SOCIEDAD › COSTUMBRES, RITOS Y ESTEREOTIPOS DE UNA VIDA AL MARGEN DE LA LEY
Dedicada por entero a investigar el modo de vida narco y sus expresiones culturales, la socióloga colombiana Lilian Ovalle desmenuza la estética de ese grupo cada vez más policlasista, sus redes, el poder interno y los significados de la violencia.
› Por Cristian Alarcón
Desde Montreal
Una línea invisible y tensa entre Cali –en Colombia–, Tijuana –en México– y una ciudad indeterminada en la costa sur de España es el camino por el que ha transitado esta mujer joven, bella y dueña de un porte y una voz que le permiten jugar desde “el arquetipo de la inocencia femenina”, ríe. “Es que soy tan joven y tan frágil”, contesta con sorna cuando le preguntan cómo se ha atrevido a acercarse tanto al peligroso mundo del narcotráfico. En el último Congreso de la Latin American Study Association, LASA, en Montreal, Canadá, presentó los avances de una investigación realizada desde el interior de una de las redes del tráfico transnacional de drogas. Integrante del Centro de Investigaciones Culturales de Baja California, con un doctorado en marcha en el que bucea en los rituales de la muerte, la teatralidad del éxito y las representaciones sociales del narcotráfico, esta caleña de 32 años desgrana con pasión de etnógrafa y claridad de cronista los avatares, las reglas y las ambigüedades y contradicciones de un mundo en el que el respeto y la confianza se abrazan a la astucia, el riesgo y la traición. “Miro desde la perspectiva de los propios actores, intento comprenderlos desde su visión y no pensando que el narcotráfico está lejos, como si no fuera parte central de nuestras sociedades”, dice en una entrevista exclusiva con Página/12.
Lilian Paola Ovalle estudió psicología y sociología en la Universidad Javeriana de Cali y recibió su master en Sociología de la Cultura en la Universidad Autónoma de Baja California. Hace un año que cursa un doctorado en el que sigue tras las huellas del mundo narco entrevistando a miembros de la red que comenzó a frecuentar en el Penal de La Palma, Cali, en 1994, cuando tenía apenas 19 años. Allí conoció a dos fuentes que serían clave para su investigación: a partir de ellos construyó lo que los antropólogos llaman el método de la “bola de nieve”: ante la dificultad para acceder a determinado tipo de informantes por tratarse de territorios ilegales, simplemente el indagador se deja llevar, con algunas prevenciones, por la línea que va de una fuente a otra. Ovalle supo usar esa adversidad metodológica como un buen incentivo para un razonamiento inquieto pero paciente. Aún hoy, después de más de diez años de inmersión, Ovalle todavía confiesa preguntas de fondo a las que no encuentra respuestas. Aunque sí tiene claro su trabajo a largo plazo: comprender la dimensión transnacional del narco. Instalada en España, conoce la lógica del escenario narco más violento del mundo, allí donde Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, el narco más buscado por la DEA, por quien ofrecen cinco millones de dólares, se casó hace meses con una fiesta fastuosa en un pueblo de Durango con una jovencita a quien antes de la boda le obsequió el cetro de reina de belleza de la zona, como en las historias de hadas.
–¿Por qué fue de Colombia a México?
–Al comienzo me motivó el dolor que se vivía en mi ciudad, Cali. Mi generación pudo ver la transformación de un espacio de puertas abiertas a uno de terror. Cuando éramos adolescentes, el mito era que no podías salir si eras más o menos bonita porque entonces un narco se enamoraría de ti y si no te ibas con él matarían a tu novio y te llevarían para violarte. Eso era fuerte; saber que compartías el territorio con esos sectores que podían tener tanto poder. Lo que me movió a viajar fue demostrar que lo que ocurría de manera tan local en mi propia ciudad era el resultado de una dinámica transnacional. Por ese motivo he trabajado en tres países y dos continentes. En mis entrevistas veía que estaban allí, en Cali, gringos, mexicanos, bolivianos, peruanos, argentinos.
