SOCIEDAD
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Manifiesto linuxista
› Por Leonardo Moledo
Por Leonardo Moledo
@Un fantasma recorre el mundo virtual: el espectro del software libre. Contra este fantasma se han conjurado en santa jauría todas las potencias del software encabezadas por Microsoft. La historia de la informática es la historia de la lucha entre programadores y usuarios, y la actual sociedad virtual no ha abolido ese conflicto; lo que ha hecho es crear nuevas formas de opresión que sustituyeron a las antiguas. Sin embargo, nuestra época se caracteriza por la concentración del poder y el mundo virtual tiende a separarse abiertamente en dos campos antagónicos: Microsoft y los usuarios.
En los inicios de la historia de la computación, cuando las computadoras apenas se veían en algunos laboratorios especializados, todos los programas eran libres, pocas personas se dedicaban a desarrollarlos y en general trabajaban en una gran comunidad donde el intercambio de los programas, todavía en disquetes, facilitaba que pudieran ayudarse a mejorarlos. Era la época del comunismo primitivo.
Pero las computadoras personales se multiplicaron, las necesidades aumentaron; la clase media de los pequeños fabricantes de software hubo de dejar paso a los grandes magnates virtuales, jefes de verdaderos ejércitos informáticos. La gran industria del software creó el mercado mundial.
Condiciones virtuales de producción
Con la aparición de la PC, cuando las computadoras empezaron a ser masivas, algunas empresas consideraron que no era bueno que cualquiera pudiera ver cómo estaba hecho un programa: ellas habían invertido dinero en su desarrollo y cualquier otra empresa podría utilizar sus avances para su propio beneficio. Entonces escondieron el código fuente de los programas –las instrucciones que los programadores le dan a la computadora– para que sólo pudieran verlo quienes trabajaban allí, a la vez que se concentraban hasta producir el monstruoso gigante casi monopólico de hoy en día: Microsoft y su hijo Windows.
Pero Microsoft sólo puede existir revolucionando incesantemente (e innecesariamente) los instrumentos de programación: los modelos de Windows se suceden unos a otros, obligando a los usuarios a cambiarlos para satisfacer la voracidad de los magnates informáticos que lanzan sin parar nuevos productos al mercado. La propiedad privada del software obliga a las empresas a sacar un nuevo modelo todos los años, y a cada uno debe agregarle nuevas funciones para que los usuarios deseen adquirirla. Y como un retraso en los tiempos pautados suele espantar a los inversionistas, los programas salen a la venta con problemas que después deben resolverse a través de parches (patches), que sólo pueden ser realizados por los mismos programadores de la empresa, ya que su código fuente está oculto para el resto de la humanidad. Así, el progreso se transforma dialécticamente en retroceso, y las mejoras en dificultades.
Determinación en “última instancia” tecnológica
La burguesía informática ha logrado una expansión de las fuerzas informáticas sin precedentes en la historia, que le ha permitido establecer su propio código y régimen social de propiedad: las licencias, mediante las cuales, quienes usan sus productos deben pagar regalías que después se reciclan, aumentando la plusvalía extraída a los usuarios. Los softwares más conocidos, como por ejemplo el sistema operativo Windows, permiten la instalación en una sola máquina y no ofrecen la posibilidad de modificarlos o ver cómo están hechos. Todos vienen con un documento que, en general, se muestra durante la instalación. Este texto indica en qué forma es posible usarlo, y en general establece que no es posible copiarlo ni modificarlo y ni siquiera prestarlo. Probablemente, además, se vean obligados, si son desarrollados en los Estados Unidos, a brindar un código para que los organismos de seguridad tengan acceso a las máquinas, poniendo así el trabajo de todo usuario al servicio de las agencias de control del país más poderoso de la Tierra, aliado con la burguesía informática.
Pero la misma expansión de las fuerzas productivas de la burguesía informática crea las condiciones de su propia destrucción. Incapaz de satisfacerse con los meros productos comunes, se desarrolló Internet, que abrió un nuevo espacio a las ambiciones de rapiña de esa burguesía, condenando a los usuarios a explorar el mundo virtual con las herramientas fabricadas por ella. Frente a esta inusitada expansión y dominación, que llega a controlar el 95 por ciento de las computadoras del mundo, el movimiento del “software libre” habilita al usuario a que vea cómo está hecho, lo modifique y después pueda dárselo a quien quiera, en especial a través de la red de redes. En el año 1984, y no por casualidad, Richard Stallman, un investigador del Massachusetts Institute of Technology (MIT), inició un movimiento para mantener el software y su código libre de las trabas de las empresas y grandes emprendimientos de la burguesía informática. Compartiendo los conocimientos, pensaba, la sociedad se beneficiaría con mejores programas, fortaleciendo el poder del proletariado de los bits: los usuarios.
El opio de los pueblos
Los programas de software libre son respuestas no sistemáticas que aparecen por azar en diferentes lugares cuando un programador se enfrenta a la difícil tarea de ensamblar las instrucciones necesarias para que su computadora haga lo que él necesita. En un segundo momento, este mismo programador, o algunos de ellos, dejan el programa en algún sitio de Internet donde otros pueden enterarse de la existencia del proyecto y bajar lo que está hecho para verlo, probarlo y modificarlo. Alrededor de este programa se forman comunidades o células que se encargan de mejorarlo, escribir la documentación necesaria, probarlo nuevamente. Al tener todos los usuarios acceso al código, ellos mismos pueden trabajar hasta encontrar la solución y después publicarla para todos los demás; de esta forma el programa se somete prueba en diferentes configuraciones de computadoras lo que facilita encontrar la mayor cantidad de errores posible. Gracias a la dificultad de controlar Internet –o, dicho de otra manera, gracias a la facilidad de intercambio que genera–, los más variados y flexibles programas del software libre públicos, y no sometidos a la garra de la propiedad privada, pueden aventajar a los grandes monstruos apropiados individualmente, y garantizados por la impunidad y el secreto.
Base y superestructura
El software libre puede bajarse de Internet en tres versiones diferentes: a) alpha, para desarrolladores; b) beta, para usuarios experimentados que quieren probar las nuevas características y se arriesgan a que algunas cosas no funcionen, pero tienen las herramientas para solucionarlas y c) estable, para los usuarios finales. Las versiones alpha van introduciendo las nuevas características que, a medida que van quedando sin problemas, se incorporan a las versiones beta y estable. Como en este tipo de desarrollo no se tiene la presión de la venta, los cambios se van realizando con seguridad, y cuando llegan a la versión estable, ya tienen pocos o ningún problema. Este es el camino que recorrieron algunos programas famosos como Linux. Linux puede derrotar a los grandes gigantes de la burguesía informática, e inaugurar una nueva sociedad sin clases,puesto que los usuarios son a la vez los productores de los programas. En el mundo global, hoy, los usuarios no tienen nada que perder más que sus cadenas informáticas. ¡Usuarios del mundo uníos!
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