SOCIEDAD • SUBNOTA
“Me gustaría poder ver el río, ¿por qué no? Había pescaditos lindos, truchas y pejerreyes de kilo y medio. Se venían los mendocinos con redes y pasaban la tarde de una orilla a otra. Vivíamos bien.” Germán Funes, de 85 años, pasó más de 60 ganándose la vida como peón de campo, comerciante y empleado público. Sin embargo, recuerda con cariño, quizá nostalgia, su infancia en una casa de techo de juncos y paredes de barro a metros del río Atuel. La construcción de la primera represa de Los Nihuiles, en Mendoza, obligó a su familia a vender todo y migrar a la ciudad. Ese año, “el ’47, lo mató todo”.
“Nací y me crié en un pueblito en el campo en Paso de los Algarrobos hasta los veintitantos años. A 20 metros de nuestra casa teníamos el río y a otros tantos, la ruta. Había muchos habitantes, muchos animales”, contó a Página/12. Para marzo de 1947, su padre le había dejado mil ovejas para esquilar. “No llovió en todo el año y nos cortaron el río. En diciembre sólo pude rejuntar 97 de esas mil, el restó se murió. Estaban muy flacas”, memoró Funes, que dos años más tarde vio cómo su padre vendía todo, “unas pocas chivas y algún caballo”.
Por ese tiempo, cuenta, toda la gente se fue a los pueblos a trabajar y el paraje fue desapareciendo, junto a los “pescaditos lindos”.
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