La jueza porteña Gabriela Seijas fue quien más debió esperar. Sufrió la demora primero para poder comenzar a hablar y, luego, para poder retirarse: los aplausos se lo impedían. Adujo que no se sentía preparada para exponer en público, por la falta de costumbre y los nervios. “No tengo ningún mérito para estar acá, porque no hice más que agarrar, leer, escribir y copiar cosas que están en el aire. Creo que todos sabemos cuál es la respuesta a la pregunta ‘¿por qué yo no me puedo casar?’”, dijo al principio. Agregó que había pensado servirse exclusivamente de un texto que había escrito, pero los desvíos constantes le sumaron definiciones a una intervención esperada en la audiencia. “Me parece impertinente hablar de la sexualidad de las personas, eso pertenece a la intimidad”, señaló, y sólo para insistir en que, ante la equiparación de derechos, “ya no es la mayoría sino la minoría la que se opone”. Por ello “la homosexualidad no es problema, sino que el problema es la homofobia”. Segundos después de esta frase, la diputada protestante Cynthia Hotton (Valores para mi País) abandonó intempestivamente la sala. La homofobia es fuerte, la emana “un grupo minoritario, pero instalado en ámbitos importantes”.

Seijas se refirió, también, a los confusos trámites judiciales alentados por esos grupos minoritarios, ante las resoluciones favorables para matrimonios entre personas del mismo sexo. “En la ciudad de Buenos Aires pasó algo, ya pasó dos veces. Hay personas que les impiden el matrimonio, usando herramientas procesales que son muy cuestionables: pasar por encima de la cosa juzgada, de la sentencia firme. Es una aberración.”

“No tienen tanto tiempo para cambiar esta realidad –dijo a las y los legisladores–. Hay mucha gente que sufre por esto”, agregó, para que la ley cambie y la Argentina sea un país “más piadoso” con toda su ciudadanía.