SOCIEDAD • SUBNOTA
La cafetería es, de a ratos, un hervidero de militantes que al pasar se sacan chispazos. Tan fuerte fue la sesión, la vigilia, tan asombroso resultó el proceso que culminó con la ley, que no pueden evitar rescatar, con la voz ronca, instantáneas de la larguísima noche ante el Congreso. “¡Feliz matrimonio!”, grita alguien, y de un alegre montón las anécdotas brotan como de un géiser memorioso. Se saludan militantes de Nexo, abogados del Inadi como Carolina von Opiela (que representó a Freyre y Di Bello en el amparo gracias al cual terminaron casándose), integrantes de la Federación vinculados profundamente con sectores liberales de la Iglesia católica. “Estuve todo el día pensando ‘bueno, si no sale (la ley) igual es importante’”, dice Rachid, muerta de risa. Un señor de Vox recuerda lo que le dijo un conocido durante la madrugada: “60 años tengo, estuve por todas las provincias haciendo debates. Iba, me sentaba y decía a los medios ‘el matrimonio, esto, lo otro’. ¡Nunca pensé que iba a hacer esto!”. Se recuerdan las lágrimas, algunas palabras, los discursos de senadores “¡que se habían leído toda la información que les habíamos acercado!”, y de otros que “dijeron cosas que nunca se me habían ocurrido”. Von Opiela deja el lugar: “Me voy porque me pidieron algo: nadie sabe cuáles son los derechos que da esta ley, porque nadie está al tanto del derecho de familia. ¡Ni la gente heterosexual que está casada sabe”, dice. “Sí, vamos, que María está dando una nota”, observa alguien más. “Vayan, vayan –saluda ella–, a mí me quedan dos programas de televisión todavía.” De repente, se hace un silencio.
Hipnotizada ante la leyenda de una imagen, Rachid lee en voz alta: “Es ley el matrimonio gay”.
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