SOCIEDAD • SUBNOTA › LAS MEMORIAS DE SU VIDA ACADéMICA, EN UNA ENTREVISTA DE PáGINA/12
Este diario publicó el 28 de noviembre de 2005 una conversación de Leonardo Moledo con Gregorio Klimovsky en la que el científico describe su vida en la universidad, que es decir la historia misma de la universidad en el país. Aquí, como homenaje, fragmentos de esa charla.
› Por Leonardo Moledo
–¿Cómo fue que se dedicó a la lógica? ¿Cómo es su historia?
–Yo soy un tipo que tenía varias vocaciones y que de alguna manera procedió en forma autodidacta. A mí, lo primero que me capturó fue la matemática. Julio Rey Pastor se dio cuenta de que en mí había algo y me apoyó enormemente y me hizo estudiar cosas. Yo había cometido el error de ir a Ingeniería, creyendo que para saber matemática había que seguir Ingeniería, hasta que me di cuenta de que no tenía nada que ver una cosa con la otra. Por consejo del mismo Rey Pastor me pasé de carrera y me dediqué a la matemática, pero por cuestiones de trabajo y por cuestiones políticas no pude terminar el profesorado de matemáticas y la licenciatura. En realidad, yo procedí como autodidacta. Lo que pasa es que yo tenía vocación filosófica además de matemática y a mí me interesó saber cómo se fundamentaba la matemática y ahí fue cuando me acerqué a la lógica y empecé a estudiar solo y después con Rolando García, al que le había pasado exactamente lo mismo.
–Por lo visto, llegó a saber bastante.
–Sí. Yo creo que fui la primera persona que se dedicó de modo intensivo a la lógica y que después de alguna manera la enseñó y ésa fue mi forma de descubrir: curiosamente, de modo casi histórico, leí a Peano y poco a poco me fui acercando hasta Bertrand Russell; fui enterándome de la lógica siguiendo un poco su propia evolución histórica, como había sucedido. Cosa que es buena en realidad.
(...)
–¿Qué fue para usted la época de oro (’55–’66) y la época en que fue decano?
–La época de oro fue una experiencia inolvidable. Creo que no tengo ninguna, salvo cuestiones personales, que sean de tanta intensidad emocional y comparables a lo que era vivir las aventuras de entonces. Ahí se presentaron varias cosas desde el punto de vista de mi vida. Primero estaba la cuestión de la organización de la universidad y su funcionamiento.
–Usted estaba en el consejo directivo de la Facultad de Ciencias Exactas, que fue la que más brilló.
–Exactas brilló por varias razones. En primer lugar se presentó allí una coyuntura peculiar, que era Rolando García, el decano, un hombre muy inteligente, realmente, de mucho valor científico, que había sido director de la Dirección de Meteorología y había realizado una cantidad enorme de estudios, no solamente en cuestiones de meteorología, sino también de matemáticas, de lógica matemática y de epistemología y consiguió formar un grupo de gente que lo acompañó, un equipo realmente notable, con muchas ganas de discutir, pelear. Rolando García era muy hábil para conseguir dinero, de muchas fuentes, alguna de las cuales provocaron líos con los estudiantes, como la Fundación Ford. Hubo una exposición de libros científicos norteamericanos que se organizó en la facultad donde los alumnos entraron y rompieron todo. Y hubo dos cosas fundamentales: la compra de la computadora, que permitió la creación de la carrera de Computación, y el Instituto de Cálculo para hacer investigaciones y la construcción del edificio de Núñez. Y que la investigación fuera reconocida como un factor de urgente necesidad en la universidad. Vinieron profesores extranjeros, se becó mucha gente para ir al extranjero y mucha beca estudiantil para que la gente pudiera de alguna manera estudiar. Y la facultad se transformó –según mi opinión– si no en la mejor, en una de las mejores facultades en ese tipo de tema en toda América latina. ¿Entiende por qué tanto entusiasmo, tanta dedicación y por qué realmente fue una época de oro?
–Sí, creo que sí.
(...)
–Tuvimos una guerra continua, que perdimos. Nosotros creíamos que la universidad tenía que meterse en política en el sentido que tenía que denunciar abusos o tener solidaridad con quienes lo merecían.
–Y lo hacían.
–Sí, claro. Hubo muchas cosas que ofendieron a los conservadores y ofendieron a los militares. Hay que reconocer que algunas eran razonables, porque eran incidentes cometidos por esta izquierda loca que es muy especialista a veces en armar líos destructivos.
–¿Por ejemplo?
–La que fue más perjudicial: en un homenaje a Roca, que organizó el Ejército, justo enfrente de la antigua facultad, en Alsina y Perú, tres pibes se subieron a la terraza y tiraron monedas donde estaba Onganía, que en aquel momento era el comandante en jefe del Ejército. Parece que eso fue una ofensa tan grande que detrás de los propósitos ideológicos que podía tener Onganía había un fastidio, una bronca negra por así decirlo.
–Bueno, en la Noche de los Bastones Largos se notó.
