Dom 31.01.2010

SOCIEDAD • SUBNOTA  › CARLOS CIUFFARDI CONVIRTIO SU LOCAL DE COMIDAS EN UN CLASICO DE GESELL

Su reino por un panqueque

Llegó en 1963 desde el barrio de Saavedra y su primer gran golpe comercial fue la hamburguesa con cebolla y panceta. La variedad interminable de panqueques que hicieron célebre su negocio lo ayudaron a salir de pobre. Pero hoy sigue trabajando.

› Por Carlos Rodríguez

Desde Villa Gesell

Si alguien lo presenta como Carlos Ciuffardi, un porteño de “algo más de 70 años”, como él prefiere decir, nadie entendería nada. Este personaje siempre sonriente, con su gorra a lo Capitán Piluso amarrada a la cabeza, es un hombre muy popular en Gesell y en muchas ciudades de la Argentina si se lo presenta como Carlitos, el rey de los panqueques. De los panqueques que se hacen para comer, porque él nunca se dio vuelta en nada: “Yo soy de izquierda”, afirma mientras señala frases de Fidel Castro y el Che Guevara que le dan un toque político a su negocio del paseo 106, a media cuadra de la avenida 3, uno de los más concurridos de la villa. “Podrán cortar todas las flores, todas, pero nunca terminarán con la primavera.” La palabra de Pablo Neruda le cae justa al propio Carlitos, activo y alegre como cuando llegó por primera vez a Gesell, en 1963, desde su porteño barrio de Saavedra.

“Me vine a trabajar con Aldo, un hombre muy bueno que tenía una panquequería chiquita, La Martona, donde se hacían cosas muy sencillas. Mi primer gran golpe fue inventar la hamburguesa número 8, con cebolla, panceta, huevo, tomate, queso y lechuga. Después vino una variedad interminable de panqueques y así fue que salí de perdedor, porque yo estaba en Pampa y la vía, sin un peso, cuando me vine por primera vez.” Carlitos tiene una mirada pícara que se ilumina cuando dice: “¡Cómo me quiere la gente!”. No es alarde, la gente hace cola para sacarse fotos con él. Parece Maradona en Sudáfrica, rodeado de chicas y chicos tostados por el sol.

Tiene panqueques que rinden homenaje a figuras políticas como Eva Perón o Gandhi, a músicos como Charly García, Silvio Rodríguez o el Flaco Spinetta, a tangueros como Piazzolla o don Osvaldo Pugliese, y también a un montón de artistas populares. “‘La Yumba’ es mi favorito”, aclara por las dudas, cuando se declara fanático del dos por cuatro.

Tiene una anécdota con Spinetta. “Yo no lo conocía al Flaco y cuando vino por primera vez lo estuve cargando todo el tiempo, diciéndole chistes. Después alguien me dijo, “guarda que ése es un fenómeno del rock, un genio”. Yo nunca lo había escuchado y desde ese día lo empecé a escuchar”. Hincha de River, tiene sus anécdotas en la cancha del club Platense, cerca de su barrio. “Una vez me metí en la cancha y le pegué una patada al linesman. Lo malo fue que tenía un maestro que era hincha de Platense y vio todo lo que había pasado. El lunes me preguntó, haciéndose el distraído, cómo había andado mi domingo. Le dije que estuve estudiando, en fin, le mentí. Me hizo escribir cien veces ‘no debo pegarle patadas a nadie’. Yo era un vago, un atorrante, vivía en la pobreza y Gesell me salvó.” Hoy tiene 26 boliches que llevan su nombre, en Carlos Paz, Caballito, La Plata, Lanús, Luján, Pilar y otros rincones del país.

Antes, sus negocios se llamaban “Carlitos, el rey de los panqueques”, pero como aparecieron impostores con la misma denominación, tuvo que cambiarlo y patentarlo como “El amanecer de Carlitos y sus hijos”. Con un guiño, sin nombrar a los que usan su nombre, dice que la “culpa” la tuvo su mamá: “¿Cómo le va a poner Carlitos a tantos hijos que tuvo?”. Dice que nunca se detiene, que está siempre activo, porque “la revolución no se hace quedándose parado”. Reconoce que vino de “la extrema pobreza”, pero que no quiere ser considerado “un rico”. A sus hijos los educó para que “no sean...”. Completa la frase tomándose la nariz y haciendo el típico gesto de quien tiene la nariz “parada”. “Sigo siendo un laburante”, insiste. Y se confiesa lector de Página/12.

Para el final de la nota, trae una bandeja llena de las hamburguesas caseras que acaba de preparar con sus propias manos. “Me gusta, soy feliz”, dice este hombre que pasa los veranos en Gesell y el resto del año en su viejo barrio de Saavedra.

Nota madre

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