SOCIEDAD › OPINION
› Por Sandra Russo
El que no se dio cuenta hasta ahora es porque se colgó. Los hombres son los objetos sexuales por excelencia en una época en la que los atributos femeninos están sobrevaluados y los masculinos yacen en un basural de paradigmas. Ahora todos queremos ser femeninos: las mujeres y los hombres, porque hemos descubierto que los hombres habrán experimentado históricamente la tenencia del poder, pero las mujeres hemos entretenido nuestras sensibilidades.
Todos los hombres quieren ser sensibles. Y hacen bien. Nuestros hombres son acolchados. Son comprensivos. Son mimosos. Son expansivos. O por lo menos les gustaría serlo. Hoy es un valor masculino la sensibilidad, y no la fuerza. Se trata de un brusco y vertiginoso cambio de rasgos de género.
La sociedad de mercado nos hace así: trabajadores de nuestras identidades sexuales. Los varones ya no pueden seguir siendo proveedores y las mujeres ya no podemos esperarlos con el Martini y el pelo batido. Primero nos cedieron los gastos de la casa, después la iniciativa laboral y ahora la sexual. Y no es que lo disfruten: qué va, se espantan. Pero como ellos no hacen nada (no llaman, no se declaran, no palpitan) alguien tiene que hacer el trabajo sucio.
El combo incluye, claro, la belleza como moneda de cambio afectivo. Los hombres de treinta se miran preocupados la pancita. Cotizan en Bolsa gracias a sus personalidades, pero la personalidad de un hombre hoy no se mide sólo por su carácter. Un hombre es, como una mujer, su imagen. La época, hermanos, nos ha regalado la chance de ser objetos sexuales intercambiables, mientras sólo algunos y algunas, con suerte y sabiduría, pueden llevar vidas como sujetos responsables de sus deseos.
Los iconos tradicionales de poder masculino ya son bizarros. Con el disvalor de la fuerza, el sistema de creencias masculinas sobre la virtud de su propio género entró en crisis. Pero de algo pueden estar seguros estos hombres. No son como el oso, no pueden permitirse la fealdad. La dictadura de los parámetros estéticos de época incluye a los varones, y ellos quieren tener la piel hidratada, quieren un buen corte de pelo, quieren manos prolijas, quieren tonificarse, quieren parecer más jóvenes. Belleza y juventud: justo los dos altares sacrificiales desde los que millones de mujeres padecieron desde un zapato que no les dejaba crecer los pies hasta el corset que les quitaba la respiración y les provocaba lipotimias.
Bienvenidos al mundo de los objetos sexuales, muchachos. Los espera un largo aprendizaje para poner el cuerpo al servicio de lo imposible.
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