SOCIEDAD
• SUBNOTA
La vida amurallada
› Por Marta Dillon
Como la lámina afilada de una cuchilla, entra la luz en la casa de Sandra Rodríguez. Es así como puede colarse el sol, por las rendijas apretadas que se forman entre los bloques de hormigón que sellan las ventanas. Es curioso, pero así tapiadas están también las ventanas de Valentina, la mamá de la niña abusada por Simón Hoyos.
Literalmente, las dos mujeres viven amuralladas, como si hubieran necesitado poner en acto lo que no pueden decir, lo que las aísla, lo que las convierte en extrañas entre sus iguales. No es posible saber qué es lo que todavía calla Valentina, desde que Hoyos fue detenido sus pocas palabras se han contradecido una con otra. Aprendió el mandato del silencio bajo el dominio de su patrón y ni siquiera pudo quejarse de las acusaciones de sus vecinos que la señalaron como “la que entregaba” a sus nenas. Sandra estuvo en silencio durante catorce años, muerta de miedo, trabando la puerta con una mesa cada vez que se quedaba sola. Pero ahora dijo basta, escuchó en la televisión cómo su historia se repetía y las palabras salieron entonces como cuchillas, como si tuvieran que abrirse paso entre los bloques de hormigón que ella misma había levantado.
“Yo pensé que me iba a llevar la angustia, lo que no podía hablar, pensaba en cómo me iba a mirar mi marido después, no iba a ser para él la misma mujer porque yo me sentía la peor cosa.” Sandra aprendió tan bien la culpa que todavía ahora llena la mesa de papeles como si necesitara enseñar pruebas para subrayar sus palabras. Y ahí, entre la decena de certificados médicos que enseña, está la foto. Una imagen ajada de un grupo de niños egresados de séptimo grado. Ella está en el medio, sus dientes blancos relucen entre los labios gruesos y oscuros. “Así era yo, bien flaquita y larga”, dice. Así era cuando convenció a su padre para que la deje trabajar porque no había otra manera de que ella fuera a la secundaria, a la ENET Nº 1, para después “tener oficio”.
“Quería aprender, vivir cosas nuevas, no tener que depender. Buscaba cama adentro para ahorrarme la comida. Y agarré el diario y salí”. Tenía 12, pero eso pesó a su favor. Simón Hoyos la prefirió como empleada doméstica a la amiga con quien salió a buscar trabajo, tres años más grande. Porque él era el que tenía la última palabra, así les dijo su hermana, “doña Pocha”. “Siempre le tuve miedo, él era muy nervioso, no sé como explicar, pero escuchaba la voz y pegaba el salto. No sé si era un presentimiento o que me trataba de manera que no entendía. Pero un día no fui más y a los tres días él me fue a buscar a mi casa, me dijo que era mi responsabilidad no faltar, que tenía que cumplir. Yo no quería, pero él habló con mi papá y me obligaron.”
Sandra habla como si las palabras le estuvieran empujando la lengua, es imposible no desear palmearle la espalda y decirle que ya pasó. No puede o no quiere ahorrarse detalles, de su hermana en el baño de un hotel alojamiento, de los golpes, de la sangre que le corría entre las piernas, de ese dolor que no se olvida cuando el hombre la dio vuelta sobre la cama, la silenció con la almohada y ella sintió que se partía en dos. Pensó que sólo la muerte podía doler así, pero sobrevivió. Lo suficiente como escuchar de Hoyos que “ya me había hecho mujer y que me iba a hacer desaparecer en la calera si hablaba” mientras intentaba tragar un café con leche con el que intentó tranquilizarla. Lo suficiente como soportar que él siguiera yendo a buscarla a su casa para desviarse en la camioneta por el mismo camino. “Hasta que un día me arrodillé, le pedí por favor que me dejara porque me iba a morir”.
Una sola vez más se lo encontró en la calle, Sandra iba a renovar su DNI, ya había tenido a su primer hijo y la misma nausea la mareó por días. Cuando supo que estaba preso, que una nenita había sido descubierta con él en una habitación, sintió “dolor entre las piernas, como si se me estuviera saliendo una tripa”. Y ahora sí quiso acompañar a alguien como ella. Su testimonio fue una soga para Valentina. Ahora las dos tienen el mismo abogado, Santiago Pedroza, y la versión del patrón se empezó adesdibujar. Ahora asume que la nena le dijo que Hoyos quiso que se bañara con él. No es posible saber cuánto más tendrá para decir Valentina, esta mujer que soportó que el hombre usara su familia como “la cantera de mujeres” de la hablan los rumores. Pero lo cierto es que hay palabras que ya han sido dichas, capaces de atravesar el muro de silencio como heridas de luz.
Nota madre
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La vida amurallada
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