SOCIEDAD • SUBNOTA › LOS CONTACTOS CON WALSH
› Por Andrés Osojnik
–¿Cómo entró en contacto con Walsh?
–El estaba en La Plata jugando al ajedrez y alguien le dijo de mí. Fue a fines del ’56, o ya ’57. El consigue mi dirección, pero yo no lo quise atender.
–¿Por qué?
–Porque tenía desconfianza, no creía en nadie. Después hablé con mi abogado para preguntarle si hablar con él o no. El me dijo que era conveniente que se supiera, porque si no hablaba me podían matar, pero si se sabía era más difícil que lo hicieran.
–¿Cómo fue el encuentro con Walsh?
–Fueron muchos. Empecé a ir con él a La Plata, día a día en tren, nos sentábamos donde no había pasajeros y yo le contaba, mientras él grababa.
Aquel relato fue el comienzo de la investigación de Walsh, que dejó al desnudo las falsedades de la Policía Bonaerense y el gobierno de Aramburu. Fue él quien probó que las detenciones ocurrieron antes de la ley marcial, que no había prueba alguna contra los civiles y que siete de los doce habían logrado escapar.
–Usted incluso presentó una denuncia en la Justicia.
–Sí. Yo hice una declaración y ahí empezó. Un día me llamó el juez para hacer un careo con Rojas, pero lo rechacé.
–¿El contraalmirante?
–Sí, a ése lo odié toda la vida. Un hombre de una falsedad increíble. Yo lo considero uno de los culpables.
Aquella investigación fue truncada cuando la Corte Suprema nacional decidió que pasara a la Justicia militar. Ese fue el sello para la impunidad. Mientras, Livraga intentaba llevar una vida como hasta entonces. “Yo sabía que me iban a matar o apretar, pero iba al mismo café, a jugar al billar o a charlar –explica–. Y una vez se me cruzó un coche, con policías de civil. Era 1957. Ya Walsh había empezado a publicar la historia. Se hicieron conocer y me dijeron que si continuaba hablando me iban a liquidar. En el año ’63 me pararon otra vez. Y ahí decidí irme a Estados Unidos. Me fui en 1965. Recién ahora a mi señora, llevamos 53 años de casados, le conté el porqué. Mis padres murieron creyendo que me fui para avanzar.”
–¿Y a qué se dedicó ahí?
–A la construcción. Empecé golpeando puertas, de la nada. Cuando salía la gente y yo hablaba en inglés como indio.
–¿Nunca tuvo problemas allí?
–En el ’77 yo presenté los papeles para sacar la ciudadanía. A los dos meses, a mi esposa la llamaron para hacer los trámites y a mí no. Estuvieron dos años hasta que me llamaron. Un hombre me empezó a interrogar, estuvimos dos horas, me empezó a preguntar cositas, me di cuenta. Me preguntó por qué había ido a Estados Unidos, qué problema había tenido en Argentina. Todo el tiempo miraba para abajo hasta que yo le pregunté qué miraba. Y ahí me mostró: un libro enorme. Durante esos dos años me había investigado el FBI, sabían todo. Pero yo no había mentido. Y me dieron la ciudadanía.
–¿Cuántas veces volvió a la Argentina?
–Esta es la quinta. Yo tendría que haber venido hace siete meses, pero me caí por cortar una planta en el techo de mi casa, a cuatro metros de altura. Me tuvieron que operar, tengo dos costillas rotas. Pero tenía que venir por mis papeles de la indemnización en la Secretaría de Derechos Humanos.
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