En su búsqueda Ovalle comenzó con entrevistas en la cárcel con los profesionales que habían ingresado a las filas del narco. Tres personajes paradigmáticos asoman en su relato: el arquitecto, el ingeniero agrónomo y el abogado. El arquitecto, a quien llamaremos Juan, surgió de una familia de clase media, comerciantes, dueños de una línea de buses en Cali, que lograron darle estudios en la universidad financiada por los mismos narcos. Comenzó diseñando reformas en casas compradas a valores ridículamente altos en los barrios de las clases tradicionales de la ciudad. Sus colegas de mayor prestigio se negaban a firmar adefesios en los que se dejaba ver el origen rural de los primeros capos del Valle del Cauca. El, Juan, de 36 años y desahuciado por las vías legales al no lograr un presente de alto consumo y goce instantáneo, no tenía inconveniente en jurarles que la mezcla del mármol con la madera de nogal no iba bien sino todo lo contrario. Al poco tiempo le ofrecieron pasar al diseño de “caletas”: escondites secretos en las mansiones a prueba de Grupo de Búsquedas, perros y hasta bombas. Compartir ese secreto lo instaló definitivamente en la gerencia de la organización y se le encargó la administración de una cocina en la selva. Un lugar difícil en el que debía lidiar con una caterva de “indios”, como llamaba a los campesinos contratados en el lugar, que no entendían que si encendían un cigarro demasiado cerca de los químicos podía volar todo por el aire. Confiado en su crecimiento terminó firmando todo él mismo: desde la compra de los insumos a los contratos con depósitos y locales. Por eso terminó encerrado. Como el agrónomo, que se encargó de la exportación de frutas orgánicas en containers que atesoraban toneladas de cocaína.
La mejor madera
–¿Cómo eran esos profesionales?
–Básicamente encontré un desencanto con sus posibilidades de ascenso social, y de mantener sus capacidades de consumo, que terminaban resolviendo con su ingreso a la red. Se vinculaban en principio a través de los servicios que prestaban. He encontrado que los filtros no son muy fuertes en realidad. Lo cierto es que hay una gran competencia para mantenerse en el negocio más que por entrar. Pongamos como ejemplo a un abogado, de familia de clase media baja que ve como héroes a los Rodríguez Orejuela porque pudo estudiar en la universidad que ellos gerenciaban, la de Santiago de Cali. Cuando empezó como abogado penalista con ellos llevaba años litigando en lo laboral. Se empezó a enrolar muy de a poco, a conocer a gente de mayor nivel de decisión. Se volvió el abogado de muchos. Eso es el resultado de una política de profesionalización.
–¿Qué se evalúa en el ingreso?
–La confianza es fundamental. El hecho de que tú dudes ante la propuesta quedará como un estigma dentro de la red. Si al escuchar la propuesta dices que no sabes, y tardas en decidir, ya estás en un lugar difícil. La red, los “meros meros”, ya te verán con otros ojos: si tienen que poner a alguien de panfleto, o de señuelo, al que van a mandar de pendejo a morir será el que dudó, porque ése de entrada no tiene la madera ni la decisión de estar.
–¿Cómo es la madera ideal?
–Pues, una persona que sea decidida, y algo muy particular: para ellos es muy importante el humor. Que tenga sentido del humor, que sea gracioso, que sea chistoso, que tenga habilidades sociales, que haga reír y que se ría, es alguien que puede entender la red. Al mismo tiempo debe ser alguien que no se deje joder por los de abajo, que pare a la gente en seco, pero que muestre mucha pleitesía y mucho respeto a las personas que están por sobre él en la red. Que tengas muy buena reputación de leal, de que cumples los pactos...
En el camino
Cuando creyó que se sentía cómoda entrevistando narcos presos, los “meros” que la habían introducido a la red le advirtieron que la realidad estaba afuera. “Me dijeron: ¿sabes qué? Si quieres entenderlo, sal de aquí, porque estas redes son súper dinámicas, y si te decimos con dos años de detenidos lo que pasó, es seguro que no es lo que está pasando ahorita. Ahora es otro mundo. Porque precisamente si son redes efectivas deben ir antes que las políticas antidrogas, con nuevas rutas, y nuevas formas organizativas. Eran los momentos en los que se estaba dando el quiebre entre los miembros del Cartel de Cali y los del Cartel del Valle y las microorganizaciones. Ellos mismos me decían que lo que estaba haciendo era una arqueología del narco, porque ya era cosa del pasado”, cuenta la investigadora. Su salida al mundo social del narcotráfico en Cali la vinculó entonces con los mexicanos, que la recibirían como alguien de confianza en Baja California. Su hipótesis del nacotráfico como un fenómeno interclases en el que el estereotipo del chaparro de habano con diente de oro escuchando narcocorridos es apenas un comic popular se confirmó tras casi un centenar de entrevistas. Sus entrevistados finalmente no se parecen a esas recreaciones sino a sus compañeros y profesores.
