SOCIEDAD • SUBNOTA › ECO YOGA PARK, EN GENERAL RODRIGUEZ
› Por Soledad Vallejos
Minutos antes, en un cruce de rutas, un guardia de seguridad sonriente y con predisposición para indicar el camino hacia la aldea Eco Yoga Park, se despidió al grito de: “¡Saludos a Thakur!”. Ahora, en medio del campo hay un cono inmenso, blanco, salpicado por ventanitas redondas de colores que, vistas de cerca, resultan ser mitades de botellas de vidrios. El cono, en realidad, se ensancha en la base; tiene una gran puerta-ventana como de aldea imaginada; otra más pequeña desde la que Buda se recorta sobre un sembradío verde esmeralda.
–Es el más alto de Sudamérica: tiene quince metros –dice Thakur Das, y rodea el lugar hasta una puerta custodiada por un pequeño batallón de ojotas, zapatos, botines, zapatillas–. Vengan, pero para entrar al templo hay que descalzarse.
Y entra al lugar donde ocho chicas y cuatro chicos esperaban a este hombre alto, pelado, que habla sin exaltarse, pero estalla en risas ante preguntas que no esperaba. Entra y corre las cortinas del altar hacia el cual hace sólo unos minutos chicas y chicos, acompañados por un pianito, la percusión de unos platillos y un pequeño bombo, entonaban “hare krishna, hare krishna, krishna krishna hare hare, hare rama hare rama, rama rama hare hare”.
–On the floor and relax. Relax the chest. Feel all tensions fading –dice Thakur.
Hace diez años era abogado, “trabajaba en la industria del turismo”. Un día probó una clase de yoga. La daba un profesor de 80 años. Le gustó. “Me inspiró. Y después fue gradual. Un día pasó algo, no sé, y me armonicé.” Para entonces, sin esfuerzo, de a poco, había ido cambiando hábitos: hacerse primero vegetariano y luego vegano, “entender la filosofía del yoga, leer el Bhagavad Gita, el Isopanisad, el Srimad Bellagavetam... Yo tenía un buen trabajo, estaba bien económicamente, pero no me sentía bien. Y con esto me empecé a dar cuenta de que había formas alternativas”.
Sobre el piso, ojos cerrados, cuerpos todavía algo tensos sobre las colchonetas verdes, oídos atentos a la voz de Thakur y al viento que silba por las ventanas, chicas y chicos siguen el proceso para llegar al estado de concentración lo más profundo posible. Sólo una de estas personas habla español y es argentino. Los demás, casi la mayoría de quienes pasan semanas y quizá meses en la aldea ecológica que se autoabastece con su huerta (las comidas son veganas: aquí no se consume ningún producto de origen animal), vienen de afuera. Ultimamente llegan de Dinamarca, de Suecia, de Noruega, de Alemania. “En estos días, hay personas de 15 países. El 30, 40 por ciento ni pasa por Buenos Aires: recorren el mundo meditando, haciendo un turismo vinculado con el yoga”, contó el director del lugar hace un rato en el restaurant de la aldea. Sonaba música como caribeña, “unos colombianos que hacen canciones a partir de mantras de meditación”, y detrás de él, en la pared, un poster desplegaba el “mapa de las ecovillas”, como ésta, que pueden encontrarse en 40 países. “Claro, hay gente que va recorriendo el mundo así. El otro día un chico se fue de acá a la que hay en la selva ecuatoriana. Es lindísima.” ¿Qué busca alguien que viaja así? “Un crecimiento en el viaje. No quieren conocer sólo una ciudad, ir a una discoteca, esas cosas. No. Buscan una introspección a través de la meditación, la comida, el cuidado de la salud, el turismo no contaminante.”
A un lado del altar, un collar de flores acompaña la foto de un maestro de la escuela. Desde las paredes, collages de vidrios y venecitas muestran a personas con rasgos y vestimentas indios: bailan, miran, parecieran hablarse. Sobre las colchonetas verdes como el campo, chicas y chicos se sostienen sobre un pie mientras elevan el otro, elevan los brazos, alinean la cabeza. Esos trabajos, dirá después Thakur en el restaurante, son necesarios para poder llegar a la ausencia del propio cuerpo que es la meditación.
–La meditación es para ir despertando a la realidad espiritual, a la conciencia.
–Suena como algo difícil.
–Sí, pero las escrituras indias dicen que si encarnaste en un cuerpo humano ahora, tenés que aprovecharlo para meditar. Hacerlo con este cuerpo es la plataforma ideal para liberarse del cuerpo material. Si no lo hacés, perdés la oportunidad.
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