Desde mediados de agosto, el de José María Arancedo, arzobispo de Santa Fe, es uno de los tres nombres que más repiten cuando se aventura quién sucederá al actual cardenal primado de Argentina. El próximo 18 de diciembre, el arzobispo de Buenos Aires y máxima autoridad eclesiástica nacional, Jorge Bergoglio, cumplirá 75 años: es la edad límite para asumir responsabilidades eclesiásticas. El reglamento indica que ese día el cardenal deberá estar en Roma, renunciando ante el Papa. Para entonces es posible que Arancedo, quien en agosto resultó ser uno de los favoritos de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA) para el cargo, ya tenga algo más en claro su futuro no demasiado lejano.

Hace dos meses, la CEA realizó la última reunión previa a la asamblea de noviembre. Preparatoria para lo que sucederá en El Cenáculo de Pilar, cuando 120 obispos celebren la 120ª Asamblea Plenaria Episcopal, aquella reunión dejó quiénes son los tres favoritos a suceder al actual cardenal. El arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, representante puro de la reacción conservadora y actual presidente de la Comisión Episcopal de Educación, cosechó simpatías; su posición, señalan los observadores de la política eclesiástica, no es firme, pero podría alcanzar la vicepresidencia primera de la CEA. Con mejores posibilidades llegará al Cenáculo el arzobispo de Gualeguaychú, Jorge Lozano, integrante de la Comisión Episcopal de la Pastoral Social. Pero quien más respaldos parece convocar, al menos hasta el momento, es Arancedo (a la sazón, primo y confesor del fallecido ex presidente Raúl Alfonsín), que actualmente forma parte de la mesa ejecutiva de la CEA y es su vicepresidente segundo.

Sólo podrá convertirse en sucesor de Bergoglio el candidato que reúna las dos terceras partes de las voluntades episcopales (expresadas, modernidad obligada, mediante un sistema de voto electrónico). El rol por venir lo pondrá ante una diócesis de 400 sacerdotes, 200 parroquias, 300 colegios.