SOCIEDAD
• SUBNOTA › EL TESTIMONIO DE LOS ESTUDIANTES UNIVERSITARIOS
“El estómago siempre revuelto”
Séptimo piso de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Son cerca de las 15 y unas 30 alumnas de la carrera de Fonoaudiología esperan en un pasillo. Unas sentadas en el piso repasan ansiosas. En el otro extremo de un hall no muy grande, otra chica se aleja y se queda sola: no quiere escuchar absolutamente nada de lo que comentan las demás. Van y vuelven, caminan, se paran, se sientan en la escalera, se vuelven a parar. Náuseas, insomnio, disfonía, peleas familiares, encierro, ataques de llanto y respuestas agresivas innecesarias son algunos de “los síntomas” que los estudiantes reconocen como parte de la experiencia traumática de pasar por la instancia de un examen oral, desde los días previos hasta el momento de mayor tensión, las horas que transcurren fuera del aula a la espera de ser llamado al banquillo.
“No son sólo nervios, es estrés general que afecta todo lo que uno hace. Es insomnio, es tener todo el tiempo el estómago revuelto, comer y que te caiga mal. Pero creo que todo se potencia porque uno se pone susceptible y entonces siente que nadie lo entiende y ahí viene la agresión familiar. No me comprenden y trato mal a todo el mundo. Irradio bronca”, resumió Mariana Somosierra, de 29 años, estudiante de la Licenciatura en Fonoaudiología, ayer tras rendir el final de Patología del Lenguaje I.
No es un caso excepcional. Al contrario, para la mayoría de los estudiantes no es una experiencia que se pueda vivir con la naturalidad de cualquier otra situación cotidiana: “Yo tengo un solo síntoma que es horrible, se me seca la boca y me quedo sin saliva”, contó Carolina Ramírez, también alumna de Fonoaudiología. En tanto, Laura Daniluk, alumna de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de General Sarmiento, relató: “En los parciales no sufro, pero cuando doy un final oral, es terrible. Uno siempre tiene la sensación de que no sabe todo, de que le falta algo y que es más vulnerable frente al docente que frente al papel”.
“No me pasa de somatizar como las mujeres. Pero sí que me encierro porque no quiero pensar en nada más que en el examen y si hago algo para distraerme, no logro relajarme del todo. En los días previos, una mitad de mí está en estudiar y no puedo disfrutar de otras actividades”, explicó Juan Ignacio Martínez Dodda, de 25 años, que está rindiendo las últimas tres materias de la carrera de Ciencias de la Comunicación.
Todos son signos que los estudiantes conocen pero que también reconocen los docentes: “Poner al alumno frente a tres docentes como si se tratara de un interrogatorio no permite que los chicos demuestren y expresen cuánto aprendieron. Esto les juega en contra”, señaló María Elena Vaccari, directora de la carrera de Fonoaudiología, ayer mientras tomaba exámenes finales grupales, “donde se genera una situación de charla que les permite a las alumnas mostrar al máximo su conocimiento”.
Informe: Paula Bistagnino
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