SOCIEDAD • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Ruth Zurbriggen *
Las manifestaciones en defensa de tres varones adultos violadores de una joven de 14 años, en la localidad de General Villegas, ponen de manifiesto –una vez más– que la humanidad se cimienta también sobre autoritarismos y colonizaciones, que en el caso de los cuerpos de mujeres (adultas, jóvenes y niñas) están anquilosados en lógicas patriarcales. Lógicas que por momentos parecen indestructibles. Y, lo que es peor aún, se puede hacer alarde de ellas burdamente.
La defensa pública realizada por la pareja de uno de los abusadores vuelve a traer al escenario una de nuestras constantes insistencias como activistas feministas ocupadas en pensar y reflexionar sobre las intrincadas maneras en que los pactos con la masculinidad se nos hacen carne y subjetividad día a día. El patriarcado se ejerce por coerción. Pero también por consentimiento, y quizás aquí reside gran parte de su fuerza. Casi imperceptible, se nos cuela y anida en los tejidos de nuestros cuerpos; desde allí resulta posible condenar a las víctimas y no a los abusadores.
Tres varones adultos ejercen abusos sexuales sobre una joven de 14 años. Tres varones adultos llevan al extremo su hombría y hacen alarde de ese delito difundiendo un video con la hazaña. Para algunos sectores de General Villegas la responsable es la joven víctima y su familia que no supo cuidarla. Otra vez, la presencia de los sentidos de la dictadura militar para ejercer su terrorismo de Estado en este país (“algo habrán hecho”, “¿usted sabe dónde están sus hijos ahora?”). Esta vez para ejercer terrorismo sexual.
En el intento por extrañarme de estas imágenes e intentar pensar más allá de lo dado, volví a revisar algunos textos. En El contrato sexual, la feminista Carole Pateman vertebra una tesis aguda y elocuente; para ella, el contrato (social) no explica el origen de toda la vida social. El contrato establece una comunidad de hombres libres e iguales, pero para que hombres libres e iguales puedan construir un orden social nuevo debe haberse firmado previamente un contrato sexual a partir del cual los varones regulen el acceso sexual al cuerpo de las mujeres. El contrato sexual instaura una relación de subordinación de las mujeres respecto de los varones, de modo tal que cuando se firma el contrato social, las mujeres estamos excluidas de él como sujetos.
Aunque los tres varones abusadores/violadores en este caso son adultos, bien vale traer a la memoria que la historia muestra y enseña que a lo largo de los siglos las violaciones colectivas han sido un instrumento válido para el proceso de iniciación sexual de los hombres; ritos colectivos de virilidad y hombría que vienen a educar acerca del papel de mujeres y varones en diferentes sociedades. Mediante estas violaciones, los patriarcas, los páteres, imponen a “sus mujeres” un esquema de relación entre los géneros antiigualitario, heterosexista, de supremacía masculina. La violación da origen, según Pateman, a la primera ley, la ley del estatus: la ley del género.
Quiero insistir sobre nombrar lo que pasó en Villegas como violación, porque tengo la presunción de que bajo el rótulo de abuso sexual se suelen arrastrar imágenes de menor valor, en tanto pareciera un acto de menor fuerza. La antropóloga Rita Segato dice que “en un sentido metafórico, pero a la vez literal, la violación es un acto canibalístico, en el cual lo femenino es obligado a ponerse en el lugar de dador: de fuerza, de poder, de virilidad” (2003: 31). Sostiene que la violación se percibe como un acto disciplinador, moralizador, vengador contra la mujer genéricamente abordada (¿acaso esa “rapidita”, que no sería rígidamente moral es susceptible del castigo de la violación?).
Segato también esgrime que la violación es un acto semiótico público. Escribe: “Además de ser violencia física y asesinato psicológico, la violación es también un acto de lenguaje corporal manifestado a otros hombres a través de y en el cuerpo de una mujer” (2003: 32). Demostración de fuerza ante una comunidad de pares.
En el caso de General Villegas podemos suponer que hubo y hay demostración de fuerza colectiva sobre toda una comunidad. Entendida como un acto revelador de significados, la violación va dirigida a la sociedad en su conjunto. Y lo que aterra en el ejercicio del terrorismo sexual es que los victimarios –quienes no violan en soledad– encuentren partícipes solidarios/as con sus actos. Violaciones colectivas, acompañadas de otras presencias, materiales o simbólicas, pero presencias al fin.
Las manifestaciones callejeras en General Villegas (las llamadas “marchas al revés”, más allá del número al que convoquen); las declaraciones culpabilizando a la víctima; la dilación para detener a los responsables de los abusos sexuales, pese a los pedidos del fiscal que entiende en la causa; el abordaje “del espectáculo” que hacen algunos medios de prensa sobre estos hechos; la falta de implementación de la educación sexual y erótica con perspectivas de género, que colaboren en el empoderamiento de las jóvenas y promueva otras relaciones entre los géneros, constituyen caldo de cultivo para que las violaciones a los derechos humanos de las mujeres sigan siendo parte del paisaje social y cultural.
* Activista de la Colectiva Feminista La Revuelta. Docente.
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