SOCIEDAD
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“Estamos todos locos, nos estamos robando entre nosotros”
“Esto parece Bosnia”, dice un gendarme que realmente estuvo allá. Exagera, pero la metáfora es válida para una capital desolada donde la noche es tierra de nadie y todo el que la tiene duerme con un arma. El que amenazó a Brinzoni con una calibre 12.
› Por Carlos Rodríguez
La noche en la capital de la provincia, con el agua y los ánimos desbordados, es una película de terror donde todos creen que cualquiera puede ser un asesino en potencia. La realidad, a pesar de la sensación térmica, demostró hasta ahora que no hay crímenes, ni siquiera heridos leves, pero el miedo sigue instalado, junto con los que pasan cada noche montados al techo de su casa, arma en mano, esperando que llegue el ladrón de sus últimos sueños. Durante la noche se escucharon tiros en los barrios inundados, pero el gobernador, Carlos Reutemann, citando fuentes policiales, aseguró que “los delitos han disminuido respecto de lo que ocurría antes de que llegara el agua”. La frase estuvo lejos de calmar a los vecinos, que lamentan “la lucha de pobres contra pobres, por dos chapas, por un kilo de yerba”. Una muestra del recelo que existe la tuvo el propio jefe del Ejército, general Ricardo Brinzoni, quien tuvo que recular ante una escopeta calibre 12 durante una recorrida, casi proselitista, por el barrio Santa Rosa de Lima.
“Esto se parece a Bosnia”, exageró un gendarme instalado a la vera del río Salado, en uno de los extremos del puente que une Santo Tomé con Santa Fe, el único que sigue abierto al tránsito, ya que el cruce por la autopista Rosario-Santa Fe continúa cerrado. Más allá de comparaciones, es cierto que un paseo nocturno por la ciudad, donde más de la mitad de las manzanas están a oscuras durante buena parte de la noche, revela la existencia de un paisaje de tierra arrasada. “Guerras, terremotos, inundaciones, son catástrofes que dejan los mismos resultados”. Tomás, santafesino, 53 años, adoptó un tono profético para expresar el pesimismo que acompaña hoy a cada uno de los lugareños. Y él coincide con la opinión del gendarme que dijo haber estado en la guerra de los Balcanes, como parte de la misión de paz enviada por la ONU. “Es como un país que tuvo una guerra”, insistió Tomás, que trabaja para el gobierno en el reparto de comida a los afectados.
“Esto, todas las noches, está lleno de pibes, de juventud. Ahora no hay nadie, es la muerte misma.” Roberto, 46, taxista, deslizó el epitafio durante una recorrida, de madrugada, por el habitualmente ruidoso Boulevard Carlos Pellegrini, que este viernes y sábado estuvo ausente de todo ruido. “Ni putas hay en la calle; es un verdadero desastre.” Los comentarios del tachero, confeso hincha de Unión, se tornan zumbones cuando transita por el barrio Centenario, donde está el inundado estadio de Colón. “Ya no son más los ‘sabaleros’, ahora son directamente los sábalos. Ellos son los pescados, están bajo el agua, ya no pescan más.” Con súbito arrepentimiento, Roberto vuelve sobre sus paso. “No, borra todo (dijo mientras veía al cronista anotar su frase anterior), es muy jodido lo que dije. Ni los sabaleros se lo merecen.”
El coche contratado por Página/12 es virtualmente el único que anda por las calles a las dos y media de la madrugada del viernes. “Los que tienen casa no salen de ella y los que la tienen inundada se subieron al techo para vigilar.” A lo lejos, a dos cuadras del estadio de Colón, se dibujan varias siluetas de vecinos vigilando y se escuchan tiros. “Disparan al aire, para amedrentar a posibles ladrones”, aventuró Roberto y su versión coincidió con la que dieron dos policías que hacían su ronda nocturna. “Estamos todos locos, nos estamos robando entre nosotros. Mi marido se quedó en casa porque anoche nos robaron cuatro chapas. La casa es una ruina, los muebles hay que tirarlos, pero todavía tenemos la esperanza de poder volver. Por eso cuidamos lo poco que nos queda”. Ana María Saavedra, 35, con su hija de cuatro meses a cuestas, esperaba un colchón en la puerta del Ministerio de Agricultura, donde está funcionando el Comité de Crisis. “Hay que aguantar toda la noche, para ver si te dan algo”, sejustificó mientras se acomodaba de nuevo bajo la frazada, cubierta también por una precaria carpa. “La nena está mejor acá que en el techo de la casa”, siguió justificándose.
Nadie, en medio del desastre, puede determinar si hubo pocos o muchos robos. Sí salieron a flote algunos abusos. “La policía nos pide 20 pesos para hacer la ronda nocturna en lancha”, denunciaron a este diario vecinos del barrio Yapeyú. “Los lancheros que trabajan en las zonas inundadas cobran 15 pesos para llevarte o traerte de tu casa”, afirmó Ana María Saavedra, abriendo los brazos en un gesto de incredulidad. Varios comerciantes del centro de Santa Fe fueron denunciados por el periodismo local por vender la leche a cuatro y hasta ocho pesos, aprovechando el desabastecimiento y la desesperación. Y por las noches, haya o no robos, seguirán escuchándose los tiros “de prevención”. Y si no que le pregunten al general Brinzoni.
El jueves, en pleno día, el jefe del Ejército salió a recorrer los barrios acompañado por un séquito de oficiales y prensa. La excusa era llevar agua potable y alimentos a las personas que se habían quedado cuidando las casas. Todo era muy amable y la sonrisa de Brinzoni acompañaba cada entrega. La cosa se puso fea en Juan de Garay y Lamadrid, en el barrio Santa Rosa de Lima. “Váyanse, qué vienen a mandarse la parte.” El grito surgió de la parte alta de una casa de material cuyo dueño, acompañado por su hijo adolescente, llevaba en la mano un escopeta calibre 12, las mismas que usa la policía provincial. En el caño, ajustada con cinta adhesiva, el arma tenía amurada una linterna, para orientar el disparo noctámbulo. Esta vez no hubo tiros, sólo la amenaza, pero Brinzoni y los suyos retomaron el camino a bordo de un vehículo anfibio con la trompa en punta, como una embarcación, y que flota siempre que lo reciban con saludos de bienvenida.
El ministro de Gobierno, Carlos Carranza, sostuvo que “no hay heridos por armas de fuego en las últimas dos noches”; que la policía, la Gendarmería y la Prefectura “hacen patrullaje acuático, aéreo y por tierra”; que “los niveles de seguridad son buenos” y que “no se van a producir problemas de desorden generalizado”. También informó que llegaron 1.000 hombres de las fuerzas de seguridad nacionales. De todos modos, anoche seguían los tiros de los custodios de sus propios bienes y flotaba en el aire un temor que surge de la impotencia de ver que nadie sabe cómo enfrentar un desastre nunca visto en estas tierras.
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