“Los estereotipos de narco corrido o cumbia no aplican. He conocido narcos de esos que las niñas bien dicen, ‘con este narco me caso’. Son pocas en las entrevistas que encuentre el narco estereotípico. No podría decir que la mayoría venga de sectores populares netos. Se han ido profesionalizando las redes, como una forma de preservar sus actividades, sofisticarse”, revela. Sus observaciones se trasladaron de las reuniones sociales de un círculo a la misma red en Tijuana y pasó a viajar con los transportistas del sistema. Subida al asiento del acompañante de un auto cero kilómetro piloteado por un joven moderno de su edad que escucha Bob Marley, U2 o rock argentino, la antropóloga y cazadora de estéticas del narco anota y puede hasta dejarse llevar por la música como una viajera más de un coche común y silvestre que va de Tijuana a Oaxaca. No todo el tiempo se está en situación de entrevista. No todo puede anotarse como un dato más. Ovalle le ha tomado el pulso al respirar alerta pero dispuesto al disfrute de la mínima oportunidad que el propio trabajo dé. En el narcotráfico el riesgo y el placer deben compensarse como una pareja de hermanos malhabidos, para que la presión del negocio no llegue a enloquecer.
Sus compañeros de viaje se llaman “campaneros” y custodian el buen desplazamiento de una carga, por ejemplo, de dinero. En el coche no hay armas ni drogas ni ningún vestigio de ilegalidad. Pero son ellos y los contactos estratégicos con los policías corruptos que controlan las rutas la clave para llegar a destino con la carga. Esos son los nuevos aspectos de la administración que Ovalle observa y analiza. En esa línea detectó el rol fundamental de administradores, jefes de seguridad y abogados. “Son las personas con las que los altos mandos tienen relación –explica–. En teorías de redes, no tiene más poder el que está en el extremo de la jerarquía sino el que tiene más relaciones o más interacciones con el resto de la red. Por eso es el que tiene más poder, porque es un poder transparente y dinámico. Hablo de poder social para referirme al poder del narcotráfico como fenómeno hacia la sociedad toda, su capacidad de reordenar, administrar, generar ganancia y muerte hacia toda la sociedad.”
–¿A qué se refieren cuando hablan de seguridad?
–Muchos de mis entrevistados cuentan que comenzaron “como elemento de seguridad”. Para mí, seguridad es un guardaespaldas, pero no, son los que se encargan de amedrentar, matar, torturar a personas que habían cometido algún error en sus transacciones. Yo pensaba por qué es tan recurrente en México, Colombia y España este concepto de seguridad. ¿Por qué se llamaba así al aparato represivo? Lo que finalmente concluí es que están protegiendo la seguridad del funcionamiento y la existencia y prevalencia de su proyecto ilegal.
–¿Por qué ahora España?
–Desde una base de datos con redes y flujos es innegable que España es la puerta para Europa, y luego Francia. Si tengo esta red que sé que va para Europa, pues sigo en otro nivel de transnacionalidad. Es un grupo grande instalado en ciudades que son “para vivir”, con ciertas condiciones. Que tengan muchos migrantes, que no sean sociedades muy tradicionales y cerradas donde no puedas ser anónimo, que haya mucha dinámica de turistas, trabajadores extranjeros, que les permitan camuflarse. También deben tener banca internacional y rutas aéreas directas a otras ciudades europeas, por ejemplo las zonas de residencia de gidish, los europeos que se jubilan en climas más favorables de la costa.
–¿Por qué la muerte es el mensaje más común?
–Aumentan cuando comienza a incrementarse el número de organizaciones. Y cuando comienza a endurecerse la presión estadounidense para mostrar resultados a cualquier costo. En ese sentido la paranoia de sentirse permanentemente amenazados los ubica de otra manera ante la utilización de los ritos de la muerte. El cerco hacia ellos también es social y discriminatorio. Ellos lo perciben así. Estas muertes siempre son dobles mensajes; hacia el interior de la red y hacia el exterior de la red. Hacia la sociedad es simplemente un aviso de condiciones de convivencia indispensables: “no me chingues o te mato”.
–Matar también se ha profesionalizado.
–De manera impresionante. Por eso es importante aclarar que matar es caro. A mí me han dicho decenas de veces si por trabajar en esto no tengo miedo de que me maten: me ofende que me lo digan. Te dicen: “te van a mandar a la tumba”. Me molesta, es insultante, porque la muerte es cara. No creo que valga tanto como para que inviertan en mi muerte.
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