojos como podría tenerlos cualquiera y ahora los tiene de color rojo húmedo y usa los carilinas que le alcanza otra compañera de dolor que también llora. Son todos ellos. Padres, esposo, hermanos, amigos.
Al homenaje también llega para dar su apoyo Juan Carr, de la Red Solidaria, que habla de la epidemia de muertes jóvenes y de que “no sabemos cómo pararla” y que está allí por solidaridad, pero “también un poco por mí, porque soy padre de cinco hijos y los tengo a los cinco conmigo, tengo a mi esposa, y veo esto y me pesa el alma”.
Habla después Carlos Ferlise, presidente del Consejo Nacional de Bomberos Voluntarios de la República Argentina, quien pide que “el sonido de esta sirena no nos resulte indiferente”. Detrás suyo, engalanados con sus uniformes, una guardia de honor de casco plateado intenta dar un marco formal, quizás disimular la grieta que se va abriendo en el aire. Los bomberos están acostumbrados a participar de escenas cruentas, pero nunca que esa escena se les meta allí dentro, en casa. A alguno se lo ve hacer su esfuerzo por disimular, pero los ojos son traicioneros y enrojecen al menor esfuerzo.
Carla Ruiz cuenta a todos que algo pasó desde el acto de homenaje que organizaron todos ellos, frente a la Facultad de Derecho, cuando el dolor llevaba siete meses. En esa oportunidad soltaron globos con una leyenda sobre lo que había pasado y sobre tanta negligencia. Y ahora, Carla dice que uno de esos globos llegó a un campo de Durazno en el centro de Uruguay, y que lo sabían porque Martín Techera, el chico de 23 años que lo encontró, estaba consternado por la historia.
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