El de Melina González no es el primer caso de un pedido de muerte digna en un hospital pediátrico del país. Pero tal vez sea uno de los pocos –si no el único– en el que la paciente, ella misma, exprese la voluntad de una sedación terminal. En otros casos, han sido los padres de niños o niñas quienes han reclamado que no haya encarnizamiento terapéutico. Como en 2001, en el Hospital Gutiérrez, donde estaba internada una beba de apenas siete meses de vida, afectada por la enfermedad de Werdnig-Hoffmann, que implica una atrofia muscular progresiva y siempre termina en la muerte. El caso fue recordado a este diario por el médico Carlos Gherardi, quien intervino en él como integrante del Comité de Bioética de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva. Los padres de la niña expresaron a los médicos su pedido de evitar todo tratamiento que implicara un sufrimiento mayor para su hija y solicitaron que no se le efectuara asistencia respiratoria invasiva, es decir, que no fuera llevada a terapia intensiva. El Comité de Bioética del Hospital emitió un dictamen que acompañó la decisión de los padres de la paciente. Además, un juez avaló la voluntad de los padres. Sin embargo, en el Gutiérrez no se respetó la decisión y la niña fue intubada y respirada mecánicamente. La niña finalmente falleció unos meses después con una neumopatía aguda en terapia intensiva. En una actuación posterior un juez condenó a pagar una multa a los médicos intervinientes y al asesor letrado del Gobierno de la Ciudad. También ordenó al gobierno organizar talleres con los integrantes de los servicios de terapia intensiva de los hospitales porteños para tomar conocimiento de la Ley Básica de Salud y el procedimiento que los médicos deben seguir si objetan la decisión del paciente con argumentos científicos.