› Por Leonardo Moledo
Víctor Sueiro murió ayer a las 13.30. No era la primera vez que lo hacía. Sueiro había nacido en Buenos Aires el 9 de febrero de 1943 y siempre estuvo vinculado con el periodismo. A los 16 años se inició periodísticamente en el diario El Mundo y también participó como conductor en programas de preguntas y respuestas. A los 19 años colaboraba con la sección policiales del diario. Luego ingresó en la revista Gente, donde se codeó con periodistas de gran nivel como Samuel “Chiche” Gelblung y Lucho Avilés, y accedió a la televisión, donde debutó en el ciclo El juicio del gato. En 1974 condujo Siesta, participó en Teleshow, junto a la actriz Tita Merello colaboró en Siempre Tita, en 1980 realizó guiones para películas de primera línea, en las que participaban Palito Ortega, junto a Alberto Olmedo y Jorge Porcel.
Pero la gran experiencia, que marcó un quiebre en su vida y lo lanzó a la fama, fue cuando en junio de 1990 murió y resucitó unos segundos después, convirtiéndose así en el primer argentino que regresó de la muerte (desde ya no el primer ser humano en hacerlo, ya que una fuente indubitable como el evangelio informa que Jesús cumplió la misma hazaña que Sueiro a los tres días, y durante la Edad Media en especial, estas resurrecciones se producían a menudo entre santos y santas que regresaban para obrar algún milagro o realizar una buena acción). Pero el caso de Víctor Sueiro permitió la posibilidad de blandir un resurrecto local.
Nunca lamentó la experiencia, ya que, en esos escasos segundos, según contó, vio un “túnel con la luz al final”; de los libros que posteriormente escribió se puede deducir que esa luz, parecida a la que en la película Ghost llama y recibe a los bienaventurados, procedía de la Virgen de Fátima (o de alguna otra Virgen que lo esperaba al final para darle la bienvenida al Reino). “Un túnel con una luz hermosa al final, y la línea mortal. Ahí no hace frío ni calor, no hay temores ni sensaciones malas. Nos esperan cosas buenas.” Más allá de definirlo como atérmico, nunca especificó otras propiedades del túnel, como por ejemplo sus medidas, lo cual da pie para conjeturar que su longitud puede ser una especie de Purgatorio que debe recorrerse hasta alcanzar la buenaventura. El hecho de “que no hiciera frío ni calor”, empero, demuestra cabalmente que el túnel se encuentra, por así decirlo, fuera del Universo (la temperatura del espacio es de 270 grados bajo cero). Pero Sueiro se encargó de aclarar que en ningún momento experimentó angustia ni temor, sino una sensación de felicidad, que superaba la conciencia de estar muerto, fuera del Cosmos, y a punto de ser envuelto por una luz que, es de suponer, tampoco desprendía calor, interrumpida por la restitución a la vida.
La muerte y resurrección determinaron un giro en su destino, ya que fue capaz de industrializarlas en libros como Más allá de la vida, con ventas masivas en toda Latinoamérica, al que siguieron Poderes, Curas sanadores, La gran esperanza, El ángel, un amigo del alma, La Virgen, milagros y secretos y Los siete poderes, entre otros, que suman más de un millón de ejemplares vendidos.
Además, la experiencia lo volcó a un catolicismo militante, en estrecha colaboración con la Iglesia y con cuanta cura milagrosa o milagro a secas (vírgenes que lloran, curaciones por la fe de enfermos desahuciados) hubiera, que le valieron, junto a sus otros trabajos periodísticos, varios premios durante los años del menemismo. Incluso logró el casi máximo honor a que puede aspirar un habitante de estos lares: figurar en la clásica foto de la revista Gente como uno de los protagonistas del año 1993, 1994, 1995, 1996, 2000 y 2003, y como uno de los personajes del siglo en 1999, junto –es de suponer– a figuras como Pollock, Einstein, Menem y algunos otros. Asimismo, el escritor y periodista poseía el récord latinoamericano de intervenciones de cateterismo y angioplastias, once en total, que tal vez lo ubiquen en el Libro Guiness de los records.
También tuvo que sufrir la incredulidad positivista del staff científico y soportar que se lo tachara de “impostor” y mero negociante. Que no lo afectaron, ya que él confiaba en la seguridad de haber muerto y resucitado, en sus obras de ayuda a las curas milagrosas, que le traían fama y una más que razonable fortuna.
Ayer, finalmente, vivió su segunda muerte tras un paro cardíaco que lo devolvió al túnel que debió abandonar antes de tiempo la primera vez, sin llegar a tocar la luz.
¿Volverá nuevamente? Aunque los médicos dicen que no, no se puede saber. De todas maneras, no es necesario llorarlo mucho, ya que Víctor Sueiro, en cierto sentido, amaba a la muerte, como lo expresó al describirla, apelando a una imagen ferroviaria: “Morir es como un viaje en tren: lloran los que se despiden en el andén, pero el que viaja está muy contento”, olvidando por un momento el estado de los trenes argentinos.
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