SOCIEDAD • SUBNOTA › SUSANA SAULQUIN, SOCIOLOGA
› Por Soledad Vallejos
Son momentos históricos: estamos viendo agonizar la moda tal como la conocimos, o al menos tal como la inventó el siglo XX. Metáfora del mundo cotidiano, traducción del mundo económico y laboral en telas, moldes, colores, calidades, la moda no es otra cosa que un sistema. Por eso, recuerda la socióloga Susana Saulquin en La muerte de la moda, el día después (la actualización, recientemente publicada por Paidós, de un viejo texto), la moda regula “las relaciones sociales, apropiándose de la lógica de la distinción social”. Las prendas, los estilos, las propuestas y los imaginarios a que recurren quienes animan el diseño de indumentaria, históricamente, no podrían descuidar la mirada de la industria. Había sido clara Miranda Priestley (alter ego de la todopoderosa de la moda Anne Wintour) al levantar en peso a la novata desaliñada en Devil wears Prada: renovar las prendas, poner de moda una paleta, un corte, un género, tiene más de circuito económico que de capricho. Pero todo eso se termina. Saulquin dice que no hay vuelta atrás, y “lo sostengo con dos puntos de partida que me sirven de marco conceptual”.
–Por un lado –explica–, desde 1995, y aproximadamente hasta el 2020, están actuando al mismo tiempo dos sociedades diferentes. Por un lado, la industrial, orientada a lo seriado, basada en la producción serial y el consumo máximo. En ese universe, se trata de promover consumos, de orientar la estética a la gente joven, de exigir gente estéticamente atractiva a todo costo, por lo cual se desarrollan fuertemente las cirugías estéticas. Ese, digamos, es un combo. Pero, por el otro, se está aproximando una sociedad diferente, que es la digital, que tiene otros fundamentos ideológicos. Así como la anterior, tan propia del siglo XX, tenía como fundamento ideológico la producción seriada para el consumo, como ficción de felicidad la producción para el consumo, el sustento ideológico del siglo XXI es el cuidado de los recursos humanos y del planeta. La salud tiene una importancia capital. Por eso la idea de belleza también muta.
–¿Se orienta a dejar de endiosar un ideal de cuerpo que sólo puede obtenerse a partir de intervenirlo?
–Sí. Hasta ahora, lo que importaba exclusivamente era la estética de perfección, aun si el cuerpo estaba intervenido por procesos cruentos, o si no se lo nutría y alimentaba y por eso terminaba bulímico o anoréxico. Ese modelo cambia. La nueva belleza está basada en la autenticidad.
–¿En qué puede percibirse eso?
–Por lo pronto, en algunas publicidades. También en iniciativas como las leyes de talles, que exigen talles más grandes y cotidianos, e iniciativas de la sociedad civil como el Club del Pie Grande. La sociedad empieza a responder a ideas de diseño más individualizado. Hay un movimiento de cuidado de la gente, de la salud. Recién comienza y falta mucho, pero a lo largo del siglo se va a ir viendo la posibilidad de que el universo de la moda cambie en beneficio de lo más diversificado.
–¿Y a nivel mundial?
–No se puede hablar ya de algo que pasa en un país y no en otro. Es un movimiento global de la sociedad. Hay como alergias a los autoritarismos, y una tendencia fuerte a aceptar la diversidad. Por eso una Lady Gaga puede tener el lugar que tiene actualmente en el universo. El universo de lo masivo está terminando; y con él la idea de la moda, de las marcas, que son masivas. Toda la industria jeanera, que es la masividad extrema y produce la prenda emblemática de la sociedad industrial, va a seguir existiendo pero sin esa importancia enorme que supo tener.
–En el libro también plantea que en la caída de la moda como sistema emergen distintas tendencias.
–Sí, porque lo masivo cae y surge, por ejemplo, la recuperación, el reciclado, el vintage. Aquí se vio y se ve en iniciativas de distintos diseñadores y de marcas nuevas. Eso indica un cuidado de recursos y del planeta, algo que viene a estar contra el consumo. En ese sentido, el algodón, que servía de base a las T-shirts con colores muy fuertes y era base de la vestimenta seriada, también pierde su importancia. Aparecen las lanas de extremo lujo, el cashmere, los camélidos. Acá, la llama argentina, los guanacos. ¿Por qué? Porque el algodón tiene procesos tintóreos húmedos que van contra el planeta. Y el cambio climático marca la punta. También en la misma línea aparecen las iniciativas de comercio justo y las que combaten el trabajo esclavo. También se abre otra línea: la de los textiles técnicos.
–¿Qué ejemplos hay?
–En el nivel cotidiano, podemos pensar en las camisetas de fútbol, que tienen procesos para no transpirar, para no tener calor. También hay ropa interior con tecnología incorporada. Las nuevas patentes pueden ser cosas increíbles sólo accesibles a un grupo de gente.
–Un nuevo lujo.
–Sí, que ya no es lo ostentoso sino la calidad de vida al máximo nivel. Si puedo tener un vestido que nunca me dé calor o frío porque regula la temperatura en relación con el ambiente, o uno que cambie de color para que no me aburra, voy a tenerlo. Es lo nuevo y lo que está llegando. Alguna gente elegirá eso, otra lo vintage. Son los permisos que te da al perder la moda como unidad y articular de todo.
–El mercado ahora sí acepta lo lúdico, y hasta estimula la excentricidad.
–El mercado quiere lo diferente. Y la sociedad lo tolera, ojo. Hace veinte años no era tan fácil. Una vez, en la calle, yo iba con una boina grande negra y me gritaron “¡no estás elegante, estás ridícula!”. Un señor. Y un conductor de TV me dijo “no puedo hacerle la entrevista con esa boina porque me disperso”. A principios de los ‘90. Ahora ya no pasaría, creo.
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