SOCIEDAD • SUBNOTA
Lo dice al pasar. “Esos autos tienen alma. Cuando los mirás, vos sabés si están parados, si están andando. En cambio, con los otros no sabés, siempre están iguales.” El señor de pelo y bigotes blanquísimos lo explica una tarde cualquiera como quien no quiere la cosa, pero que lo llamen Meteoro y para muchos de sus conocidos resulte imposible que tenga otro nombre, agrega mucho. Miguel Giralt es uno de los fundadores del Club de Amigos del Torino, la entidad que también presidió y como parte de la cual, hace unos días, integró una caravana para llegar al estreno del film Torino en “lo de Marquitos Di Palma”, en Arrecifes.
En su escritorio de trabajo dejó la carpeta en la que cada día lleva papeles, algún calco del Club de Amigos, datos sobre el objeto de su afecto, alguna foto de él manejando. Meteoro habla de su Torino blanco, que tiene un rincón del techo firmado por tres pilotos históricos (“ojo que las firmas están protegidas con barniz, para que no se borren”), y los ojos se le iluminan. “Cuando armamos el Club, le dije a mi mujer: ‘¿Viste que no estoy tan loco?’”, dice, y ríe. “En realidad, cuando nos juntamos hablamos de todo. Inevitablemente de autos, pero somos un grupo de amigos. Nos juntamos con nuestras familias, hacemos asados, pruebas de habilidad, algún paseo.” Mantener el auto, que hace sólo un par de semanas conmemoró su cumpleaños número 32 (“es el día en que salió de fábrica, lo tiene grabado”), es una tarea que devora tiempo, dinero, preocupaciones. En especial, porque Meteoro usa el auto todo el tiempo, todos los días y “lo tengo que disfrutar. ¿O para qué lo tengo?”.
–Lleva mucho trabajo cuidarlo.
–Pero yo me entretengo. Si no, me aburro.
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