SOCIEDAD • SUBNOTA
› Por Mariano Sigman
Las imágenes comparativas de dos cerebros, cada uno de ellos con la indicación explícita de sus zonas de actividad, puede volverse material apto para todo público. Eso creyó Mariano Sigman, el físico doctorado en neurociencia y especializado en Ciencias Cognitivas que para sus 18 minutos de escena bautizó al cerebro con una frase hitera: “La máquina que construye la realidad”. Sigman, que actualmente dirige el Laboratorio de Neurociencia Integrativa del Departamento de Física de la UBA, tiene ya cierto entrenamiento en buscar caminos para compartir sus estudios sobre el cuerpo, el pensamiento, la memoria, los sueños, las emociones... Ayer se trataba, en suma, de llegar a explicar cómo la conciencia podría llegar a observarse en una zona del cuerpo; cómo el lenguaje, o al menos los indicadores cerebrales que se activan con su uso en los adultos, podría existir también en los bebés; cómo “la conciencia parece un terreno limitado, fijo, pero los experimentos permiten pensar una ciencia de la conciencia”, sin que ello se vuelva conductista.
En una charla rigurosamente científica que, según comentaba después, había comenzado a pergeñar vagamente hace tres meses, a puntualizar hace uno y a bajar a fichas y láminas hacía una semana, Sigman no se privó de apelar a la participación del público. Mostró láminas, desafió respuestas a juegos visuales y obligó a la concurrencia a levantar una mano si veían desaparecer unos puntitos, bailar otros, moverse una baranda... Con las diferencias estableció nociones, con ellas explicó en qué se parece el estado del sueño (que es “vivir las aventuras que queremos sin arriesgar el cuerpo”), o su despertar perturbado, cuando está brevemente perdido el contacto entre el sueño y el músculo, con el estado vegetativo y otros de movilidad imposibilitada, en los que el cerebro no está impedido.
Ese, en realidad, forma parte del objeto de investigación de Sigman actualmente: la comprensión de qué aprendizajes, límites, códigos, son posibles. “Encontremos el comportamiento mínimo –explicó, con la foto de Pavlov y su perro detrás–, sólo hay que poder relacionar algo mensurable con algo a saber.” En eso reside, dijo, “el vértigo del descubrimiento”.
Observando imágenes de cerebros en distintos estados de actividad, pertenecientes a personas en distintos estados de salud, inclusive de niños, explicó enseñando algunas de esas imágenes, es posible demostrar “como dijo Chomsky, que el lenguaje no aparece de cero. El cerebro está preparado” para él. A sus espaldas, un bebé muy pequeño entrecerraba una mano. Cuando intenta cerrar la mano, dijo Sigman, puede notarse el esfuerzo inmenso, descomunal, que hace para que su cuerpo le obedezca. El lo sabe porque el pequeño de la foto es su hijo. “Y cuando le estoy hablando, él, a su manera, sencilla, rudimentaria y silenciosa, también está produciendo lenguaje.”
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