–No fue lo único. Estuvo también el lío de Santo Domingo, y un coronel Caamaño que se había hecho presente para tomar el poder y que finalmente fue vencido por las huestes que de-sembarcaron desde EE.UU. La cuestión es que EE.UU. estaba muy interesado en que Argentina se metiera también en esa expedición para que la cosa tuviera un aspecto más internacional y no privativo de EE.UU., y nosotros fuimos a ver a Illia, que en aquel momento era el Presidente y que estaba prácticamente convencido de mandar una fuerza militar, pero lo convencimos de que no. El Ejército supo que hubo una entrevista con la universidad, que había convencido a Illia de que no se enviara el Ejército a Santo Domingo. Eso fue también terrible para nosotros. Y bueno, eran demasiados episodios, y cuando se produjo el golpe de Estado de Onganía, pasó lo que pasó.
–¿Y usted qué hizo?
–Me iba a ir del país. Ya tenía un ofrecimiento de la Universidad de Concepción en Chile y había un ligero ofrecimiento también de Uruguay, a donde había ido Sadosky. Pero me sucedió una de las tantas cosas raras que pasaron en mi vida, donde varias vocaciones disfrutaban una con respecto a la otra.
(...)
–Y eso duró hasta que un día vinieron los montoneros y ocuparon el edificio, lisa y llanamente. No nos echaron inmediatamente. Nos dejaron un lugarcito, pero a la noche ya no se podía trabajar en un edificio que estaba ocupado por los montoneros por razones bastante obvias.
–Después se restaura la democracia y usted vuelve a la universidad.
–Hay una cosa complicada que hay que recordar de aquel entonces. Y es que durante el intervalo que hay entre la caída de la dictadura de Onganía y hasta la aparición del otro golpe, el de Videla, hubo un momento en que los montoneros se quedaron con la universidad, estaba como rector en un momento determinado Villanueva, que anda dando vueltas por ahí. Fue un período inaguantable, porque estos chicos tenían las ideas más extrañas acerca de cómo se deben enseñar las ciencias y de cómo formar a los alumnos. Por de pronto decían que no había que separar práctica de teoría. Lo cual podía ser una idea, pero para hacerlo hay que hacerlo bien, cosa que no se hizo, porque además eran presocráticos.
(...)
–Eso duró muy poquito porque enseguida vino la intervención de Ottalagano y el fascismo más duro, aun antes de Videla. ¿Y allí usted qué hizo?
–Y, me quedé afuera. Me echaron olímpicamente. Tanto de acá como de La Plata, lo cual era perfectamente lógico.
–Después viene el ‘76 y usted, ¿qué hizo en todo ese período tan oscuro?
–Bueno, seguía trabajando con clases particulares y con los psicoanalistas y metido en muchas organizaciones políticas. Yo no fui fundador de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, me incorporé a los 2 o 3 meses. Nos reuníamos en iglesias, evangelistas especialmente, cosa realmente notable, y ahí conocí por primera vez a Alfonsín, que sí era uno de los fundadores, y mucha otra gente como Alfredo Bravo o Simón Lázara.
(...)
–Y cuando se volvió a la normalidad fui designado decano de Exactas, pero al mismo tiempo me habían nombrado miembro de la Conadep. Lo de la Conadep no era ningún chiste, era una ocupación muy complicada. Y, como decano, tenía que ocuparme de la universidad, lidiar con los enemigos de afuera y con los grupos reaccionarios de adentro y con el propio rector normalizador.
–¿Cuánto duró como decano?
–Dos años.
–¿Y qué pudo hacer?
–Bastante. Concursos de profesores, recuperamos profesores que habían quedado afuera en la época dictatorial, con lo cual se volvió a formar un grupo bastante grande de gente muy competente, algunos de los cuales fueron directores de departamento y odiados por los profesores que había nombrado la dictadura, con lo cual empezó una campaña tratando de demostrar que algunos de ellos eran comunistas, como Maldonado, el biólogo, porque había imaginado que terminado un curso se pedía a los estudiantes que contestaran anónimamente qué les habían parecido los cursos. Eso era comunismo.
(...)
–Se volvió de alguna manera a organizar institutos, fue muy interesante volver a poner en orden el Instituto de Bioquímica, que tenía Leloir, y él aceptó que fuera al mismo tiempo instituto de la facultad, se subió nuevamente la calidad de lo que se estaba enseñando, se crearon cosas que cuando me alejé del decanato la gente del rector se encargó inmediatamente de destruir, que fue un Instituto de Epistemología, un departamento, y un departamento de pedagogía universitaria. Intentamos hacer algo que fuera compatible con el ingreso irrestricto, pero bueno, (Francisco) Delich...
–Lo echaron por enésima vez.
–Sí, yo en realidad tenía un record. Me echaron nueve veces de la universidad. Así que sobre ese problema y lo que se siente sé bastante. La única diferencia es que, en las primeras veces, me dolió porque yo tenía mucha vocación docente y me gustaba mucho la cátedra universitaria. Pero la novena vez que me ocurrió ya me causó gracia.
–¿Y ahí volvió a las clases particulares?
–Yo tenía bastantes recursos, pero volví a las clases particulares, efectivamente. En realidad una cosa curiosa que ocurrió en Argentina es que esa universidad de catacumbas que se había formado cuando el golpe de Onganía, no dejó de existir nunca.
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