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Cómo opera la mafia
Aunque la declaración de Julio Lucero fue encriptada, fugaz y desmemoriada, alcanzó para apuntar su experiencia “en el ambiente que trabaja en el tema de los taxis”, vulgarmente conocida como mafia de los taxis. Se buscan vehículos con los papeles en regla. Los alquilan por un día o unas horas, hasta reunir alrededor de mil pesos. Al chofer lo conocen como “cargador”, porque carga al pasajero. Tiene que saber elegirlo, generalmente personas bien vestidas, con portafolios o que salgan de un banco. El cargador tiene que tener experiencia en “pulmonear”, que en la jerga significa trabajar como taxista legalmente. Tiene que tener conocimiento de las calles y saber elegir rutas de escape. Uno o dos vehículos siguen al taxi como “apoyo”, como también se denomina a quien los conduce. En los “apoyos” viajan uno o dos “montadores”, encargados de subir al taxi y sorprender y apretar al pasajero. Los “montadores” habitualmente son los ideólogos y quienes reclutan a la banda.
Según Lucero, en la actividad existía el código de no asaltar a gente de edad avanzada ni mujeres. Estaba prohibido el uso de armas. Tampoco sevillanas –señaló en su primera declaración, sugiriendo el tipo de arma con que apuñalaron a Lecuna–. Sólo se simulaba tener un arma, pero nadie la llevaba. Si aparecía alguien armado no se lo dejaba trabajar. Lucero estuvo detenido por robo en taxis. Según su relato, en el caso Lecuna, “el Viejo” Arregui proporcionó el auto; “Cara de Goma” Gómez hizo de “cargador”; “el Pipi” Jorge, fue el “apoyo”; “el Ruso” Schmidt el segundo “montador”; y “Mario” Barros, el primero, ideólogo y presunto homicida.
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