Investigaciones científicas vienen comprobando que los hermanos mayores tienen características semejantes y diferentes de los menores. Un estudio de una universidad noruega realizado con 250.000 jóvenes consolida la teoría del orden del nacimiento.
› Por M. Antonia Sánchez-Vallejo *
Pocos padres admitirán que tratan a sus hijos de forma diferente, pero es probable que al educarlos de la misma manera obtengan como resultado la desigualdad. Como el arranque de Ana Karenina, de León Tolstoi (“Todas las familias felices se parecen, sólo las infelices lo son cada una a su modo”), la educación y la crianza de los hijos tienen mucho que ver con las singularidades: las que uno trae de serie, las de la forja de la personalidad y las que, según algunas investigaciones científicas, se desprenden del orden que los hermanos ocupan en la familia. Es la denominada Birth order theory, teoría del orden de nacimiento.
Aunque se remonta a finales del siglo XIX –la formuló Francis Galton, primo de Darwin, en 1874–, dicha teoría acaba de recibir el espaldarazo de un estudio de la Universidad de Oslo y el Instituto de Salud Ocupacional de la capital noruega que, en colaboración con el servicio médico del ejército de ese país, analizaron los niveles de inteligencia de cerca de 250.000 reclutas de 18 y 19 años. Las conclusiones, publicadas por la revista Science, no dejaban lugar a dudas: el primogénito tiene un cociente intelectual (CI) 2,3 puntos por encima del segundo y éste aventaja en 1,1 puntos al tercero. El CI de los primeros es también mayor que el de los hijos únicos. Pero la máxima nota se aplica asimismo en los casos de segundos y sucesivos hermanos que hayan sido educados como primogénitos por muerte o ausencia de éstos.
Pero la teoría del orden de nacimiento, desarrollada con éxito dispar por una legión de psicólogos desde Alfred Adler, discípulo de Freud, en 1920, no se queda en el cociente intelectual. Según sea uno primogénito, hijo mediano o pequeño –el hijo único mezcla rasgos de los extremos–, así será su carácter. A grandes rasgos, en el reparto el primero se lleva el conservadurismo, el respeto a las expectativas y los valores paternos y el perfeccionismo. El mediano, en terreno de nadie, tarda en decidir qué quiere hacer con su vida –frente al mayor, que la encarrila muy pronto– y desarrolla más relaciones con iguales que jerárquicas. El benjamín, por su parte, es la bohemia y el riesgo; divertido y encantador, puede ser también más débil que los otros. Un ejemplo notorio: los tres hermanos Grimaldi, príncipes de Mónaco. Entre la regia perfección de la mayor, Carolina, y la bohemia liberal y circense de Estefanía, la menor, se halla el caso del príncipe Alberto, con una opción de vida personal distinta a la de sus hermanas.
La elección de este ejemplo no es una concesión rosa. Podría servir también el de los príncipes de Inglaterra, Carlos, Andrés y Eduardo, que reproducen parecidos patrones. O los Kennedy, desde el presidente John al senador Edward. La historia es un filón de ejemplos que ratifican el citado reparto de actitudes y aptitudes: más de la mitad de los presidentes de Estados Unidos han sido primogénitos; también eran los mayores, o hijos únicos, veintiuno de los 23 primeros astronautas estadounidenses.
El que pasa por ser la mayor autoridad mundial en la materia, el profesor Frank J. Sulloway, del Instituto de Investigación Social y de la Personalidad de la Universidad de Berkeley (California, Estados Unidos), atribuye éstas y otras diferencias entre hermanos al hecho de “maximizar la atención de los padres a través de diferentes estrategias con el fin de reafirmar la propia identidad”, cuenta desde Berkeley. Para María José Díaz-Aguado, catedrática de Psicología de la Educación de la Universidad Complutense, las singularidades se deben también “al reparto de papeles: todos los hijos podrían ser estudiosos, o simpáticos, pero no, hay tendencia a repartir roles de forma excluyente. El hecho de que un hermano destaque en algo, por ejemplo en los estudios, lleva a los restantes a excluir esa característica. Es como si cada hermano tuviera que encontrar un sitio: tras un hermano muy estudioso, el siguiente puede ser muy deportista, por ejemplo”.
Sulloway se arroga la patente de la teoría: “Este campo no alcanzó un status científico hasta mediados del siglo pasado, cuando los investigadores empezaron a aplicar métodos estadísticos formales. Quiero pensar que mi libro Born to Rebel (Nacido para rebelarse), de 1996, ha tenido algo que ver en el desarrollo de la teoría”. ¿Por qué? “Porque la contextualiza en un marco darwinista muy comprensible.”
Esta nueva perspectiva teórica de Sulloway ha contribuido a reavivar el interés por la interacción de los hermanos en el seno de la familia. “En líneas generales, los hermanos compiten por el favor de los padres y son sus diferentes estrategias, basadas a su vez en diferencias de edad, tamaño, poder y status, las que conducen a diferencias de personalidad’, dice Sulloway. ¿Pese a ser criados y educados en la misma casa? “El entorno explica al menos el 50 por ciento de las variaciones en la personalidad, como sabemos gracias a los estudios en genética del comportamiento, así que también influye bastante en el desarrollo de las diferencias. El orden de nacimiento conforma la personalidad y el comportamiento mediante mecanismos biológicos, psicológicos, sociales y antropológicos”, concluye.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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