Vie 18.12.2009

SOCIEDAD • SUBNOTA  › SIN LUGAR PARA LOS DEBILES

Pelea por la atmósfera

› Por Cledis Candelaresi

Desde Copenhague

La Cumbre de Cambio Climático terminará hoy posiblemente con el aval a un texto al cual en esta madrugada los negociadores técnicos intentaban darle forma, pero que no implicará ni un compromiso cerrado ni una solución definitiva al problema que aquí quedó recién esbozado. Alguna vez la disputa entre los países fue por el territorio, otras por el petróleo, a veces por la soberanía de los mares. Ahora es por otro bien escaso y preciado: una porción de la atmósfera.

Como todo bien limitado y escaso, tiene valor económico. Y, según miden los especialistas, la atmósfera se mensura por su capacidad de absorber carbono. Hoy esa disponibilidad es de 1000 gigatoneladas que, según métodos de medición consensuados en la comunidad científica, tendría un costo de 50 dólares la tonelada. De ahí se puede estimar el extraordinario precio del paquete que está en juego.

Sobre la base de que es un recurso limitado, la contaminación de uno va en detrimento de la que puede provocar el otro a costa de que el planeta estalle, en sentido figurado, o literal, para algunas zonas en situación crítica. Desde una visión fotográfica, hoy el 55 por ciento de esa torta le corresponde a las naciones desarrolladas –principales contaminadoras– en las que vive sólo el 20 por ciento del planeta. Y la cuestión es cómo se prorrateará lo que queda disponible de ahora en más.

Hasta que se produzca el “desacople” de desarrollo-mayor contaminación, los países más pobres quieren ejercer su derecho a contaminar para que pueda crecer su industria con la libertad que lo hizo la del Norte cuando el problema de la alteración climática no existía. Pero si estos países no hicieran nada para limpiar sus economías, en poco más de una década terminarían capturando el 70 por ciento de la atmósfera disponible, básicamente por la eclosión de las economías de China e India, según explicó a Página/12 uno de los economistas responsables del reciente trabajo de Cepal sobre impacto del calentamiento en las economías latinoamericanas.

Revertir el mix en desmedro de los países ricos de ese modo veloz y rotundo es inviable desde todo punto de vista. Pero tampoco parece sencillo mantener el esquema en el que un núcleo de ricos se sigan apropiando de la mayor parte del espacio disponible. Aquí apuntó certeramente ayer Evo Morales cuando desde el estrado clamó por “una distribución equitativa de la atmósfera”. Ese tesoro que algunos papers cotizan en un trillón de dólares.

Lo que se discutió acaloradamente en estos diez días es finalmente eso: quién tendrá derecho a contaminar cuánto y en qué tiempo. También cómo se hará para disminuir las emisiones de CO2 y en qué condiciones las naciones ricas, poseedoras de las más avanzadas tecnologías de producción limpias, la van a transferir al resto.

Los esquemas numéricos esbozados hasta esta madrugada en los documentos de trabajo no dan la pauta de que pueda haber un reparto más justo del bien en disputa. Más bien, todo lo contrario. Incluso si se mira en detalle la propuesta europea de reducir a 2020 el 30 por ciento de sus emisiones, meta que trepa al 80 en el 2050, la más generosa de las puestas sobre la mesa, se ve la trampa al menos para los subdesarrollados.

Según postula el G77 con el agregado de los chinos, el aire debería repartirse en función de tres criterios básicos: la cantidad de habitantes, las emisiones históricas y las previsibles en el futuro. Si se juzga la propuesta europea en base a este prisma, la Comunidad se estaría quedando en la próxima década con el doble de la atmósfera que le correspondería.

Ni siquiera la esperada aparición de Barack Obama en la histórica jornada de hoy, con algún eventual anuncio descollante, revertiría de cuajo este cuadro desfavorable para las naciones más pobres, las que más sufren las consecuencias de una sociedad de consumo que devoró hasta el aire. La compleja y estratégica puja por este nuevo preciado bien no se terminará ni con un compromiso de ayudar financieramente a los cambios económicos necesarios para que los países adapten sus economías ni con la promesa de hacer algún esfuerzo descontaminador como los que fueron propuestos informalmente antes de que empezaran las confrontaciones técnicas de Copenhague.

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