Mar 03.09.2002

SOCIEDAD  › OPINION

Rehenes

› Por J. M. Pasquini Durán

Con frecuencia creciente se escuchan, en estos días, voces de alarma provocadas por los secuestros extorsivos, sobre todo de menores. Hay motivos para alarmarse, sin duda, más aún cuando aparecen policías ligados a esos delitos y vecinos o conocidos de las víctimas. Es un método criminal que tiene innumerables antecedentes en Brasil, México, Colombia y otros países de América latina, en los que no siempre resulta consecuencia directa de la pobreza y de la injusticia social. Debido a que las autoridades y los especialistas no atinan con las medidas preventivas de seguridad, cada familia queda librada a sus propios criterios y recursos de autoprotección.
Allí donde los recursos son más escasos que los temores, en particular en las casas de clases medias, los padres optaron por drásticas modificaciones en los hábitos y conductas de sus hijos, asumiendo en persona más de una vez la custodia directa en los trayectos callejeros de sus hijos, cuando van a estudiar o a encuentros de ocio y diversión. Así, unos y otros terminan siendo rehenes del miedo. En ese caldero del diablo, la sospecha y la desconfianza trastornan hasta algunos conceptos básicos: los que guardan esperanza en la condición humana son locos o irresponsables y los que desesperan de los acontecimientos son cobardes. ¿Cómo construir un futuro de libertad si los arquitectos son inducidos ahora a resignar su condición de libres para gambetear la realidad o para que no los cataloguen, a ellos o a sus padres, como intrépidos sin responsabilidad?
La ruptura de lazos de convivencia es inevitable, si el Otro es temible o si la amenaza dispara los instintos primarios de la supervivencia. Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, comparó su experiencia con el relato de Solzhenitzin de Un día en la vida de Iván Denísovich en los campos stalinistas y anotó: “Bien, hay muchas cosas en común. En primer lugar, la falta de solidaridad. Allí el prisionero se llama zek. ¿Cuál es el primer enemigo de un zek? Otro zek. Esto es exactamente igual que en mi experiencia”. Quizá la cita parezca exagerada, pero, ¿puede alguien medir la densidad del miedo cuando está en juego la propia vida o la de su familia más amada? Si “me matan si me quedo y me muero si me voy”, como dice la canción, ¿qué más queda por hacer?
Por suerte, hay personas que rechazan la negación y el absurdo. Juan Carr, de la Red Solidaria; el rabino Daniel Goldman y Laura Moreno, directora de una escuela confesional con 1200 alumnos; entre otros, están dando los pasos iniciales de una movida que, por lo menos, dispute la calle a los malignos. Comenzará el próximo viernes, a las 14, repicando campanas en los templos, sonando los timbres de las escuelas y las bocinas de los autos, y habrá un encuentro en el comedor comunitario de Margarita Barrios, en el Bajo Flores. Es otra manera de afirmar que “Nunca Más” la sociedad será condenada a enclaustrarse en la propia intimidad para huir del pánico.
Albert Camus, agnóstico pero soñador incurable, escribió: “Quizá en una nación libre y apasionada de verdad, el hombre volverá a sentir ese amor por el hombre sin el cual el mundo jamás será otra cosa que una inmensa soledad”. El mismo escritor, que nació en la Argelia colonizada en un hogar pobrísimo y alcanzó dimensión universal desde Francia, que vivió entre expectativas confirmadas o defraudadas, al fin concluyó: “La verdadera desesperanza no nace ante una obstinada adversidad, ni en el agotamiento de una lucha desigual. Proviene de que no se perciban más las razones para luchar e, incluso, de que no se sepa si hay que luchar”.

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