SOCIEDAD • SUBNOTA
› Por Gustavo Veiga
Durante un seminario que inauguró el 23 de junio de 2010, el ministro Guillermo Montenegro justificó los controles de estupefacientes que se lanzaron a mediados de julio en la Ciudad. El Plan del Movilidad Sustentable del gobierno porteño señala que el polémico test “tiene como fin evidenciar la presencia tanto de drogas ilegales (como la cocaína, la marihuana, el éxtasis y el LSD) como de drogas legales que afectan al sistema nervioso central (las benzodiazepinas y los opiáceos, sustancias presentes en algunos medicamentos cuya venta requiere prescripción médica bajo doble receta archivada). Todas estas drogas afectan la coordinación, la velocidad de reacción, la visión, y generan distorsión del espacio, tiempo y lugar”.
En aquel encuentro, Montenegro presentó a Martín Boorman, oficial de la Sección de Drogas y Alcohol en el tránsito de la Policía de Victoria, Australia. Los resultados exitosos de los controles en su ciudad son el modelo que el gobierno porteño tomó como ejemplo. Sin embargo, el modo en que se precipitaron en Buenos Aires contrasta con la experiencia de otros países. Los análisis basados en pruebas de saliva se iniciaron en 1984, pero pasó más de una década antes de que comenzaran a ser implementados formalmente a gran escala por las policías del mundo. Hubo largos períodos de prueba en casi todos los países antes de su implementación.
Según el informe de la Usppa (Unidad de Seguimiento de Políticas Públicas en Adicciones), las naciones que actualmente realizan estos controles de saliva son: Austria, Eslovaquia, Eslovenia, Francia, Italia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, los Países Bajos, Polonia, Portugal, el Reino Unido, República Checa, Australia y una parte de los Estados Unidos.
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