SOCIEDAD • SUBNOTA
Santiago nació el 17 de abril de 1995 en alguna localidad del Gran Buenos Aires. No sabe exactamente en dónde. Sí recuerda, en cambio, el momento en que sus padres se pelearon y en que su mamá se fue de la casa. Tenía sólo seis años, y desde entonces nunca más la vio. “Tres años más vivió en esa casa, con algunos de sus seis hermanos, hasta que el papá, por razones que no me animé ni a preguntar, decidió llevarlo, él mismo, a Casa del Sol, un hogar para chicos en el barrio de Once. Según me contó, durante los cuatro años que estuvo ahí, solía visitar a Soledad, la mayor de sus hermanas, que vivía a pocas cuadras del hogar”, sigue Tomás, que lo visita todas las semanas y de a poco ha podido ir reconstruyendo su biografía. “A los 13 años, fuera de sí, mientras intentaba golpear al director de la institución, quiso irse de Casa del Sol. Ningún directivo atinó a retenerlo en el hogar. Pasó unos días en la calle. Lo cuidó Jorge, un chico más grande, que tendría unos 15 años y más experiencia en la calle. Jorge se manejaba por esa zona porque los conocidos lo albergaban y alimentaban. Ahí fue que lo conocí, cuando su techo era un alero del Hospital Ramos Mejía”, recuerda el estudiante de Ciencia Política.
Jorge pasó a vivir luego en el Hogar Buenos Aires y Santiago en el Centro de Atención Transitoria (CAT) que depende del gobierno porteño. Después de algún tiempo, le consiguieron una vacante en el Hogar Buenos Aires. Allí se reencontró con Jorge y con Juan, uno de sus hermanos, algunos años mayor que él. “Pero ya sabemos que para estos chicos, la tristeza no tiene fin y la felicidad sí”, reflexiona Tomás, que hace tres años realiza trabajo voluntario en un hogar. De allí Santiago fue internado en el Tobar García.
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