SOCIEDAD • SUBNOTA › DOS HISTORIAS EN PARALELO SOBRE LA CLANDESTINIDAD EN ESPAñA
Manolo Molina Holguera conoció a Isabel Pérez Alegre, cuando comenzaron a militar en la Universidad de Madrid. A fines de la década del ’60, él estudiaba Físicas y ella Biológicas. “Había muchas razones para combatir –cuenta Manolo–. La dictadura estaba en plena decadencia y, por eso mismo, en plena ofensiva. Franco estuvo reprimiendo a la gente hasta el último momento. Reprimía al movimiento obrero, a los mineros, gente de las fábricas más importantes de España y, claro, en la universidad.” Desde entonces, las historias de ambos querellantes fueron en paralelo.
Cuando a Manolo lo detuvieron, en 1974, ya llevaba tiempo fichado por su militancia en la comisión obrera del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML). “Tenía unos 27 años y la casa llena de libros de Marx, Lenin y Trotsky. Teníamos allí también una multicopista de mano que era lo más artesano del mundo. La noche en que llegó la policía habíamos impreso un panfleto en que se pedía el boicot a los transportes de Madrid y yo llevaba encima dos hojitas pequeñas llenas de instrucciones. Me las comí antes de que se hicieran de la información.”
–¿Lo juzgaron?
–Sí, en el Tribunal de Orden Público (TOP), por donde pasaron cerca de 15 mil presos políticos, de los que se condenó a 10 mil. Me dieron 5 años en la cárcel; pero con la muerte de Franco, en diciembre de 1975, hubo un indulto. El mecanismo era: te liberaban, pero tú no tenías cumplida la pena. Antes de la sentencia, pasé por la Dirección General de Seguridad, donde me pegaron, como pegaban a todo el mundo, aunque no me torturaron.
“Siempre hubo complicaciones, pero en 1970 logramos casarnos –interviene Isabel–. Sin embargo, desde que lo detuvieron, en 1974, todo empeoró. Esa noche escapé corriendo y tuve que pasar a una clandestinidad absoluta. Es decir, ya trabajaba sin papeles, me mudaba de casa con frecuencia y no firmaba con mi nombre ningún contrato. Pero en el ’74, además, abandoné mi identidad de Isabel, perdí el contacto con mi familia y con casi todos mis amigos.”
–¿Bajo qué identidad?
–El último carnet que me consiguieron era de una tal Saturnina, una mujer del pueblo de Valladolid. Era terrible: por cada ascensor, cada puerta que se abría, podían llegar mis perseguidores. El que no lo ha vivido, no sabe lo que significa estar de sitio en sitio, pendiente al menor ruido. Como Saturnina fregaba casas, y de ahí sacaba algo para pagarme una habitación compartida y poco más. Cualquier cosa me afectaba, todo estaba muy jorobado desde el asesinato en 1973 del policía Carrero Blanco, que se suponía era quien iba a suceder a Franco en el poder.
“A mí me detuvieron en octubre del ’75, poco después de que ese genocida dictara la última sentencia a muerte en que mató a tres camaradas. Un tribunal de la Dirección General de Seguridad (DGS) me acusó directamente de terrorismo, por la afiliación a asociación armada, por paso clandestino de frontera y por dirigente. Me mandaron a la cárcel de Yeserías. La cárcel fue como un descanso luego de lo que pasé en la DGS. Me tuvieron allí no tres días como a todo el mundo... me torturaron en serio y me bajaron a la celda sólo al final. Lo que quiero decir es que mientras estabas allí arriba no dormías, te estaban sacudiendo todo el rato. Días, y días, y días...”
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