SOCIEDAD • SUBNOTA
Irma Garay está en el mejor momento. A sus 91 años, y tras una relación conflictiva de más de medio siglo, no tiene reparos en afirmar que se siente viva, con la libertad que nunca tuvo y con muchísimo para dar. “Sentí de corazón que el Club de los 120 años era una oportunidad que no podía dejar pasar y espero que mucha gente se sume.”
“Pasé los 55 años de casada sin poder salir de mi casa, me tenía encerrada. Nunca tuve una amiga y no me permitía tener ningún contacto, salvo con su madre, que cuando murió me dejó con un vacío inmenso. Del taller de costura a la casa. Un sábado yo decía: ‘¿No la puedo ir a ver a mi mamá, a mi familia?’ No. Ni fiesta, ni familia, ni amigos. Eran otros tiempos. La mujer no podía dejar al hombre como hoy.”
Pero cuando su esposo murió, Irma se decidió a empezar de nuevo, a vivir todo lo que antes no había podido. “Me jubilé y como tenía mucho tiempo libre, les pregunté a los de PAMI si podía ayudar. Me recibieron muy bien y empecé a trabajar de forma voluntaria en el armado de bolsones para otros abuelos. Ahí yo ponía un poco de azúcar, yerba, esas cosas.”
Esa actividad comenzó hace quince años. Quienes la conocen, saben que siempre anda de buen humor con un caramelo bajo la manga para regalar. Se siente bien: no le gusta que le cedan el asiento, puede tejer sin anteojos y le gusta cocinar.
¿Y ahora? “Te podés imaginar: yo agarro la cartera y voy de acá para allá. Tengo mucha libertad, me siento feliz, éste es mi mejor momento en la vida.”
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