SOCIEDAD › EL PROYECTO PIERRE AUGER
› Por Federico Kukso
Las revistas de divulgación científica (como la norteamericana Science y la inglesa Nature) y Cuba tienen en común más de lo que se cree. Ambas atraen en cada movimiento los ojos del mundo y ambas, también, están rodeadas por la incomprensibilidad del embargo. Pero allí donde hay una similitud también se esconde una pequeña diferencia: mientras que a la isla caribeña el embargo le es impuesto, Science y Nature lo imponen. Y lo hacen insistentemente, como última línea de defensa para que los tronantes descubrimientos allí publicados no sean anunciados antes, en otra parte del mundo por un periodista ansioso. En el caso del hallazgo de las fuentes de los rayos cósmicos de altas energías por parte de los investigadores del Observatorio Pierre Auger (uno de los más importantes descubrimientos nacionales de los últimos tiempos), la política se mantuvo. Sí, el paper se distribuyó días antes entre periodistas con su consecuente advertencia amenazante (en letra roja) al pie del artículo de seis páginas, titulado “Correlation of the highest-energy cosmic rays with nearby extragalactic objects” (algo así como “Correlación de los rayos cósmicos ultraenergéticos con objetos extragalácticos cercanos”) y firmado escuetamente por “The Pierre Auger Collaboration” (nombre detrás del que enfilan más de 90 personas/instituciones). “Embargoed until 2 p.m. U.S. Eastern Time on the thursday before this date: 9 november 2007”, recuerda en inglés una y otra vez en cada página o “Información embargada hasta el jueves 8 de noviembre 16 hs (hora argentina)”, en castellano.
El embargo, como toda política opresiva que a largo plazo se internaliza, funciona por medio de una amenaza fantasma: nadie sabe a ciencia cierta el castigo que Science ha de imponer si alguien lo viola y comunica la noticia dos horas antes (¿hubiera cambiado algo? ¿Los rayos cósmicos se ofenderían?). La revista estadounidense –donde, por ejemplo, se publicó la decodificación del genoma humano– suele bravuconear (con la revocación del acceso a los contenidos), pero pocas veces hace efectiva su intimidación. Pero se cumplan o no estas amonestaciones propias de una época sin comunicaciones instantáneas, lo cierto es que el secretismo, el rumor, los comentarios, los cruces de miradas, la amenaza de un castigo infernal y la conmoción pública fogoneada por el anuncio de un descubrimiento que atañe a unos rayos enigmáticos cuya esencia uno nunca llega a entender del todo se combinan y conjugan en un acorde perfecto para revalidar a la ciencia como una empresa netamente colectiva, al mismo tiempo que la envuelven en aquel halo que impulsó en su tiempo a las novelas victoriana de aventuras y resolución de misterios.
Porque así como el origen de los rayos cósmicos de altas energías –las partículas más veloces del universo– en esta ocasión son (fueron, más bien) el epicentro del misterio a resolver (como lo son los autores de los crímenes en las novelas de Conan Doyle), la figura del inspector –el Hércules Poirot, el Sherlock Holmes, el Philip Marlowe– cae ahora en los investigadores del Observatorio Pierre Auger, una de las instituciones de punta del país, cuya fama (muy bien ganada) se acrecienta con su lejanía. Ubicado en Malargüe, Mendoza, alberga al experimento astrofísico más grande del mundo (aprobado por la Unesco en 1995 y que sobrevivió la debacle económica de 2001). Sus números son épicos: más de 250 científicos de 15 países (12 de ellos argentinos), 24 telescopios de fluorescencia, 1660 tanques-detectores de polietileno con 12 toneladas de agua hiperpura desparramados en 3000 km cuadrados, la meseta Pampa Amarilla, un área 15 veces más grande que la ciudad de Buenos Aires. Y todo enfocado en un objetivo: echar luz sobre uno de los misterios más candentes de la astrofísica moderna (tal vez tanto como el origen y caprichos de la materia oscura).
Desde su inauguración (parcial) en 2003, se registraron casi un millón de cascadas de rayos cósmicos de los cuales sólo 81 de ellos superaron niveles de energía de 4x10^19 eV (electrón-voltios), esto es, cientos de millones de veces más energía que las partículas producidas por cualquiera de los aceleradores actuales. Una cifra que se vuelve minúscula si se compara con la energía emitida por cada rostro sonriente de estos investigadores que por un momento lograron que el universo pareciera un gran campo de juego un poco menos misterioso.
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